Después del éxito de La vida cuando era nuestra(Lumen, 2013), Marian Izaguirre (Bilbao, 1951) firma una novela que apuesta de nuevo por la narración en dos tiempos, los escenarios convulsos de diversos países, los personajes marcados por la culpa, los fuertes lazos de amor y amistad, y las sutiles referencias artísticas. Al más puro estilo Kate Morton, aunque con un tono más sereno y sosegado, Los pasos que nos separan conecta un romance apasionado del pasado con la frescura de una generación más joven que busca respuestas, sin saberlo, en esos tiempos lejanos. En esta ocasión no hay librerías de viejo ni se respira la angustia de la posguerra española, pero la elegancia de la autora y su habilidad para penetrar en el desasosiego de los protagonistas se mantienen intactas.¿Qué más dan las mentiras sobre uno mismo cuando todo está aún por inventar?*
L'Annunziata, Messina (1475).
Las relaciones intergeneracionales, por otro lado, constituyen un punto destacable gracias a la amistad entre el Salvador anciano y Marina. Comienzan su trato como dos extraños, dos personas de edades y sexos diferentes que a primera vista no tienen nada en común. Con todo, poco a poco sacan a la luz lo que callan y la distancia se reduce. Esta camaradería muestra cómo dos generaciones, dos formas distintas de ver el mundo, pueden enriquecerse mutuamente, tal y como ocurría con Alice y Lola en La vida cuando era nuestra. Izaguirre domina el diálogo, esos momentos de interacción (y de silencios) en los que se descubre al otro. Sucede algo parecido con Salvador y Edita, en su caso por no compartir origen. Él debe aprender, y aprende, el agitado ambiente en el que se ha criado su amada, que determina de manera inevitable su futuro.Ahora que la vida iba en serio podía, a pesar de todo, imaginar que le ocurrirían otras cosas y que no todas iban a ser malasMás allá de estas interpretaciones, Los pasan que nos separan es también una interesante inmersión en dos épocas y sus manifestaciones culturales. En los años veinte, Trieste, el arte pictórico y escultórico de los maestros italianos (el cuadro L’Annunziata, de Antonello da Messina, protagoniza un misterio ligado al destino de los amantes), las manifestaciones lideradas por Gabriele D’Annunzio y los movimientos secretos de los eslavos. En los setenta, en una Barcelona moderna, la liberación de costumbres de la juventud («cuando había que ser inconsciente y despreocupada por obligación», pág. 99), acompañada de la música de la Companyia Elèctrica Dharmay las salidas a la sala Zeleste. Escenarios que laten en Salvador y Edita, en Marina y sus amigos. La autora introduce los datos históricos con perspicacia, siempre al servicio del relato y nunca como descripciones farragosas.Hay cosas que tienen que suceder para que podamos crecer después del batacazoMarian Izaguirre
La narración, por su parte, depara alguna que otra sorpresa. La mayoría del texto se asemeja a una tercera persona convencional; ahora bien, en algunos párrafos los personajes (Salvador, Marina y alguien más) ponen su propia voz, expresan lo que sienten con sus palabras, un recurso que añade intensidad, como en los continuos «Me llamo Marina y estoy embarazada», y que conforma un pequeño juego que culmina en el último capítulo. Por lo demás, Izaguirre sigue en su línea, con un estilo pulcro y depurado, un ritmo ágil, un equilibrio perfecto entre tranquilidad e intriga, entre placidez y conmoción. En cinco palabras: una novela escrita para disfrutar. Y para no perdérsela.*Las citas en cursiva se encuentran en las páginas 32, 34, 82, 109 y 152.