Tenía muchas ganas de leer algo de Marian Izaguirre y por fin lo he hecho."Los pasos que nos separan" es el primer libro que leo de la autora y, desde luego, no será el último. Lástima que cuando estuvo en mi ciudad la semana pasada no me diera tiempo a ir a verla.
Nos encontramos a finales de los setenta. Por un lado, conocemos a Salvador, un escultor octogenario y viudo que en el ocaso de su vida quiere emprender un último viaje para arreglar cuentas pendientes. Por otro, Marina, una joven universitaria que tras pasar un verano de excesos se queda embarazada sin estar muy segura de quién es el padre. Ante la falta de medios económicos para un posible aborto, decide buscar trabajo para poder llevarlo a cabo. Las vidas de Salvador y Marina se encuentran, naciendo entre ellos de forma inesperada cierta complicidad y empatía.Estamos ante una historia transgeneracional cuyos detalles conoceremos poco a poco. Viajaremos a Trieste (Italia) a los años 20 y conoceremos la vida de Salvador cuando era joven. Un día conoce por casualidad a Edita, una mujer eslovena casada de la que no puede evitar enamorarse. Un amor cargado de obstáculos políticos, sociales y personales, detalles que la joven Marina irá sabiendo poco a poco. Me ha encantado el estilo de Marian Izaguirre, maneja los dos hilos temporales de la novela en perfecto equilibrio, es un estilo elegante a la vez que sencillo y evocador, pero lo que más destaca en mi humilde opinión es su capacidad de inyectar humanidad a sus personajes, haciéndolos reales, creíbles. Aquí no hay ni buenos ni malos, no hay reglas sobre el bien y el mal ("He visto a hombres malos hacer cosas buenas y a hombres buenos hacer cosas malas"). Aquí encontraremos personas normales y corrientes que, en el intento de ser coherentes consigo mismas, con lo que sienten, sufren y hacen sufrir a quienes le rodean. La autora trata temas como el amor y la maternidad sin adornarlos ni endulzarlos.
Equivocarse y rectificar es un derecho que todos deberíamos tener, y de eso habla esta novela, de asumir las consecuencias de nuestros actos y vivir de forma cordial con ellas. Porque la felicidad a menudo no es plena, sino relativa. Porque hay heridas que marcan para siempre. Porque la vida es imperfecta, como el ser humano, y porque entre el blanco y el negro de los pasos que nos separan siempre hay una escala de grises donde situarnos, y eso es lo que hacen Salvador, Edita y Marina.