Este texto se público en el blog el 29 de abril del 2009. Atendiendo a mi petición, bastantes de vosotros lo habéis señalado como uno de los que más os han gustado de “Primera Cosecha”. En particular, quiero dedicar esta “republicación” a @jjimenez, quien me está dedicando una buena parte de sus tuits a difundir el libro.
Doña Paquita agarra el bolso un poco más fuerte y se pega a la puerta los escasos centímetros que le permite la casi total ocupación del vagón de metro. Se la ve intranquila por la presencia a su lado, que ella presume extranjero; que los españoles para ella se parecen a Alfredo Landa, como su marido, o a Antonio Banderas como el marido de su hija Cuqui, la pequeña, no a esos jugadores de baloncesto que tienen nombres raros y dibujos en la piel.
Y no es que ella sea racista, no. Hasta ha dejado de guardar cada día en un sitio diferente el dinero cuando viene María, la chica que le limpia, y ya lo deja sin temor en donde siempre, aunque lo vuelve a contar cada vez que se va. Al fin y al cabo, ha demostrado ser una buena chica, hace una paella para chuparse los dedos y no se ha quejado como otras de trabajar sin contrato. Eso es lo que hay, la dijo, y ella tan contenta.
No, ella no es racista. Sólo le dijo a su hija que no le parecía bien que su nieto jugase con aquellos ecuatorianos, que la envidia es muy mala, y como seguro que aquellos pobrecitos casi no tenían que comer, lo mismo le robaban algo, al pobre chaval. Incluso, piensa mientras agarra con más fuerza el bolso, ha dejado de mirar las vueltas que le da el nuevo ayudante del carnicero, que le parece que es rumano de esos.
Eso sí, Doña Paquita hay dos cosas que no entiende. Que den la nacionalidad española a gente que todavía no sabe hablar bien el español (pero como van a ser igual que ella, que nació en el mismísimo Barrio donde vivió Quevedo), y que con tanta crisis y paro que dicen que hay, siga viendo a tanta gente de otros paises trabajando en su Madrid.
El hombre a su lado, acostumbrado a Doñas, Señoras, Agarres de bolso, Miradas de lado y demás gente de malvivir, sólo se resigna y sonríe. Juan Carlos tiene 40 años, dos niños, dos abuelos que ya nacieron en España, un trabajo como aparejador, y la piel oscura. Como se bajará en la próxima estación, no podrá ver como a Doña Paquita le quita el bolso un chaval de 17 años, español de pura cepa y residente en Chamberí, aunque Doña Paquita juraría que le había oído hablar en italiano, ruso, o lo que sea eso que hablen en Rumanía.
Fotografía Cosechadel66