"Las películas de Zapparoni se acercaban claramente a ese tipo de pronósticos. Comparado con ellas, lo que imaginaron los autores de utopías resultaba zafio. Los autómatas habían logrado una libertad y una elegancia de danzarines que inauguraba un imperio. En ellas aparecía convertido en realidad lo que a veces se creía captar en el sueño: que la materia piensa. De ahí que poseyeran un poderoso atractivo que cautivaba especialmente a los niños. Zapparoni había destronado a los antiguos personajes de los cuentos de hadas. Tejía sus fábulas como uno de esos narradores que, en los cafés árabes, se sientan sobre una alfombra y transforman el espacio. Creó novelas que no sólo era posible leer, oír y ver, sino que hacían posible también entrar en ellas, como quien entra en un jardín. En su opinión, tanto en cuanto a belleza como en cuanto a lógica, la naturaleza no bastaba y era superable. De hecho, creó un estilo que asimilaron también los actores humanos, un estilo que adoptaron como modelo. En el mundo de Zapparoni se encontraban los muñecos más encantadores, fascinantes imágenes oníricas. Esas películas habían contribuido a granjearle una popularidad muy especial. Era el abuelo bueno que relata cuentos. Se le imaginaba con una larga barba blanca, como se concebía antes a Papá Noel. Los padres se quejaban, incluso, de que tenía a los niños demasiado ocupados. Que no podían dormirse y que soñaban intranquilos, excitados. Pero, después de todo, la vida era tensa para todos. Era lo que templaba la raza y había que resignarse." (Ernst Jünger, Abejas de cristal)
Vivimos en la época de la imagen, sí, ¿pero cuándo no lo hicimos? ¿No es la imagen, o la metáfora, o la trama, el andamio del pensamiento? Ocurre, eso sí, que los grandes relatos, aquellos que eran capaces por su poder persuasivo imaginativo de hacer auditorio en plazas e iglesias, hoy son reemplazados por la cultura del videojuego y los nuevos chamanes como influencers y youtubers. Hace tiempo que el mito y la filosofía dejaron de generar amigos de la verdad. Y es que el hombre de hoy no se conforma con ser novelista de su propio tiempo, sino que quiere formar parte de la novela, interactuar con ella, protagonizarla. O es a lo que apunta la novela de Jünger Abejas de cristal, que fue escrita hace casi un siglo pero que se augura como lo que ya ha llegado: el estadio mágico de la técnica, donde la realidad ya no confronta sino que obedece al deseo. Los viejos dualismos mente-cuerpo y hombre-máquina desaparecen y un sistema de impulsos inunda y recorre el mundo. Sirva esta noticia y el pasaje de hoy para invitar a su lectura:
"Las películas de Zapparoni se acercaban claramente a ese tipo de pronósticos. Comparado con ellas, lo que imaginaron los autores de utopías resultaba zafio. Los autómatas habían logrado una libertad y una elegancia de danzarines que inauguraba un imperio. En ellas aparecía convertido en realidad lo que a veces se creía captar en el sueño: que la materia piensa. De ahí que poseyeran un poderoso atractivo que cautivaba especialmente a los niños. Zapparoni había destronado a los antiguos personajes de los cuentos de hadas. Tejía sus fábulas como uno de esos narradores que, en los cafés árabes, se sientan sobre una alfombra y transforman el espacio. Creó novelas que no sólo era posible leer, oír y ver, sino que hacían posible también entrar en ellas, como quien entra en un jardín. En su opinión, tanto en cuanto a belleza como en cuanto a lógica, la naturaleza no bastaba y era superable. De hecho, creó un estilo que asimilaron también los actores humanos, un estilo que adoptaron como modelo. En el mundo de Zapparoni se encontraban los muñecos más encantadores, fascinantes imágenes oníricas. Esas películas habían contribuido a granjearle una popularidad muy especial. Era el abuelo bueno que relata cuentos. Se le imaginaba con una larga barba blanca, como se concebía antes a Papá Noel. Los padres se quejaban, incluso, de que tenía a los niños demasiado ocupados. Que no podían dormirse y que soñaban intranquilos, excitados. Pero, después de todo, la vida era tensa para todos. Era lo que templaba la raza y había que resignarse." (Ernst Jünger, Abejas de cristal)
"Las películas de Zapparoni se acercaban claramente a ese tipo de pronósticos. Comparado con ellas, lo que imaginaron los autores de utopías resultaba zafio. Los autómatas habían logrado una libertad y una elegancia de danzarines que inauguraba un imperio. En ellas aparecía convertido en realidad lo que a veces se creía captar en el sueño: que la materia piensa. De ahí que poseyeran un poderoso atractivo que cautivaba especialmente a los niños. Zapparoni había destronado a los antiguos personajes de los cuentos de hadas. Tejía sus fábulas como uno de esos narradores que, en los cafés árabes, se sientan sobre una alfombra y transforman el espacio. Creó novelas que no sólo era posible leer, oír y ver, sino que hacían posible también entrar en ellas, como quien entra en un jardín. En su opinión, tanto en cuanto a belleza como en cuanto a lógica, la naturaleza no bastaba y era superable. De hecho, creó un estilo que asimilaron también los actores humanos, un estilo que adoptaron como modelo. En el mundo de Zapparoni se encontraban los muñecos más encantadores, fascinantes imágenes oníricas. Esas películas habían contribuido a granjearle una popularidad muy especial. Era el abuelo bueno que relata cuentos. Se le imaginaba con una larga barba blanca, como se concebía antes a Papá Noel. Los padres se quejaban, incluso, de que tenía a los niños demasiado ocupados. Que no podían dormirse y que soñaban intranquilos, excitados. Pero, después de todo, la vida era tensa para todos. Era lo que templaba la raza y había que resignarse." (Ernst Jünger, Abejas de cristal)