Los papeles de Aspern - Henry James

Publicado el 06 julio 2017 por Rusta @RustaDevoradora

Edición:Alba, 2009 (trad. Catalina Martínez Muñoz)Páginas:168ISBN:9788484284840Precio:16,00 € (minus: 10,00 €/ e-book: 6,99 €)
En apenas tres meses he leído cuatro novelas de Henry James (Nueva York, 1843 – Londres, 1916), de quien hasta entonces solo había disfrutado (por dos veces) de su conocida nouvelle gótica Otra vuelta de tuerca (1898), un referente del género de fantasmas que, además, tiene muchos elementos en común con Los papeles de Aspern (1888), publicada justo diez años antes. He leído cuatro libros, decía, pero bien podrían haber sido más; me he obligado a parar porque no quería agotarlo ni agotarme tan rápido (aunque, tratándose de un novelista prolífico, me habría quedado Henry James para rato de todas formas). Mucho tiene que interesarme un autor para hacer esto, para dejar de lado los títulos pendientes, saltarme el orden de lectura autoimpuesto y buscar, ansiosa, otra obra suya. Si hay un escritor por el que merezca la pena volverse un poco loco, obsesionarse, alucinar (sí, he dicho alucinar), ese es Henry James.No solo es un intelectual brillante y autor todoterreno (novela, cuento, crítica, correspondencia, libros de viajes, ¡incluso hizo una incursión —poco fructífera— en el teatro!), sino que tiene la particularidad de encontrarse, en más de un sentido, entre dos mundos. Aunque nació en Estados Unidos, en el seno de una familia acaudalada de origen irlandés, en 1875 se instaló en Inglaterra, de donde más tarde adoptó la nacionalidad. Este cruce de culturas, entre el viejo continente y la emergente sociedad norteamericana, está presente, en mayor o menor medida, en toda su producción. Por otra parte, su obra se sitúa entre el siglo XIX tardío y los comienzos del siglo XX; presenta influencias del realismo precedente, pero a la vez incorpora un profundo análisis psicológico, del que fue pionero en lengua inglesa, junto con Edith Wharton; una innovación que lo conecta con las corrientes literarias posteriores. Su obra destaca asimismo por su estilo elaborado, irónico, sutil, de espléndidas frases largas y ramificadas; y por la abundancia de personajes femeninos, con una caracterización magnífica.
Entrando en materia, Los papeles de Aspernpodría ser la hermana de Otra vuelta de tuerca. De nuevo, suspense; de nuevo, un narrador no confiable; de nuevo, una mujer soltera, sexualmente reprimida. Lo que no hay son fantasmas, si bien del palacio veneciano decadente donde se instala el protagonista bien cabría esperarlos. Todo comienza cuando un joven editor estadounidense, obsesionado por el poeta Jeffrey Aspern, ya fallecido, viaja a Venecia para conocer a la que fue la musa de su ídolo, Juliana Bordereau, una anciana que vive recluida en el viejo caserón con su sobrina Tina, una solterona de mediana edad, tímida y discreta («… un aire de muchacha incompetente y poco responsable que contrastaba de un modo casi cómico con su avejentada apariencia. No era un ser frágil, como su tía, y sin embargo me pareció mucho más inútil, pues era la suya una debilidad interior», p. 44). El editor, que narra la historia en primera persona sin revelar su nombre, se las ingenia para pasar una temporada con ellas. No oculta sus intenciones al lector: quiere ganarse la confianza de las mujeres para conseguir unos papeles de Aspern que guarda la señora, aunque para ello tenga que usar malas artes. No obstante, su codicia se le vuelve en contra. El editor comete un error, fruto de su ingenuidad, al plantear su estrategia: no cuenta con el carácter de sus anfitrionas. No cuenta con su picardía, ni con los lazos afectivos que surgirán entre él y Tina. No cuenta con ellas como sujetos activos. Este narrador no confiable entraña una ironía tan cómica como demoledora: pretende ser escritor, pero en realidad no ha conseguido nada relevante («Escribir libros, a menos que uno sea un gran genio (¡incluso en ese caso!), es el peor camino para hacer fortuna. Creo que la buena literatura ya no da dinero», pp. 107-108). Se identifica, o se quiere identificar, con su ídolo Aspern, de quien valora que fuera un fundador de la literatura estadounidense, hasta el punto de imitarlo, quizá de forma inconsciente, en su vida personal: Aspern mantuvo una relación con Juliana y él comienza una con la sobrina de esta. Tiene un punto patético, esta faceta de admirador con ínfulas; pero él se esfuerza por convencer tanto al lector como a las mujeres con su labia y su erudición. Toda la obra está construida sobre la ambigüedad de este punto de vista, un narrador que no revela algunos aspectos de sí mismo ni conoce los verdaderos pensamientos de ellas. Tampoco llega a descubrir la naturaleza de la relación entre Aspern y Juliana; tan solo insinúa la deshonra que ha perseguido a la mujer desde entonces. Pura sutileza.
Cuando se instala en el palacio, el narrador descubre la dinámica de encierro voluntario y aislamiento que llevan las mujeres («Vivimos en un silencio aterrador. No sé cómo pasan los días. No tenemos vida», p. 55). Juliana es una anciana terca y desconfiada que apenas se deja ver, mientras que Tina, más receptiva, traba amistad con él. En cierto modo, Juliana vive en el recuerdo y Tina se ha negado la posibilidad de tener una vida propia. Tina representa el arquetipo de solterona habitual en el autor, tanto en relatos góticos, como la mencionada Otra vuelta de tuerca, como en novelas de costumbres como Washington Square (1881): una mujer que ya no es joven, apocada, recelosa, torpe en sus relaciones con los demás, abnegada en el cuidado de su tía, necesitada de afecto y experiencias, necesitada de calle, pero a la vez con miedos que la empujan a mantenerse recluida. Es más triste (toda la obra lo es) que su homóloga de Washington Square. Otra marca de la casa es el choque cultural: tanto el narrador como sus anfitriones proceden de Estados Unidos, pero, por diferentes motivos, han experimentado una pérdida de identidad. Ellas llevan décadas sin pisar su tierra, aunque tampoco se puede decir que se hayan «adaptado» al continente; viven ancladas en un pasado que ya no existe. Él, a su manera, también está inmerso en el pasado, en la vida y la obra de un escritor muerto al que idolatra. No es casual que la acción se desarrolle en Venecia, una ciudad emblemática de Europa, donde el autor residió un tiempo.

Henry James

El final es una lección magistral del precio que se paga por poner el interés por delante del corazón, un mensaje que concuerda con la atmósfera lúgubre que se palpa desde el principio. Henry James no solo construye una excelente novela gótica (con su información bien dosificada, su fino misterio, su ambigüedad, su tensión in crescendo, su desenlace cruel y despiadado —sin necesidad de seres sobrenaturales—), sino que invita a reflexionar sobre la sed de poder y la vanidad, las relaciones malintencionadas y el modo (perverso) en el que pueden darse la vuelta; temas que, por mucho que haya pasado más de un siglo, no han perdido vigencia. Su estilo digresivo, refinado, preciso y elusivo está en su máximo esplendor (sus lectores suelen coincidir en que sus novelas breves y sus cuentos han perdurado mejor que las más extensas; he aquí una prueba de ello). Los papeles de Aspern es una obra maestra de Henry James. Mejor dicho: otra obra maestra.Fotografías de la adaptación al teatro de 1984, con Vanessa Redgrave y Christopher Reeve en los roles principales.