Los pequeños migradores

Por Naturalista
Después de las primeras nieves y de las lluvias abundantes que siguieron, por fin vuelve a salir el sol sobre nuestro monte mediterráneo, y ahora todos los pajarillos se afanan aprovechando las horas de buen tiempo para conseguir algo de la comida que no han logrado en estos días de tempestades. Toda la comunidad de aves invernantes está en movimiento: petirrojos y herrerillos trajinan por las copas de las encinas, más arriba de la altura de las ramas por donde se suele ver a las currucas. Los zorzales y las urracas cruzan de un arbusto a otro, bandos de torcaces pasan rápidamente por el cielo, y a lo lejos se oyen gangas, ortegas, mirlos... En esta época incluso los pedregales tienen su propio especialista, el colirrojo tizón (Phoenicurus ochruros, el de esta acuarela es un macho). Cada invierno, dos o tres parejas de colirrojos se instalan provisionalmente en torno a las alineaciones de rocas apiladas que delimitan un antiguo campo de cultivo, abandonado hace décadas e invadido por matorrales, en el borde del ecosistema. Como tantas especies de aves, los colirrojos sólo visitan el paraje en invierno, y se marchan en cuanto despunta la primavera. Lo mismo cabe decir de los reyezuelos, petirrojos, zorzales, escribanos montesinos, pinzones, herrerillos, alondras... Todos ellos tienen algo en común: son pájaros bastante pequeños. En comparación, muchas de las aves que pueden verse todo el año son medianas o grandes, como avutardas, sisones, torcaces, perdices, gangas y ratoneros, por citar unas cuantas especies. Y si lo pensamos tiene toda la lógica del mundo, porque, al igual que los más propensos a padecer el frío son los niños pequeños, las aves más menudas resultan mucho más vulnerables a las heladas que las de mayor tamaño. Un ser vivo pequeño tiene mucha superficie corporal comparada con su peso, y esa elevada relación superficie/volumen hace que pierda más calor que uno grande. Por eso esperaríamos que las aves que vienen a estas tierras huyendo del frío de los inviernos del norte fuesen mayoritariamente pequeñas. Un simple paseo por cualquiera de nuestros montes confirma esta sencilla expectativa, otro ejemplo más de que la naturaleza a menudo es más fácil de entender de lo que parece.