Sonó el teléfono móvil, era el aviso de que un whatsapp procedente de mi gestor financiero me aconsejaba cambiar una inversión para no seguir perdiendo capital pues mi fondo de inversiones ya había volatilizado tres cuartas partes de mis ahorros de toda la vida y no podía permitírmelo.
Al poco tiempo, un correo electrónico me advertía de que las facturas acumuladas del mes superaban el haber en mi cuenta corriente y se iban a devolver unas facturas: el banco me proponía cubrir el descubierto con un interés de dos cifras.
No terminaba de informar al banco de que aceptaba desangrarme -¡qué iba a hacer!- cuando entró una llamada telefónica. En este caso llamaban de la oficina de Recursos Humanos de mi empresa, porque yo era un privilegiado, tenía una empresa en la que trabajar; claro, que a partir de esa llamada iba a dejar de tenerla, o más bien, la empresa había decidido dejar de tenerme a mí.
Me entraron sudores fríos. En el hasta entonces azul cielo aparecieron unos nubarrones y la suave brisa en la cara se tornó violento tornado que hizo que mi seguridad, hasta entonces tan firme, me abandonara.
De repente, desperté. Menos mal, era un terror nocturno. Nada de lo soñado había pasado rrealmente. En ese momento, en mi todavía oscuro dormitorio, miré la hora en mi teléfono móvil que estaba en la mesilla de noche. En su pantalla, vi un mensaje whatsapp de mi gestor financiero que no quise abrir, un correo de mi banco que no quise leer y una llamada perdida que no me atreví a contestar.
Vivimos -nos obligan- a vivir tan rápido y con tanta levedad que me hizo reflexionar:
¡Qué ligera es la delgada línea que separa la realidad del sueño! Realidad y sueño forman parte de la vida, de la misma vida.Y, tú lector: ¿Crees que a ti nunca te pasará esto?
Ilustración: Antonio Marín (c). Más imágenes originales en http://dibuloco.wordpress.com/
Reflexión: Alfredo Abad Domingo (Twitter: @AlphesTIC, https://twitter.com/AlphesTIC, #CuriositaTICs).