Los Profetas en el Antiguo Testamento

Por Beatriz
Los profetas se levantan contra el sincretismo idólatra, contra las injusticias sociales, contra los desórdenes morales, y en el terreno de lo positivo ilustran la esencia de la alianza, las verdades constitutivas del antiguo yaveísmo.
Era preciso dar a entender a los israelitas que la destrucción inminente era debida a su infidelidad y que era impuesta por Yavé como exigencia de su justicia.
Los profetas ponen especial interés en que sobresalgan los atributos de Yavé, Ser Supremo y único Dios, sus exigencias morales que determinan la naturaleza de sus relaciones con la nación. El profetismo es el elemento más elevado de la religión del Antiguo Testamento y uno de los más grandes movimientos de la humanidad entera. Sin exageración se ha podido decir que todos los filósofos, todos los legisladores, todos los fundadores de religiones de la antigüedad, sumados, no emitieron tantas ideas elevadas y sublimes como los pocos profetas de Israel (L. Dennefeld).
En política, los profetas combaten las alianzas con otros pueblos, las cuales llevan consigo el reconocimiento, cuando menos oficialmente, de las divinidades del país con quien se entabla amistad, y esas divinidades eran frecuentemente asociadas al culto. Había en ello un peligro inmediato de contagio, de sincretismo e idolatría contra el puro monoteísmo revelado; violación de la alianza con Yavé y falta de confianza en El, que se había comprometido a dar a los hebreos la tierra de Canaán y a conservarlos en la posesión de la misma. Por tanto, nada debe temer la nación, ni debe poner su confianza en potencias extranjeras, sino únicamente poner cuidado en cumplir las condiciones del pacto. Es una condición privilegiada y única: el reino de Israel no puede ser teocrático. He ahí por qué se levantan los profetas contra aquellos reyes que, aunque bien dotados y expertos, como Omri, por ejemplo, cimientan sobre criterios naturales su política meramente humana, o, lo que es peor, sacrifican en aras de su política la fidelidad a los preceptos de la alianza (como sucedió con Roboam y en general con los reyes de Samaria: cf. Os. 7, 3-7; 8, 10.16, etc.).
Respecto de la vida social, los profetas no tienen programas revolucionarios, no atacan a la cultura. Os. 2, 23 s. enumera los frutos principales de la agricultura palestinense entre los bienes que Dios concederá a Israel cuando haya vuelto a serle fiel. Elogian los cuarenta años pasados en el desierto, después de la salida de Egipto, como el período más bello de la nación, entonces fiel a Yavé y a los compromisos de la alianza. Pero se trata de pureza de yaveísmo y no de cuestión social. Fustigan el lujo, la riqueza, y el orden social por ser fruto de injusticias, obtenido a cuenta de los oprimidos, y fuente de vida licenciosa e inmoral.
Y en orden al culto, los profetas condenan la religión que se para en lo externo del rito, y la supersticiosa confianza que depositan en tales prácticas, sin preocupación alguna de los preceptos morales: condenan toda clase de contagio sincretista e idólatra.
El elemento esencial de la religión mosaica está en la piedad del fondo, en la obediencia ala voz de Dios, en los preceptos morales. El culto externo tiene su valor supuesta la piedad y si se funda en ella (Is. 1, 10-17). No hay oposición alguna entre profetismo y sacerdocio; pero se condena (Am. 7) el sacerdocio señorial, atento únicamente a las ganancias materiales. Los profetas son los continuadores del levitismo respecto de la pureza y de la conservación de la religión revelada (A. Ncher).
El profetismo con la predicción exacta del castigo nacional, con la visión del futuro renacimiento, descubriendo los planes divinos sobre Israel, en orden a la salvación mesiánica, impidió la desaparición del pueblo elegido, preparó su retorno a Dios, su renacimiento y su continuidad después de la cautividad.
Los profetas fueron los órganos por excelencia de la divina revelación, los teólogos, los pastores diligentes de Israel, que claman por la continuación de la obra del gran Moisés, sin innovar nada, aclarándolo todo y devolviendo a todo su justo valor.
Tomado de: Diccionario Bíblico, Francesco Spadafora.