"Pero el hombre que hace tolerable su universo y se permite vivir en él cierra la trampa sobre sí y procede, por su puesto, involuntariamente, a la confirmación más perfecta que jamás se haya dado del análisis marxista del fenómeno religioso. Lo que tan admirablemente Marx ha descrito no es histórico ni profético: en realidad, no opina sobre las primeras religiones sino sobre las últimas, no se refiere al islam o al judaísmo o al cristianismo, sino a la religión moderna en los países capitalistas desarrollados, en los países socialistas y en el mundo subdesarrollado... Ahora más que nunca el hombre se hace esclavo de las cosas y de los demás hombres mediante el proceso religioso.
No es la técnica lo que nos esclaviza sino lo sacro transferido a la técnica, que nos impide tener una función crítica y ponerla al servicio del desarrollo humano. No es el Estado quien nos subyuga, aunque sea policíaco y centralizador; es la transfiguración sacra (tan inevitable como la de la técnica) la que nos hace proyectar nuestra adoración hacia esa amalgama de oficinas. Lo malo y lo que nos pervierte no es el sexo, sino la ideología de la represión tanto como, y al mismo tiempo, la liberación del hombre por el sexo: es entonces cuando el hombre accede a una mística siempre infecunda. Así pues, lo religioso, que el hombre colocado en la situación en la que nos hallamos no puede dejar de producir, es el agente más seguro de su alienación, de su aceptación de las potencias que lo avasallan, de su adulación por aquello que lo despoja de sí mismo y que le promete, como siempre hacen todas las religiones, que ese despojo de sí mismo le permitirá ser al fin más de lo que es.
Así sucede con la droga. Y como siempre, este proceso alienante se compagina con los sueños, la imaginación, la transferencia a un mundo de imágenes. Cabría realizar un análisis detallado de la relación y de la oposición entre el mundo mítico "primitivo" y el mundo de las noticias, de las representaciones difundidas por los mass media, la sociedad del espectáculo y, el universo de las imágenes ilusorias, que son las nuestras. El mundo de las imágenes, procedente del aparato tecnológico e invasor del hombre, absorbe a éste y lo satisface, a la par que le impide actuar en forma efectiva.
Puede que el mundo mítico haya sido creado partiendo de lo interior y como una transposición tendiente a la coherencia y a la explicación del mundo natural, ¡pero estos dos elementos tampoco son ajenos a los mitos de nuestra época! En efecto: hay que actuar, pero donde es posible, con la ilusión de cambiar el mundo y la vida. Hay que proyectar en el cielo de la Utopía todo cuanto nos está vedado, todo lo que posiblemente jamás lograremos comprender.