Lo que el pueblo desea es que esos gastos superfluos y abusivos dejen de ser sufragados por el erario público y que el escaso dinero existente sea empleado en paliar el dolor y el sufrimiento de los ciudadanos. Lo que el pueblo queire en estos momentos es que los partidos y los sindicatos se financien con las cuotas de sus afiliados y simpatizantes, sin distraer recursos públicos que deberían emplearse en cusas más nobles y éticas.
Los políticos españoles no tienen conciencia de inmenso malestar que inunda la sociedad, ni del profundo rechazo que generan. Si realizaran una investigación sociológica científica, descubrirían que el número de los que les odian crece como la espuma, que los políticos no son ya el tercer gran problema del país, como reflejan las encuestas maquilladas por el poder, sino el primero, el gran problema de España, porque ellos son los culpables de todos los demás dramas y carencias, desde la situación económica al desempleo, sin olvidar el avance de la pobreza, la caida de los valores, la decadencia, la desconfianza y la corrupción generalizada.
En estas circunstancias de crisis y de angustia, dedicar decenas de millones de euros del erario público en sufragar la mentira colectiva de los partidos políticos, las promesas que nunca se cumplen, la lluvia de carteles electorales inútiles y contaminantes y esos mítines a los que solo acuden los fieles, plataformas de la mentira y del engaño sin interés alguno para el ciudadano, es un verdadero delito contra la decencia y la razón.
Con su repugnante comportamiento y con su insoportable falta de sensibilidad, los políticos españoles demuestran no solo que están alejados de la realidad, y divorciados de la ciudadanía, sino que son opresores, arrogantes y horteras, incluso en tiempos de crisis, a pesar de sus sonados fracasos, cuando los ciudadanos ya los rechazan masivamente.
Nuestros políticos merecen un castigo tan duro que nunca más puedan olvidarlo. Tienen que aprender que la mentira y la traición tienen un alto precio en política. El comportamiento de la "casta" política española es de una indignidad hiriente y de un descaro insultante. Cuando el país está de rodillas, desconsolado ante el presente y temblando de miedo ante el futuro que los mismos políticos, con su mal gobierno, nos han deparado, la "casta" sigue despilfarrando y aprobando medidas que producen indignación y vómito a la ciudadanía.
Han hecho pagar sus propios errores a los pensionistas, a los funcionarios y a la ciudadanía en general, reduciendo los sueldos y aumentando los impuestos hasta límites de abuso, mientras ellos se niegan a asumir la austeridad, a reducir el número de altos cargos y ministerios, a despedir a los miles de asesores y enchufados que sobran, a viajar en los medios públicos y a reducir el gasto de manera drástica, como la situación económica exige. Cada día pueden leerse en la prensa noticias que indignan sobre viajes de ministros en aviones militares, desplazamientos de altos cargos en helicopteros públicos, remodelaciones millonarios de despachos y edificios públicos, comilonas, regalos a amigos, concursos públicos amañados y un largo etcétera que demuestra hasta que punto los políticos españoles han perdido el norte, se han alejado de los ciudadanos y se han convertido en una casta arrogante y opresora que ampara la corrupción, que nada en la arbitrariedad y que nada tine que ver con la auténtica democracia.
Están pidiendo a gritos un castigo y la mejor forma de castigarlos es llenando las urnas, cuando se abran, de votos en blanco y de votos nulos de reproche, de papeletas que contengan cualquier frase o leyenda que refleje el desprecio que los verdaderos ciudadanos sienten por sus pésimos gobernantes.
Es la hora del voto de protesta en cualquiera de sus modalidades (blancos, nulos o de reproche), es la hora de que los políticos sean obligados a abandonar sus burbujas alienadas de lujo y privilegios y choquen de frente con la realidad de una sociedad que los rechaza y desprecia, que les quiere castigar por sus muchos errores y traiciones: por haber asesinado la democracia y haberla sustituido por una oligocracia de partidos, por habernos conducido hacia la pobreza y el fracaso, por haber abandonado el servicio público y haberlo sustituido por el privilegio, por haber inundado España de corrupción y abuso, por habernos arrebatado la confianza, la esperanza y la alegría, por haber abrazado la mentira, convirtiéndola en una política de gobierno, y por haber transformado la noble política en una verdadera pocilga.