Estoy cansado de leer condenas a los deportistas españoles que se radican en países fiscalmente menos codiciosos que España para pagar menos impuestos.
Debo confesar que si yo pudiera, tampoco los pagaría aquí porque unos políticos que, tras saquear las cajas de ahorros y después esquilmar a los vivos, terminan ahora exprimiendo a los muertos con el indecente Impuesto de Sucesiones, lo que merecen es un boicot fiscal.
Ya me gustaría a mi poder pagar aquí, en España, mis impuestos con orgullo y solidaridad, pero no es eso lo que siento. Veo a mi alrededor tanta corrupción, tanto abuso de poder y tan poca democracia que ya no me fío de los que dicen representarme y de los que me gobiernan sin honor ni grandeza. Creo que nuestro sistema no es un lo bastante justo, decente y confiable y que es incapaz de eliminar la dura sospecha que muchos padecemos de que nuestros impuestos pueden terminar en los bolsillos de alguno de los corruptos que están incrustados en el los partidos y en el Estado, en puestos de poder.
Que nadie olvide que esos paraísos fiscales que tanto odiamos porque los ricos se refugian en ellos para pagar menos existen porque también existen "infiernos ficales", como España, de los que la gente capaz de ahorrar se escapa.
¿Alguien cree que merece la pena vivir en Andalucía, por poner un ejemplo, sabiendo que cuando uno muera dejará a sus herederos en manos de un gobierno depredador, como el que preside Susana, agazapado para dar su zarpazo de codicia a la herencia que deje a mis seres queridos?
Aunque no nos guste, lo mejor es que los que puedan escapen de esta España injusta a otras tierras menos codiciosas y más decentes. Quedarse aquí significa someterse al abuso de unos políticos que renuncian a perseguir el fraude fiscal, que podría llegar a casi 100.000 millones de euros anuales, una cantidad que, si se cobrara, haría de España un país con un amplio superivit. Pero nuestros políticos, ya sean de un color o de otro, prefieren siempre expoliar y practican cada día con más descaro la injusticia y la brutalidad fiscal.
Francisco Rubiales