Parece que la práctica surgió en el siglo X. De las leyendas que circulan sobre cómo surgió la más extendida es la de que había una concubina, que era la favorita del emperador, que era famosa por sus pies diminutos. Otras mujeres decidieron empequeñecerse los pies para atraer al emperador.
A mí me parece más bien una costumbre nacida de algún tipo de fetichismo sexual. Si en nuestra sociedad parece que tener una talla de sujetador que sea A o B es una desgracia equiparable a nacer sin brazos, ¿por qué no podría ocurrir que en la China de los T’ang tardíos la mayor desgracia para una mujer fuera calzar más de un 35? Igual que nosotros encontramos muy eróticos los pechos grandes, algo parecido les ocurría a los chinos con los pies diminutos. Además existía la teoría de que los pies pequeños forzaban a las mujeres a andar de una manera que les desarrollaba algunos músculos muy interesantes en la vagina.
“Oliendo a perfume, esboza pasos de loto; y a pesar de su tristeza, camina con paso ligero.Baila a la manera del viento, sin dejar huellas físicas.”
Otro poema del siglo XIV dice:
“Agitada por la suave brisa, Su traje de seda flota y ondea.Flores de loto encerrados por un zapato tan estrecho,se creería que camina sobre las aguas del otoño.Por debajo de su falda, nunca se asoma la punta de su zapato,por miedo de que se vean sus bordados minúsculos.”
Así veían las cosas los hombres, que no habían tenido que torturarse durante años para tener unos pies diminutos. ¿Cómo las veían las mujeres? Existe un poema de contenido religioso denominado “La queja de la Dama Wang” en el que la autora relata su caminar por senderos de montaña:
“Abrupto, oh, abrupto,el agreste sendero lleno de curvas sobre el que lucho por poner mis pies de loto de tres pulgadas.Llanto, oh, llanto.”
“Cuando tenía siete años, mi madre (…) me lavó los pies, los cubrió de un ungüento y me cortó las uñas. Después retorció los dedos debajo de la planta [no lo especifica, pero obviamente para retorcérselos de esa manera tuvo que romperle los huesos] con una venda de tres metros de largo por cinco centímetros de ancho, empezando por el derecho y luego por el izquierdo. Me ordenó que anduviera, pero cuando quise hacerlo el dolor resultó insoportable. Esa noche me ardían los pies y no pude dormir; mi madre me pegó porque lloraba. Los siguientes días intenté esconderme, pero me obligaron a andar (…). Al cabo de algunos meses, todos los dedos, salvo el gordo, estaban aplastados contra la superficie interna (…) Mi madre quitó las vendas y me limpió la sangre y el pus de los pies. Me dijo que había que quitar carne para que los pies se volviesen muy estrechos (…) Cada dos semanas, cambiaba de zapatos. Cada nuevo par era un cuarto o medio centímetro más pequeño que el anterior (…) En verano los pies me olían horriblemente a causa de la sangre y el pus; en invierno los tenía fríos a causa de la falta de circulación (…), los cuatro dedos estaban encogidos contra el interior como otras tantas orugas muertas (…) hicieron falta dos años para que llegase al modelo de ocho centímetros (…) tenía las piernas finas, mis pies se habían vuelto arqueados, feos y hediondos.”
El dolor y los inconvenientes no se circunscribían a esos dos años, sino que durarían toda la vida. Era preciso asear los pies a diarios y cuidar muy bien las uñas de los dedos, para evitar que al crecer se incrustaran en la planta. Las vendas que ceñían los pies debían colocarse de manera que no cortaran la circulación. En lo sucesivo, al andar, el peso del cuerpo reposaría principalmente en el talón y el resultado sería un desplazamiento más inestable y fatigoso.
Pero siempre hay excepciones. Otra china contaba que su abuela nació a finales de la dinastía Qing y tenía grandes pies. Cuando tenía seis años su madre quiso empezar el proceso, pero la abuela se rebeló. Cada noche se quitaba las vendas. Al final la dieron por imposible. Ahora el gran problema sería buscar un marido para la niña de los pies grandes. Como la familia era próspera, encontraron a otra familia de la élite dispuesta a casar a su hijo con ella. Dado que en las familias ricas todas las hijas tenían los pies de loto, durante las negociaciones matrimoniales no surgió el tema del número que calzaba la niña. Cuando llegó la noche de bodas y el novio se quedó a solas con la novia, ésta levantó un poco el vestido para que le viera los pies. Esto en China era el colmo del erotismo… cuando tenías pies de loto. Cuando el novio vio que la novia calzaba como un cuarenta, salió despavorido. Consternación, discusión entre las dos familias. Se decidió que romper el compromiso a esas alturas sería una pérdida de cara inmensa para todos, así que se empujó al novio a que volviera a la cámara nupcial a cumplir como un machote. La novia, que no era tonta, se dejó de tonterías. Se quitó el velo de novia y todo lo demás y el novio debió de pensar que no se iba a perder aquello por una tontería de número de pie. Y al ataque y fueron felices y comieron perdices.