Nos encontramos ante una miniserie atípica. En primer lugar por su formato, con tres capítulos que tratan historias totalmente independientes y protagonizados por distintos personajes y actores. Y en segundo lugar por su temática común: los peligros del abuso (o mal uso) de la tecnología.
Así, en el primer capítulo veremos a un Primer Ministro abrumado por los acontecimientos tras conocer el secuestro de la Princesa de Inglaterra y las extrañas peticiones de los secuestradores (atentos a los créditos finales, donde reside la verdadera clave del capítulo). En el segundo nos enfrentaremos a un mundo en el que la gente vive para pedalear en una bicicleta estática, en la cual ganan créditos en función de su cantidad de ejercicio que les sirven para comprarse todo tipo de objetos (tanto materiales como virtuales), y cuyo único objetivo en la vida es ganar un reality show. Y, por último, avanzaremos a un futuro en el que se implanta un chip a la gente, el cual graba todo lo que captan sus ojos las 24 horas del día, permitiendo a su usuario rebobinar, avanzar a cámara rápida o detenerse en todos los momentos que ha vivido.
Los actores elegidos, desconocidos para el gran público en su inmensa mayoría, cumplen sus roles de manera adecuada, sin realizar una interpretación brillante en ningún caso, pero consiguiendo el tono adecuado para no restar credibilidad al conjunto. Lo mismo ocurre con la dirección, el montaje o la banda sonora, sin sobresalir especialmente acompañan de manera adecuada a la historia.
En definitiva, estamos ante otra muestra del buen hacer británico ("Doctor Who", "Sherlock", "Dead Set", por poner tres ejemplos relativamente comerciales), pues con unos medios relativamente escasos (al menos en comparación con las grandes producciones norteamericanas) consiguen crear producciones que igualan el nivel de éstas e, incluso, que lo superan.