Y pasan los días, y nada. Los meses, las estaciones, y tampoco. Si será que no son buenos, te preguntas, que les falta algo, que les sobra mucho, mientras continúas con tus escritos, puliendo los antiguos en el banco de carpintero, perpetrando otros nuevos, inventando, proyectando, con la oreja abierta y la atención tendida, como una telaraña, por si cae una idea redentora. Y de repente, oh, cielos, lo nunca visto, ni siquiera imaginado, tienes una buena racha y enhebras varios premios generosos, filantrópicos. ¿Te alegras? Sí claro, mucho, aunque piensas si no habrá sido la suerte, y aún más, te preguntas, conociendo sus veleidades, cuántos años de sequía seguirán a esta buena racha. Pero aparcas estas ideas y brindas, con Horacio, por el momento, ¡Carpe diem!, que al fin y al cabo has hecho lo que has podido y la fortuna, como dijo Quevedo, lo que ha querido. Y mañana será otro día.