Después de haber leído algunos trabajos de Ian Gibson (bastantes trabajos, en realidad) dedicados a la memoria de Federico García Lorca, sabía perfectamente que fue fusilado en agosto de 1936 junto a un maestro y dos banderilleros; y que con ellos fue enterrado en el barranco de Víznar, en medio de un secretismo cuyos detalles nunca han sido del todo aclarados. Forzando la memoria, acudían a mi mente el nombre del maestro (Dióscoro Galindo) y el apellido de uno de los dos anarquistas taurinos (Galadí), pero poco más. Así que descubrir el volumen Los “paseados” con Lorca, de Francisco Vigueras y leérmelo, todo ha sido uno.Me he enterado en sus páginas de que don Dióscoro perdió una pierna cuando se le enredó la capa al bajar de un tranvía y éste le atrapó la extremidad contra los raíles, teniendo finalmente que amputársela para evitar la temida gangrena. Y que cambió varias veces de destino como maestro. Y que se preocupaba mucho por enseñar a leer y escribir a sus alumnos, casi todos provenientes de familias desfavorecidas. Y que varios años después de haber sido fusilado las autoridades franquistas continuaban la farsa de abrirle un expediente de depuración para apartarlo de la docencia.Y he descubierto también que los dos banderilleros (Francisco Galadí y Joaquín Arcollas) era activos sindicalistas vinculados a la CNT, y que se dedicaron a vigilar al comandante José Valdés, quien luego sería máximo representante de la represión fascista en la provincia de Granada, para detectar en él movimientos golpistas previos al 18 de julio de 1936.Un nutrido caudal de fotografías de descendientes y testigos de aquellos hechos completa un volumen lleno de interés, que se cierra con una exposición y un análisis muy amplios de la interminable polémica protagonizada por la familia Lorca, refractaria a que se busquen y exhumen los restos de Federico.
Después de haber leído algunos trabajos de Ian Gibson (bastantes trabajos, en realidad) dedicados a la memoria de Federico García Lorca, sabía perfectamente que fue fusilado en agosto de 1936 junto a un maestro y dos banderilleros; y que con ellos fue enterrado en el barranco de Víznar, en medio de un secretismo cuyos detalles nunca han sido del todo aclarados. Forzando la memoria, acudían a mi mente el nombre del maestro (Dióscoro Galindo) y el apellido de uno de los dos anarquistas taurinos (Galadí), pero poco más. Así que descubrir el volumen Los “paseados” con Lorca, de Francisco Vigueras y leérmelo, todo ha sido uno.Me he enterado en sus páginas de que don Dióscoro perdió una pierna cuando se le enredó la capa al bajar de un tranvía y éste le atrapó la extremidad contra los raíles, teniendo finalmente que amputársela para evitar la temida gangrena. Y que cambió varias veces de destino como maestro. Y que se preocupaba mucho por enseñar a leer y escribir a sus alumnos, casi todos provenientes de familias desfavorecidas. Y que varios años después de haber sido fusilado las autoridades franquistas continuaban la farsa de abrirle un expediente de depuración para apartarlo de la docencia.Y he descubierto también que los dos banderilleros (Francisco Galadí y Joaquín Arcollas) era activos sindicalistas vinculados a la CNT, y que se dedicaron a vigilar al comandante José Valdés, quien luego sería máximo representante de la represión fascista en la provincia de Granada, para detectar en él movimientos golpistas previos al 18 de julio de 1936.Un nutrido caudal de fotografías de descendientes y testigos de aquellos hechos completa un volumen lleno de interés, que se cierra con una exposición y un análisis muy amplios de la interminable polémica protagonizada por la familia Lorca, refractaria a que se busquen y exhumen los restos de Federico.