Los orígenes de la caballería medieval (I)

Por Selva Del Olvido

Es evidente que cuando hablamos de un periodo histórico concreto, los cuales hemos de recordar que quedan establecidos en la mayoría de las ocasiones por un sistema totalmente subjetivo para facilitar la mejora del estudio en su conjunto; solemos unirlo a una serie de elementos que parecen indisolublemente unidos a él. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, con la Edad Media y la que, quizás, sea su institución más representativa en Europa: la caballería.
Pese a que dicha institución se nos presenta como algo común e innato de la Edad Media hemos de huir de este tipo de prejuicios y comprender que un fenómeno de esta entidad sólo puede producirse en circunstancias políticas, económicas y sociales muy concretas. En efecto, y pese a la idea tradicional que suele presentarse, la caballería surge en el s. XI y sólo adquiere la forma que presenta en el imaginario colectivo actual en la Baja Edad Media.
Este nuevo concepto, el del caballero, sólo podría producirse en las particulares condiciones económicas y políticas que plantea el feudalismo aunque la idea se venía fraguando desde hacía bastante tiempo. Y en la formación de la figura caballero medieval la Iglesia tendrá un papel fundamental. Todo el sistema de valores de este “paladín de la fe” que toma forma ahora se asienta sobre valores cristianos.

Tras la etapa de violencia imperante a lo largo de toda la alta Edad Media la Iglesia católica contempla la necesidad de controlar a las aristocracias guerreras que dirigen ahora lo que había sido la parte Occidental del Imperio. Por ello se va configurando el concepto de “milites Christi” (soldados de Cristo). Este papel triunfa al ser asumido por Carlomagno y los hombres de su ejército que se presentan a sí mismos como combatientes cristianos que luchan contra paganos e infieles. Las medidas para controlar a estos belicosos aristócratas continúan por esa línea, siendo claro ejemplo de ello medidas como la Paz de Dios que se establece en torno al año mil.
Pero tras comprobar como estas medidas se quedan cortas por sí mismas la Iglesia decide dar un paso más allá y construir toda un complejo sistema de valores y de comportamiento que va a presentar un éxito que, sin duda alguna, fue inesperado.