Entre los cantantes norteamericanos de primera línea surgidos desde los años sesenta, Hendricks destaca como la menos preparada en técnica vocal. Poseedora de una voz limitada en todos los sentidos, paupérrima de colorido y expansión, la falta del adecuado sustento técnico la convertía en la típica soprano que pretende pasar por lírica y apenas llega a ligera. De una extensión demasiado exigua para justificar su levedad y afeada además por un vibrato caprino irregular, uno apenas es capaz de encontrarle una virtud que pudiera haber llamado la atención de tantos directores de orquesta y teatros. Las discográficas, además, parecían muy convencidas de la versatilidad del producto, ofrecido con idéntica grisura en todos los géneros posibles. Ms. Hendricks anticipó además el modelo actual de cantante que consagra como exquisitos el aburrimiento y el anonimato expresivo.
En el año 2000, tras una ya larga carrera, un nuevo misterio se sumó al caso Hendricks al serle concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Artes (la Légion d'honneur ya había llegado en 1992). Sin haber nunca gozado de un prestigio especial entre los aficionados ni mucho menos haber sido conocida por el gran público español, uno podría preguntarse por los motivos de un galardón anteriormente otorgado a músicos tan universales como Larrocha y Caballé. Las conjeturas conducen a la influencia de su esposo y agente, un diplomático sueco. Mucho, sin embargo, sigue sin explicarse sobre el resto de su trayectoria profesional.Barra libre de opiniones, m?sica y lo que se me ocurra, que para eso es mi blog.