Los padres tienen la culpa

Por Chico_f32
Diez informadores acuden a los campos de incógnito cada semana para espiar y tomar nota de todo lo que pase en la grada El 80% de los casos de violencia infantil en el fútbol son provocados por los progenitores de los jugadores, según un estudio de la Federación Murciana Los informes de la Federación constatan que las madres son a veces las más virulentas ¡Dale fuerte! es uno de los 'gritos de guerra' más habituales en partidos de niños Quieren figuras antes que jugadores, 'messis' antes que 'pepes'. El dedo apunta y apunta a ellos: los padres, que con su actitud eruptiva, vehemente de más, hacen del campo un ring e incendian los partidos. Insultos, vociferaciones, quejas. La munición es inagotable y se sirve subida de tono. Llegado un momento el niño atiende más al padre que al balón, se siente presionado y acaba inflamado por la metralla que le llega de la grada. Salta la chispa. Una falta casi inapreciable, un roce mínimo, cualquier lance del juego ya no es lance, sino mecha. El niño, aturdido primero, hierve después. Llega el rifirrafe, la gresca. Se arma el taco. Así ocurre hasta en un 80% de los casos. La mecha existe y se sabe quién empuña el mechero: ¿Los propios jugadores? No. Los mismos padres. El gran número de conflictos en el deporte infantil, con casos tan frecuentes como virulentos, hizo saltar las alarmas en la Federación Regional de Fútbol, que hace un año puso en marcha una campaña para educar a los padres. Las quejas de los clubes eran torrenciales. No podían hacer nada. «Un año después hemos constatado lo que nos temíamos: los padres son el principal problema. Hasta un 80% de los tumultos nacen en ellos», dice Bartolomé Molino, presidente del Comité Antiviolencia y principal responsable de la campaña, respaldada también por la Dirección General de Deportes. Una pila de informes, y un año da para muchos, no deja lugar a dudas. Hasta diez informadores se encargan cada semana de 'taquigrafiar' los campos de la Región, en partidos que van desde Preferente hasta las categorías de menor edad. Escogen los campos al azar y sin previo aviso. Nadie en el club lo sabe. Durante el partido recogen lo que se dice, se quedan con quién, atienden si también los directivos o empleados del club incitan a actitudes reprensibles. Con todo ello elaboran un informe que el Comité Antiviolencia analiza cada semana. El único problema es que el Comité no tiene capacidad coercitiva sobre los padres: «No podemos actuar directamente sobre ellos. Lo que hacemos es dar un aviso al club para que tome medidas. Si la violencia parte de un directivo o un jugador, entonces sí actuamos. Proponemos sanciones», dice Molino. Un dato curioso: «Aun a riesgo de que me tachen de machista, los informes prueban que las madres, en un alto grado, son más viscerales que los padres. Gritan más y de forma más desaforada porque comprenden menos que su hijo está en un deporte de contacto, donde existen faltas, roces o pequeños encontronazos». En categorías inferiores los campos son pequeños y el público escaso. Resultado: todo se oye, nada escapa al oído. «Hay insultos para todos los gustos», aclara Molino. ¡Dale fuerte! es uno de los 'gritos de guerra' más oídos. No es el que peor suena, porque no es un insulto, pero encierra más hostilidad que cualquiera de ellos, porque incita a una agresión directa. El grito de auxilio llega muchas veces de los propios clubes, en ocasiones reductos de tamaño poco más que familiar en el que hay demasiada confianza para la reprimenda. «No se atreven. Muchas veces son clubes donde se conocen todos, jugadores, directivos y padres. No quieren meterse en problemas con el vecino al que luego ven todos los días en la calle», explica el presidente del Comité Antiviolencia. También charlas ¿Qué hacer entonces? Tachada la casilla de multa, queda agarrarse a la palabra: educar. La campaña de la Federación se ha completado con charlas a los padres en las escuelas que lo han pedido. «Hay que concienciar. No nos queda otro remedio. Hacer ver a los padres que una actitud beligerante en la grada no ayuda al niño, más bien lo frena», dice Molino. Más que en un campo, el niño juega al fondo de una olla a presión. Los informes lo refrendan: el padre espectador es en muchos casos un padre en pie de guerra. Sus gritos son de todo menos didácticos, porque no ayudan al jugador, lo encrespan y a una edad que necesita aprender antes que ganar. Donde debería tener un profesor, hay un chillido. El peor ejemplo.                     Artículo publicado el 19-11-2010 en el diario “La Verdad” de Murcia.