Los orígenes de la caballería medieval (II)

Por Selva Del Olvido


Como ya vimos en el último artículo dedicado a esta temática los orígenes de la caballería respondían tanto a un contexto concreto, que no es otro que el de la Europa feudal, como a la necesidad de la Iglesia de establecer un control sobre las élites dirigentes de la sociedad. Ya presenciamos todas las medidas adoptadas, pero será en la Plena Edad Media cuando las bases de esta nueva institución se perfilen finalmente.
En noviembre de 1095, en el Concilio de Clermont, se da un paso importante en este sentido. El Papa Urbano II encuentra, con la promulgación de lo que será conocido como Primera Cruzada, la forma de utilizar el ardor guerrero de estos caballeros a favor de una empresa útil para toda la Cristiandad. Se recalca, a lo largo de dicho Concilio, como hombres que hasta ahora sólo habían sido pecadores pasan a formar ahora parte de las huestes de la Cristiandad y de la propia Iglesia. Los hombres que caen en este tipo de guerra son mártires y los que no lo hacen regresarán a casa como verdaderos mártires de la fe.
Pero el proceso va aún va más allá. Desde el siglo X vemos como los círculos intelectuales, ligados siempre al monasterio y su scriptorium, crean una división social en tres estamentos diferenciados (sobre esto puede verse el artículo que presentamos sobre la trifuncionalidad europea) en el que los bellatores o guerreros se caracterizan por ser los protectores de los dos órdenes. Con las cruzadas se consigue dar un canal a la violencia de estos hombres y, de paso, establecer un férreo control sobre ellos.

El culmen de toda esta situación se produce con posterioridad a la Primera Cruzada. De esta manera nacen las órdenes militares de Tierra Santa, cuyos caballeros presentan el doble ideal: son monjes y caballeros al mismo tiempo. Para la caballería de todo Occidente éstos deben ser el máximo ejemplo de virtud dentro del sistema de valores que impone la caballería. Las máximas autoridades eclesiásticas de la época se encargan de reforzar esta vía, mostrando a los miembros de estas órdenes como los verdaderos caballeros de Dios tal y como se refleja en el Laude Novae Militiae ad milites templi (Elogio a la nueva milicia Templaria) de Bernardo de Claraval: “Estos hombres suaves como corderos, son fieros como leones“.
Sin embargo, el proceso no concluye aquí. Elementos como el amor cortés y la cultura juglaresca de la época dan una forma muy concreta a la caballería, cuya existencia puede contemplarse, en algunos círculos, hasta bien entrado el Renacimiento.