Este joven, que ha viajado desde Tokio, Vladivostok, Harbin (en aquellos años rusa, hoy china), Pekín, Shanghái, Hong Kong entre otros lugares, todo ello para tratar de completar las misiones de las que se encarga, como encargarse del reparto de 50.000 gorras que, sin saber cómo, se perderán y deberá buscarlas, todo ello dentro de una burocracia absorbente e inútil que, en el año 1920, en plena Gran Guerra, sacudidos y confusos e inmersos en un conflicto que cambiaría el rumbo del siglo XX.
Gerhardie narra las desgracias ocasionadas a una familia burguesa que, tras los cambios políticos, ha perdido todo y se encuentran en una incertidumbre, una estirpe de políglotas en horas bajas que viven como pueden con lo poco que tienen. Esa es la base que le sirve al escritor para describir las locuras y los desastres que les rodean a todos los singulares personajes de esta novela, unos estrambóticos que repiten la misma muletilla cada vez que tiene la ocasión, otros exóticos, singulares y por último otros inconscientes e incapaces de salir de la burbuja en la que viven, como la tía Teresa, incapaz de ser feliz sino es a través de provocar el sufrimiento a todos los que se encuentran a su lado, comenzando desde su caprichosa hija y terminando por los alocados generales que se cruzan en su camino. La traducción se encuentra a cargo de Martín Schifino quien ha conseguido una lectura de gran calidad debido a la dificultad del texto además incluye una introducción que describe las principales cualidades del texto y del escritor del mismo. En definitiva una novela que utiliza la guerra como telón de fondo para mostrar los errores de los bandos, sin justificar o condenar las decisiones de cada lado y el intervencionismo de las grandes potencias, todo ello para que resalten las extravagantes ocurrencias o las terribles desgracias que les suceden a estos singulares poliglotas. Evelyn Waugh llegó a decir: «Yo tengo talento, pero lo de Gerhardie es genialidad» y ella se aprecia en los diálogos que tienen un humor sutil al estilo británico además también fue aclamado por Graham Greene y H. G. Wells.
Recomendado para aquellos que les gusten las novelas que narran la historia de familias, aquí encontraran una que debido a los cambios históricos tratan de vivir como pueden en una época de convulsiones. También para aquellos que quieran descubrir una gran novela desconocida que desprende en sus textos como los de Vladimir Nabokov o Joseph Heller. Y por último para los que quieran descubrir a una singular familia, tan extraña como rara, del mismo modo, tan optimista como irónica. Como dice uno de sus personajes: Ah, c’est la vie!
Extractos:
Tras servir cierto tiempo a mis órdenes, el mayor, preocupado de que lo repatriaran, creó un departamento nuevo: una oficina de correos de la que se nombró a sí mismo jefe. Yo estaba a las órdenes de sir Hugo (se labró su fama en Vladivostok, quizá les suene). Mi jefe adoraba el «trabajo en equipo», y, además de los muchos expedientes ordinarios, atesoraba algunos expedientes especiales: había uno que conocíamos como «El Expediente Religioso», en el que guardaba documentos suministrados por metropolitanos, archimandritas y otros santos padres, y otro que aglutinaba la correspondencia relativa a unos discos de gramófono que un oficial canadiense había sustraído en una ocasión del comedor. Buena parte de nuestra labor consistía en enviar esos expedientes de un lado para otro, sin descanso. A veces el expediente del gramófono se perdía, a veces era el expediente religioso, y entonces sir Hugo se enfadaba sobremanera. O escribía un informe y el informe —tan laberíntica era nuestra organización— también se perdía. En una ocasión escribió un informe muy detallado sobre la situación local. Lo había corregido con mucho esmero; tras meditarlo mucho, había colocado un número adicional de comas; había borrado algunas de las comas tras pensarlo mejor; había mandado mecanografiar el informe y lo había corregido de nuevo cuando estuvo mecanografiado, insertando en los márgenes largos párrafos encerrados en círculos, para relacionarlos con el sitio al que pertenecieran mediante flechas punteadas que se cruzaban entre sí. El texto, a estas alturas, tenía la apariencia de una tela de araña.
Y por la mañana la tía Molly me pidió que no me sonara la nariz tan fuerte porque despertaba a los niños que dormían en la habitación de al lado. Mientras me afeitaba, Harry entró en mi habitación, seguido de cerca por Nora. —¿Sabes lo que me dijo Nora? —empezó—. Me dijo: «Buenos días su señoría». Y al notar mi cara enjabonada me suplicó: —¡Aféitame, aféitame! —¿Y cómo esta Natasha? —pregunté. Al oír eso su cara no mostró el menor entusiasmo. —No nos deja hacer nada —se quejó. —¿Cómo es eso? —¡Aféitame! —dijo. Y mientras le enjabonaba la cara se quedó callado, con una mirada de beatitud en sus ojos color nomeolvides. —Ahora afeita a Nora —dijo. —¿Tú quieres, Nora? —Sí. Y la enjaboné la cara. Me miraron vestirme sin interés. —¿Esto para qué sirve? —preguntaba Harry, señalando una liga. —¿Ezto para qué zirve? —preguntaba Nora. Lo que Harry hacía Nora lo hacía; lo que Harry decía Nora lo decía. —Mi papa tiene unos como estos —dijo Harry, señalando mis tirantes. —Mi papa tiene unoz como eztoz —dijo Nora. —Pero mejores —dijo Harry. —Pero mejorez —dijo Nora. —¿Quién es mejor, Nora o Natasha? —pregunté. —Yo —dijo él.
Editorial: Impedimenta Autor: William Gerhardie
Páginas: 384
Precio:22,75 euros