Por una temporada Rafael Hernández solo está disponible en el “más allá” de las redes digitales, en el extremo inasible de una cuenta de correo electrónico desde donde ratifica su buena voluntad para contestar las tres preguntas pactadas sobre Internet y Cuba. No queda entonces más remedio que un e-diálogo.
Su texto “Culturas políticas de comunicación en la era digital” es el provocador. Presentado como ponencia en noviembre de 2012, y a nuestro juicio poco difundido, su importancia podría ser proporcional a la que en su momento tuvo el artículo “Mirar a Cuba” (La Gaceta de Cuba, num. 5, sept-oct. 1995). Ambos pueden desencadenar la atención, desde las ciencias sociales en Cuba, a temas muy poco abordados en nuestro entorno: en 1995 la relación Estado-sociedad civil; en 2012, la relación Estado-sociedad civil/virtual(izada).
En este (con)texto Hernández construye un grupo de proposiciones más o menos generales que intentan pasar mensajes y recomendaciones a “intelectuales y dirigentes”, en función de lograr “renovar nuestra cultura de la comunicación”, que es en resumen el horizonte al que desea acceder el autor, desde una perspectiva politológica.
El marco de referencia inmediato son los imperativos sociotecnológicos y culturales que provienen –aunque esto no aparece explicitado en tu texto– de nuevas posibilidades de interacción, incluso más allá del ámbito estrictamente académico o intelectual, también con Estados Unidos, en la era de las redes.
En otras palabras lo expresa de modo más general cuando Hernández invita a considerar “las implicaciones y el significado de nuestra actual articulación con el mundo”, que conllevaría “una cultura política diferente a la que predominó hasta la década de los 80”.
De hecho, Culturas políticas… nace de lo que su autor llama “una experiencia reveladora”, al verse a sí mismo comunicado desde La Habana, vía Skype, con (en) un salón de conferencias en Harvard. Esta vivencia personal de acceso-accesibilidad, desde Cuba, a una solución digital/virtual de comunicación, estimuló en él el reconocimiento de que está en curso –acaso inevitablemente— una modificación del sentido y la operacionalización de la política como campo de actuación sobre un diseño social deseado/deseable/posible.
MR: Para los sujetos y los diversos grupos sociales en Cuba, ¿es imprescindible haber vivenciado este modo de info-acceso global para captar el contenido de estos cambios? ¿Cómo la sociedad cubana “corrige” –si puede— la falta de acceso, y consiguiente aprovechamiento de redes como Internet?
RH: Déjame reiterarme (mejor que citarse, decía Unamuno): el cambio de fondo (en la comunicación y en todo lo demás) ocurre en el contexto social de la política. En materia de comunicación, el principal ha sido la disolución de la línea divisoria adentro/afuera. Este cambio no depende de que todo el mundo esté conectado a internet; y no ocurre solo para los que sí lo están. Está claro que los cubanos residentes en la isla mantienen montones de vasos capilares con ese “exterior”, salen y entran, coexisten con casi tres millones de visitantes, tienen parientes y amigos afuera, pueden oír la BBC o Radio Nederland, y también, por cierto, usan el correo-e, donde tienen millones de cuentas, cifra que se subestima o se soslaya. El hecho es que no están en una cueva, adivinando lo que pasa afuera. Tomemos como ejemplo un caso reciente, el affaire Carcassés, objeto de tanta atención. Este revela (una vez más): 1) la existencia de una esfera pública “cubana” extendida, accesible incluso fuera de Cuba, en la cual la TV cubana puede ser captada en tiempo real por el resto del mundo; 2) el efecto de rebote (proveniente de afuera y de adentro) dentro de esta esfera ampliada, cuyo impacto incluye a aquellos que no estaban viendo la TV en Cuba y que no tienen conexión a internet; 3) la propagación instantánea del hecho, y sobre todo, de las reacciones ante él. Todos estos epifenómenos reflejan el nuevo cariz de lo político. Naturalmente, en términos políticos, el hecho relevante no es lo que el artista dijo en TV, sino la decisión de castigarlo, y muy especialmente, lo que esta decisión desencadena. Este nuevo orden revela la dinámica real de una esfera pública y un consenso, ante el cual la política no puede hacerse sorda, a riesgo de pagar costos muy altos. A mi juicio, la lección del caso es 1) para que haya cambios, la presión de la sociedad es (y seguirá siendo) lo fundamental; 2) todos los “costos” o “peligros” (que la vieja mentalidad atribuye a Internet) ya están ahí, cualitativamente hablando, aunque la mayoría de los cubanos no tengan conexión en su casa; 3) en cambio, no se reciben ninguna de las ventajas que se derivarían del acceso ampliado. Como se sabe, cuando no se organiza el espacio público, prevalecen otros canales, formales e informales, que a la larga, cuestan más. O sea, que si se mantiene la restricción al servicio de TV digital de satélite, prolifera “la antena”. El principio es el mismo de la propagación de los gases: el vacío es llenado por “otra cosa”.
MR: ¿Podría haber ocurrido que “intelectuales y dirigentes”, dada la imposibilidad acumulada de contar con el acceso a la comunicación digital en redes, hayan llegado a desfasarse irremediablemente en su comprensión de lo actual, de eso que llamas “sintonía con la época que vivimos”? ¿Comprometería esto su eficacia como reproductores de una hegemonía?
RH: Los dirigentes cubanos requieren sintonizarse no solo con las TICs, sino sobre todo con la existencia del nuevo tejido social y cultural, incluida una esfera pública ampliada. En ese tejido social y en esa esfera nuevas, los vibradores ideológicos no se contienen en el discurso político de las instituciones y los aparatos ideológicos del Estado, sino se han descentralizado y diversificado. Este cambio es fundamental no solo para la hegemonía, sino para la práctica de la política cotidiana. También para las ciencias sociales, es decir, para los intelectuales encargados de proveer una interpretación del proceso. Resultaría una simplificación identificar el vehículo del disentimiento con un medio determinado, como por ejemplo (para seguir con Carcassés como material de estudio), los músicos. Se trata de un proceso más complejo que un simple cambio de pista de sonido, digamos, donde el discurso que antes era mono, ahora es estéreo; sino de entender que la reproducción de la ideología conlleva ahora múltiples pistas. ¿Cuál es el desafío para los políticos? Ser capaces de tomar conciencia de la nueva situación, que responde a un cambio estructural, no a una circunstancia económica temporalmente adversa, ni a la politización de un sector determinado, que de pronto se convierte en “problemático”. Si fuera así, sería una “desviación” fácilmente tratable.
Por otra parte, los políticos no deben limitarse a aceptar Internet como un fenómeno inevitable, una especie de mal necesario; ni a adoptarlo como una nueva “arma de la lucha ideológica”, sino cambiar de actitud ante el disentimento, frente a un consenso político que ya es otro, fundamentalmente heterogéneo, contradictorio, que incluye el disentimiento como un ingrediente natural, y abarca los más diversos grupos sociales (más allá de músicos, artistas plásticos, narradores, y también de académicos, científicos, comunicadores). Este evento se convirtió en el affaire Carcassés por la reacción política que provocó, no por el insólito contenido de lo dicho por el músico. A no ser que alguien pueda demostrar que la idea de la democratización de los mecanismos del Poder Popular (incluida la elección directa del presidente), la crítica al autoaislamiento que propician algunas leyes, así como el cuestionamiento radical al sistema informativo, sean consideradas novedades jamás expuestas en ningún medio o espacio público. Debe recordarse que esa misma TV transmitió intervenciones del último congreso de la UPEC tan “subversivas” como lo que expresó el músico –o quizás más. Probablemente, la diferencia radica en que la decisión de transmitir íntegramente los discursos del congreso por la TV, los mantenía bajo control; mientras la salida del músico en el acto público no estaba en el guión. La política cubana debe aprender a considerar normal que las moscas vuelen sin un guión preestablecido, y sobre todo, no pretender matarlas a cañonazos. Al fin y al cabo, son nuestras moscas, no una plaga enviada por el enemigo (caso en que tampoco los cañonazos sirven para nada).
MR: Según como están planteadas las transformaciones en Cuba a partir del VI Congreso del PCC, ¿crees que exista una comprensión integral sobre la relación información-innovación-comunicación-poder?
RH: En rigor, estamos usando el término “los políticos” de manera abusiva, como si fueran una masa homogénea, con la misma manera de pensar y de concebir la interacción con la ciudadanía, e incluso la misma familiaridad con los TICs. A menudo los intelectuales contribuyen a generalizar esta percepción. Un narrador que ejerce como analista político afirmaba en su blog pertenecer a una generación perdida, la de aquellos cincuentones que les tocó Angola, pero no el poder. Resulta que la edad promedio del Consejo de Ministros de Raúl Castro es 58 años, la misma que la de este narrador. Si se trata de estar generacionalmente cercanos a los TICs, la mayoría de las provincias de Cuba están dirigidas por menores de 45 (edad promedio de los secretarios generales del PCC: 46). Finalmente, la profesión del Viceministro Primero de los Consejos de Estado y de Ministros, cuya edad está muy por debajo de la del gabinete, es ingeniero en electrónica. Seguramente, en ningún momento anterior hemos contado con una alta dirigencia capaz de lidiar mejor con la relación información-innovación-comunicación-poder. Sin embargo, la inercia de un estilo político de décadas pesa también muchísimo. Sean cuales sean sus profesiones, las nuevas generaciones de dirigentes se han criado en ese estilo, correspondiente a lo que Raúl llama la “vieja mentalidad”. Se puede tener la edad de un Otto o un Hassan, y a lo mejor no promover avances –sino más bien retrocesos. Los discursos de esa vieja mentalidad, no importa la edad de los discursantes, no solo reflejan el inmovilismo, sino algo peor, carecen de capacidad para reproducir hegemonía alguna. Ahora bien, si de las ideas prevalecientes se trata, me pregunto ¿en qué consiste el mainstream en Cuba hoy? ¿La mesa redonda de la TV o el bombardeo del establishment, y de paso, de todo lo asociado con el sistema, incluida la idea de un ser humano con los valores que preconizaban San Pablo y el Che? Si ese fuera el mainstream en la esfera de las ideas, lo que Gramsci llamaba el sentido común y Flaubert las ideas recibidas, el rol de los intelectuales debería conllevar su crítica a fondo.Ahí también hay un vacío.
No se trata, naturalmente, de reproducir la hegemonía de un socialismo envejecido, sino de reconstruir su cultura política, sin tanta cita de revistas indexadas, sino con una nueva práctica. Esa práctica debe rebasar la división del trabajo tradicional, que prescribe a los políticos como los representantes del pueblo y a los intelectuales como los portadores de la conciencia crítica. Hay que conseguir dirigentes cada vez más intelectualmente dotados y capaces de dialogar, e intelectuales con mayor dominio de los problemas políticos. De otra manera, seguiremos en esta vieja dicotomía, entre autoritarios y francotiradores, que poco ha aportado a la cultura del socialismo, y más exactamente, a la formación de una ciudadanía plena. ¿Pueden aprender los dirigentes? ¿Podemos los intelectuales contribuir a ese aprendizaje? ¿Somos capaces de educarnos a nosotros mismos, de rebasar el momento puramente opinático y la convicción umbilicocentrista? La respuesta podría ser la de Jesús: “Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.”
Archivado en: Cuba, Cultura, De otros sitios