Todas las hijas (sobre todo las hijas, seamos sinceros) llevan escuchando el mismo discurso de labios de sus padres desde hace décadas: no debes frecuentar las calles de noche, no debes volver demasiado tarde a casa, los peligros acechan, no se sabe con quién te puedes encontrar a esas horas, desconfía de quien se arrime por sorpresa o te formule preguntas extrañas, mantente alerta… Laura, desde luego, no puede ser una excepción. Es una muchacha como cualquier otra de su edad, que tiene un amor en la mente, con quien no se termina de sincerar (Nacho); una amiga más coqueta de lo que a ella le parece prudente (Inés); y una madre que, desde el abandono paterno, se muestra aún más protectora (Blanca). En ese ambiente, y sin que nada anticipe el horror, una noche le esperará una sorpresa cuando vuelva a casa después de una fiesta: un coche que se aproxima por su espalda, una voz que reclama su atención, un golpe despiadado en la cabeza y, por fin, sentirse cogida, introducida en el vehículo y transportada en mitad de la oscuridad hacia quién sabe dónde. Se inicia así una pesadilla en la que varios personajes se irán implicando con rapidez: una cartomante de 22 años que comienza a tener visiones sobre los avatares del secuestro; el director de un instituto de enseñanza (“IES Hipólito G. Navarro”, lo rotula la autora, como homenaje al excelente cuentista onubense), que lleva años enamorado de la madre de Laura; un sargento de la guardia civil que se muestra dispuesto a seguir cualquier pista para resolver los casos; un falso vidente cuyo peculiar nombre (“Mágico Bermúdez”) ya esconde en sí mismo la semilla de lo patético; un alcalde tan noble como querido por sus conciudadanos (Paco García); el médico forense Sebastián Figueras, espectador de los hechos; y hasta un escritor (guiño para seguidores) que está construyendo la historia novelesca de una chica llamada Irina... Con todos ellos compone Care Santos una novela donde se aborda una temática tan espantosa, inquietante y de cruel actualidad que resulta difícil no cambiar en nuestra mente el nombre de la protagonista por el de su más reciente actualización periodística. Dos avisos importantes: el primero, que nadie olvide durante la lectura la cita con que se abre la obra (“Hay personas, entre las que me cuento, que detestan los finales felices. Nos sentimos engañados. El mal es la norma”. Vladimir Nabokov); el segundo, que no desdeñe las páginas últimas, donde se ofrece un resumen del futuro de todos los personajes que aparecen en la obra. No constituye un simple añadido, sino un complemento riquísimo desde el punto de vista argumental y psicológico… Como es lógico, los miembros del jurado del premio Gran Angular del año 2004 no tuvieron demasiadas dudas a la hora de concederle el máximo galardón. Y acertaron.
Todas las hijas (sobre todo las hijas, seamos sinceros) llevan escuchando el mismo discurso de labios de sus padres desde hace décadas: no debes frecuentar las calles de noche, no debes volver demasiado tarde a casa, los peligros acechan, no se sabe con quién te puedes encontrar a esas horas, desconfía de quien se arrime por sorpresa o te formule preguntas extrañas, mantente alerta… Laura, desde luego, no puede ser una excepción. Es una muchacha como cualquier otra de su edad, que tiene un amor en la mente, con quien no se termina de sincerar (Nacho); una amiga más coqueta de lo que a ella le parece prudente (Inés); y una madre que, desde el abandono paterno, se muestra aún más protectora (Blanca). En ese ambiente, y sin que nada anticipe el horror, una noche le esperará una sorpresa cuando vuelva a casa después de una fiesta: un coche que se aproxima por su espalda, una voz que reclama su atención, un golpe despiadado en la cabeza y, por fin, sentirse cogida, introducida en el vehículo y transportada en mitad de la oscuridad hacia quién sabe dónde. Se inicia así una pesadilla en la que varios personajes se irán implicando con rapidez: una cartomante de 22 años que comienza a tener visiones sobre los avatares del secuestro; el director de un instituto de enseñanza (“IES Hipólito G. Navarro”, lo rotula la autora, como homenaje al excelente cuentista onubense), que lleva años enamorado de la madre de Laura; un sargento de la guardia civil que se muestra dispuesto a seguir cualquier pista para resolver los casos; un falso vidente cuyo peculiar nombre (“Mágico Bermúdez”) ya esconde en sí mismo la semilla de lo patético; un alcalde tan noble como querido por sus conciudadanos (Paco García); el médico forense Sebastián Figueras, espectador de los hechos; y hasta un escritor (guiño para seguidores) que está construyendo la historia novelesca de una chica llamada Irina... Con todos ellos compone Care Santos una novela donde se aborda una temática tan espantosa, inquietante y de cruel actualidad que resulta difícil no cambiar en nuestra mente el nombre de la protagonista por el de su más reciente actualización periodística. Dos avisos importantes: el primero, que nadie olvide durante la lectura la cita con que se abre la obra (“Hay personas, entre las que me cuento, que detestan los finales felices. Nos sentimos engañados. El mal es la norma”. Vladimir Nabokov); el segundo, que no desdeñe las páginas últimas, donde se ofrece un resumen del futuro de todos los personajes que aparecen en la obra. No constituye un simple añadido, sino un complemento riquísimo desde el punto de vista argumental y psicológico… Como es lógico, los miembros del jurado del premio Gran Angular del año 2004 no tuvieron demasiadas dudas a la hora de concederle el máximo galardón. Y acertaron.