Hoy se celebra el ‘Día del Periodista’ en Colombia, un festejo en el que los colegas se regocijan y se felicitan entre sí, mientras las marcas se acuerdan de los periodistas para vanagloriar su independencia…
El oficio del periodismo cada vez está más en la mira de la sociedad. Los recientes yerros como el del diario El País, de España con las imágenes de una presunta cirugía a Hugo Chávez, dejaron en la picota a la credibilidad del mainstream mediático. Cada vez más, los ciudadanos desenmascaran el juicio con el que medios deciden las cartas que se van a jugar.
A su vez, el periodismo se va rodeando de quienes desde la orilla ciudadana sienten que se desdibujan las barreras de entrada. Parecería que el ciudadano a pie dice con más propiedad y con más frecuencia: “Eso podría hacerlo yo… y mejor”.
Para muchos ciudadanos, crear un medio de comunicación ahora es cuestión de niños. Los mitos del Ciudadano Kane, de un William Randolph Hearst o de un contemporáneo Rupert Murdoch, se quedan como fantasía cuando las tecnologías abiertas traen plataformas emergentes para nuevas formas de expresión, pero sobre todo para nuevas voces, antes escondidas en el olvido o la indiferencia.
Los dispositivos móviles tipo smartphone –y que por ende vienen con cámara de fotografía y de video, procesador de palabras, correo, radio, y todo lo que el acceso a internet provee– se convirtieron en el canto de sirenas, en la ilusión del ciudadano que como testigo de los hechos por obra de la suerte en el momento y lugar apropiado, se siente periodista.
Esta situación me trae sensaciones contradictorias. Mientras mascullo el desagrado que me causa que se irrespete a los periodistas de oficio que crean historias e investigan las insondables oscuridades de la mentira con la arrogante postura del que carga los dispositivos y logra el flash sobre los hechos con mayor celeridad, también me gusta que ese ciudadano descubra su propia voz y que crea menos en las mediaciones interesadas y filtradas por el signo pesos.
Ese sacudón que han dado los ciudadanos a las estructuras del poder, a los antes imbatibles dueños de la verdad, es síntoma de muy buena salud para la sociedad. La sociedad necesita ahora y siempre del periodismo, pero requiere cada vez menos el dogmatismo de quienes se creen testaferros de la verdad.
El poder del ciudadano informado e informador hace que se desempolve la definición del periodismo, que se redefina lo que el oficio hace y deja de hacer. Si el ciudadano es testigo veloz de los acontecimientos que llegan luego a los medios, el periodista debe entender que su rol es el del facilitador, el curador y el verificador.
Aun cuando la velocidad en la entrega de la información sigue siendo relevante en los medios, esta velocidad debe reconfigurarse como ‘pertinencia’. Un medio que se precie de entregar análisis, no debería caer en la tentación de exigir a fondo el velocímetro, sino de fraguar con calma el odómetro… La distancia que recorre una información en la mente analítica de un periodista sagaz con el tiempo necesario resulta más valiosa que la velocidad con que se transmitió.
Las audiencias, recordémoslo siempre, valorarán mucho más la certeza de lo que entreguemos que la celeridad con que ofrezcamos algo. Si la celeridad alcanza a la rigurosidad certera, entonces seremos doblemente buenos.
Estas mismas audiencias no perdonan los errores, suelen ser crueles con el error del otro y eso hay que entenderlo, asimilarlo y convertirlo en combustible depurado para una siguiente oportunidad. A veces algunos de mis mejores artículos sobrevienen luego de errores garrafales; si aprendemos a reciclar el orgullo y convertirlo en potencia para la siguiente historia, tendremos una ganancia, un estímulo.
El periodista de hoy tiene que sobrepasar los fantasmas emergentes, los que nos llenan la cabeza de miedos o de falsas ilusiones como creer que con la tecnología basta, que con el hechizo de un artefacto tenemos historia. El artefacto cambia y es un comodín; en cambio, la historia es todo. El periodista que descubre la historia en medio del muladar de los datos es el que siempre será leído. Los hechos son inevitables y ordinarios, las historias de esos hecho en cambio pueden ser irrepetibles, como joyas en un socavón.
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Coletilla: Gracias a periodistas de los que aprendí el oficio en silencio, en esa primera etapa de mi vida como lo fueron Julio César Guzmán, Guillermo Franco y Jaime Dueñas. De ellos aprendí muchísimo, pero lo que más se me quedó fue la obsesión con la rigurosidad y la paciencia para escribir con mayor claridad. Luego, debo agradecer a quienes se han sentado conmigo en una sala de redacción y que me enseñaron los siguientes pasos como Mauricio Jaramillo, José Carlos García, Alejo González, Jorge Hernández, Javier Méndez, Carlos Sandoval, Harold Abueta, José Manuel Reverón, Jorge González, Guillermo Santos, María Elvira Samper, Pilar Calderón, Mauricio Vargas Linares… Y finalmente, a todos los demás de los que he aprendido por ejemplo, por imitación y a los que son tantos que prefiero no omitirlo a todos. Un abrazo y mi agradecimiento profundo, sincero y eterno…. Ustedes saben quiénes son.