Los pobres no lloran y los encuentras por todas partes sentados, resignados, buscando en los contenedores de basura con la esperanza de encontrar algo que les pueda servir.
Los verdaderos pobres no lloran, ni gritan pidiendo limosna. No me refiero a los falsos pobres o mafias organizadas que pululan por nuestras ciudades y se disputan los sitios como salvajes para parecer desvalidos y conseguir dinero.
Hace no mucho tiempo iba a tirar un robot de juguete destartalado que no funcionaba y lo consideraba inapropiado para donarlo, me sorprendió cuando un pobre señor mayor que se encontraba por allí, me detuvo y educadamente me lo pidió. Al preguntarle el porqué me respondió que le parecía gracioso y lo llevaría con él. Me sentí desolada; sin embargo, fue el pricipio de una grata amistad, me comentó por donde solía estar y ahora, cuando tengo algo que no necesito, siempre lo encuentro y me recibe con una cálida sonrisa que me entristece por no poder darle más.
La desigualdad social me abruma, los pobres no lloran mientras los nuevos ricos lo hacen por cualquier bobada o contratiempo que les surja. Supongo que pensarán que como carecen de todo no tienen nada que perder y se equivocan. Los pobres mayores que no pueden trabajar y se encuentran en esa situación por diferentes razones, tienen más dignidad y educación que ellos. Si su posición cambiase, estoy segura de que su comportamiento sería detestable.