Por Pedro Brieger
Lasso de Ecuador.
En la lista también figuran los expresidentes de Panamá Ernesto Balladares, Ricardo Martinelli y Juan Carlos Varela; Alfredo Cristiani y Francisco Flores de El Salvador, Cesar Gaviria y Andrés Pastrana de Colombia; Pedro Pablo Kuczynski de Perú; Horacio Cartes de Paraguay; Porfirio Lobo de Honduras, y un hermano del argentino Mauricio Macri.
No es extraño que estos hombres evadan al fisco y oculten parte de sus fortunas, ya que estas prácticas son conocidas, pero cabe preguntarse cómo es posible que lleguen a la presidencia de sus países. ¿Qué mecanismos funcionan para que se vote a millonarios que prometen acabar con la pobreza cuando no hay ningún ejemplo que pruebe que alguno lo haya logrado? En realidad, habría que preguntarse qué sucedió en cada una de estas sociedades para que aparezcan millonarios y los voten.
La llamada clase política -en principio- debe proteger los intereses de la sociedad en su conjunto por encima de intereses particulares, y por este motivo muchas leyes contradicen los intereses empresariales. Y cuando esto sucede, los medios de comunicación encabezan campañas de desprestigio contra quienes osan afectar sus negocios. César Jaroslavsky, un político argentino muy cercano al presidente Raúl Alfonsín (1983-1989), cuando se refería a las duras críticas que le hacía el poderoso diario Clarín -por políticas que no eran de su agrado- solía decir “te atacan como un partido político y se defienden con la libertad de expresión”.
Por eso no es casual que desde los medios hegemónicos se hostigue a “la clase política” y se impulsen caras nuevas: y qué mejor que un empresario-presidente para resguardar los intereses de los más poderosos. Por otra parte, los empresarios que aspiran al poder se presentan como personas que no va a lucrar con la función pública porque ya tiene mucho dinero. En palabras sencillas: “no van a robar”. Además, hacen gala de sus “éxitos” en los negocios y desus conexiones internacionales para decir que atraerán inversiones y reducirán la pobreza. Y las personas más pobres, aferradas a la ilusión de salir de la eterna pobreza, también los votan.
La gran diferencia entre una empresa y un país es que una empresa busca concentrar las ganancias en las pocas manos de sus dueños, y en un país se trata de generar riqueza para distribuirla. Antes de asumir la presidencia de la Argentina, Mauricio Macri había dicho “tenemos como objetivo lograr pobreza cero”. No cumplió, y no es el único. Hasta ahora, estos millonarios devenidos en presidentes, de lo único que se pueden jactar, es de haber puesto a salvo sus fortunas. Las pruebas están a la vista.