Tapada con una manta que no era de cuadros, como las que una castañera que se precie lleva siempre, pero enfundada en gorro y chal, ella no sabía que el aroma de su dulce es para mí el recuerdo de alguien al que hace años que no veo y cuya ausencia a veces me acompaña con un dolor quedo, de esos nostálgicos de tarde otoñal y leche caliente acurrucada...
No lo sabe, pero quise resistirme -indómita, troyana- a la tentación de la carnosa pulpa caliente y la cáscara ennegrecida por el humo, y por eso pasé por delante varias veces, en mi camino para cumplir con varios recados mañaneros.
Y no lo sabe, pero al final cedí, creo que al recuerdo de una tarde en Madrid:
- Negre, nos volveremos a ver y entonces pasearemos y comeremos castañas juntos...