En la misma esquina de mi casa hay un local con tres escaparates, uno de los cuales debe ser, desde hace años, el paraíso de los pederastas. No, no es ningún negocio raro, es solamente una tienda de fotografía donde, además de vender cámaras y todas esas cosas, hacen reportajes y fotos de estudio.
Por supuesto, un poco antes de Navidad ese escaparate está lleno de bebés vestidos de Papá Noel o de angelitos. Pero cuando llega el buen tiempo, ante mi sorpresa e incredulidad, el escaparate se llena de fotos de niñas de cuatro o cinco años, semidesnudas, con unas poses que hubieran sido la envidia de Marilyn Monroe, con una somera boa de plumas ocultando sus inexistentes pechos, adelantando un hombro desnudo y hasta un poquito maquilladas.
El dueño de la tienda, supongo que con la conformidad de los padres de la criatura, amplía las fotos más logradas a tamaño casi natural, para mostrar al público qué obras de arte es capaz de hacer con sus crías, a ver si alguno más pica. Los padres supongo que encontrarán muy divertido todo este asunto, e incluso ensayarán con las niñas en casa las posturas del reportaje.
Más de una vez he estado a punto de escribir una entrada sobre este asunto, e incluso pensé por un momento hacer una foto del escaparate al pasar, para que se vea que no exagero, pero en seguida he caído en la cuenta de que estaría poniendo en internet, al alcance de cualquiera, imágenes que harían las delicias de un depravado.
Hoy escribo sobre el tema porque aprovecho para hilarlo con otras noticias recientes. Hace unos días, Madonna declaraba que le gustaría que su hija de 13 años vistiera más recatada. Supongo que el shock de ver que cada vez tiene más aspecto de bruja le debe haber atacado al cerebro. Por una parte le pasa a una niña una cantidad de 8.000 euros mensuales para que, entre otras cosas, tenga a su servicio su propia estilista. Por otra, declara orgullosa que en las reuniones de preparación de un lanzamiento o una gira ella se desentiende del tema vestuario, porque es su hija quien discute y decide esta cuestión mientras la madre juguetea con su Blackberry. Para terminar asegura que, a pesar de sus deseos, jamás le va a poner límites en su forma de vestir. Ahora resulta que la que lleva toda la vida sacándole partido a la provocacion en todas sus formas preferiría que su niña vistiera pololos y calcetines sport. Y yo me lo tengo que creer.
Por otra parte, en El País nos cuentan hoy que la hija de Tom Cruise (4 años) lleva tacones y los brazos desnudos incluso en pleno invierno; que el hijo de Victoria Beckham (7 años) viste de traje y corbata, no gusta de la playa ni de los videojuegos y acude con su madre a revisar las colecciones que ésta diseña y a dar su opinión; y el hijo de Gwen Stefani (3 años) lleva el pelo teñido de amarillo chillón y con cresta punkie, y viste pantalones pitillo. Por supuesto, según las madres, todo por propia voluntad de los nenes, ellas no se meten en nada, les dejan hacer para que estén realizados y sean felices.
Y la gente se lleva las manos a la cabeza, y despotrica contra los ricos. A ver, señores periodistas de El País, ¿dónde vivían ustedes hasta ahora? Porque este fenómeno no es nuevo ni propio de ricos, más bien lo contrario. Hace ya veinte años que veo a niños aún en sillita pelados con cresta. Y niños que llegan al colegio de primaria con pendientes a lo Beckham, piercings, cortes de pelo radicales y teñidos. Pónganse a la entrada de una clase de preescolar de un barrio de clase obrera y verán que más de la mitad de las niñas lucen el look putilla, con minifaldas de menos de un palmo de la cinturilla al dobladillo y tops con los hombros al descubierto.
En algunos casos los niños no han dicho ni pío, son las madres las que los encuentran graciosísimos vestidos y arreglados así, al mismo estilo que ellas. En otros casos, son los niños los que con cuatro, cinco o seis años dicen que quieren llevar pendientes o rastas como papá, o como el cantante Fulanito, y los padres les dan gusto sin rechistar. Supongo que si no llevan tatuajes es porque debe haber al respecto alguna normativa por la que dichos negocios se niegan a tatuar a niños. Si no fuera así, también los veríamos.
El caso es que los padres, unos por acción y otros por omisión, tienen a muchos niños convertidos en auténticos mamarrachos. Y para eso no hace falta ser famoso o millonario. Sólo es necesario tener muy mal gusto, una falsa idea de lo que es educar a un niño o pereza para hacerlo.