Los que han corrompido nuestra democracia

Publicado el 18 octubre 2011 por Franky
¿Se ha preguntado usted alguna vez por qué nuestras democracias se han corrompido, han expulsado al ciudadano de la política y se han convertido en odiosas dictaduras de partidos?

Al caer el muro de Berlín y desaparecer la Unión Soviética, los millones de comunistas y adoradores del leninismo totalitario que vivían en el mundo sufrieron una tremenda conmoción. Algunos, probablemente los más honrados, se sintieron derrotados y, tras admitir los errores de su ideología y los terribles crímenes cometidos por sus correligionarios, se deslizaron hacia la democracia; otros, doloridos por el fracaso e indignados porque fueron derrotados por lo que consideraban un capitalismo feroz, injusto e inmisericorde, se retiraron a los cuarteles de invierno y se transformaron en escépticos tristes, retirados de la política e incapaces de creer en las ideologías y en el ser humano. Sin embargo, ninguno de esos grupos era significativo, ya que la inmensa mayoría no se sintió derrotada, mantuvo firme sus convicciones y decidió camuflarse e incrustarse en aquella misma democracia que los había derrotado, sin creen en ella, con resentimiento, con espíritu de revancha y con la firme esperanza de construir su utopía totalitaria cuando existiera la más mínima oportunidad.

Desde entonces, muchos comunistas reciclados, hoy militantes de partidos de izquierda poco democráticos, o burócratas camuflados e incrustados en las democracias, en sus instituciones y gobiernos, constituyen uno de los mayores peligros para el sistema democrático, al que corroen y envilecen desde dentro.

Expertos en organización interna y entrenados para controlar los hilos del poder, los ex comunistas y marxistas resentidos y camuflados están ejerciendo hoy una influencia notable sobre los partidos políticos de Occidente, empujándolos hacia posiciones autoritarias y convenciendo a sus cuadros y militantes de que la democracia es un lastre, la sociedad civil una entelequia inútil y que la única forma de cambiar el mundo y mejorarlo es actuando desde las alturas del poder, cambiando la realidad desde el poder ejecutivo y, como ellos quisieron hacer cuando fracasaron en el comunismo, utilizando para ello el poderoso aparato del Estado.

De las dos grandes herejías del siglo XX, la comunista es, sin duda, la peor. Aunque su mundo quedó desacreditado hasta el vómito al conocerse sus crímenes y quedar en evidencia su fracaso histórico, tras ser expulsados del poder por los propios pueblos que sojuzgaban, sus dogmas autoritarios siguen vivos y la mayoría de sus antiguos dirigentes y cuadros intermedios no admiten la derrota y siguen activos, emponzoñando el planeta político.

La otra gran herejía del siglo, la "nazi", sí fue derrotada y vencida, hasta el punto que sólo quedan residuos insignificantes, más estéticos que políticos, cuyo culto a los símbolos hitlerianos convierten a los actuales nazis en piezas de museo vivientes.

Los comunistas resentidos, expertos en el dominio de la clandestinidad y en la lucha solitaria y tenaz, siguen actuando impasibles, sin sufrir desánimo porque su imperio haya desaparecido y sus postulados estén ideológica, moral e intelectualmente desacreditados y considerados como basura. Viven entre nosotros corrompiendo el sistema. Son, junto con el nacionalismo, la peor plaga del mundo actual y la mayor amenaza para la parte más saludable de la humanidad, la que aspira a revitalizar las democracias, a reforzar el Estado de Derecho y a reconstruir el deteriorado sistema de valores.

Son los mayores expertos en negar la evidencia. Llevan más de 50 años negando los horrores del Gulag, a pesar de que aquellos campos de exterminio fueron la gran creación de su experiencia política y de que sus horrores siguen avergonzando al género humano. Ignoran, a pesar de la evidencia, que el Estado que ellos crearon fue el más eficaz e insaciable asesino de la historia, las fosas que ellos cavaron y los cadáveres ambulantes que ellos mismos esculpieron en los campos de exterminio. Condenan sin descanso los 3.000 muertos de Pinochet, pero guardan un vergonzoso silencio ante los 40 millones de Stalin. Creen que la mentira, como decía Lenín, puede ser "revolucionaria" y, convencidos de que verdad y mentira son la misma cosa, mienten sin cesar hasta que ven sus mentiras convertidas en verdades.

No sólo han llenado el siglo XX de cadáveres, sino que también han asesinado la ética y han pulverizado la escala de valores cuidadosamente elaborada por cientos de generaciones. No creen en la libertad, ni en la propiedad, ni en la tolerancia, ni en el diálogo, ni en la información libre, ni en la crítica, ni en la paz, ni en la verdad, ni en la religión, ni en la fraternidad. Conciben el mundo como una pirámide en cuya cúspide están ellos, sostenidos por el pueblo sojuzgado porque ellos son los interpretes de la historia, la élite elegida para gobernar. En consecuencia, pretenden dominar a los medios de información y a las instituciones, desacreditar la religión y estrangular las libertades individuales. Odian la sociedad civil y le tienen pánico a la luz y a los taquígrafos. Saben que el mayor peligro para el Estado totalitario, en el que sueñan, es el debate, la conversación y la vida en común, lo que les lleva a intentar convertir a los ciudadanos en seres solitarios y acobardados que se encierren en sus viviendas para sentirse seguros y ver la televisión. Han comprobado cuando ejercían el poder que el miedo es su principal aliado y lo utilizan para convertir a los ciudadanos en rebaños atemorizados.

Esa gente existe y milita hoy en partidos aparentemente democráticos, casi siempre de izquierdas, pero también de derechas, o presta servicios en las administraciones públicas, donde se sienten como pez en el agua porque no entienden otro mundo que no sea el del poder. Ellos son la verdadera causa de que la verdadera democracia haya desaparecido y haya sido sustituida por oligocracia de "representantes" arrogantes, corruptos y adictos al privilegio.

Afirman que el Estado es más importante que el individuo, resaltan las tensiones y conflictos para dar prioridad a la seguridad y limitar los derechos individuales, reclaman más "respeto" y "dignidad" para el Estado y pugnan por convertir la política, como hicieron cuando tenían el poder, en una casta elitista y privilegiada. Aunque hablen de democracia, la odian y ni siquiera soportan su primer y más importante principio, el que establece que la soberanía es del ciudadano y que sólo el ciudadano otorga o quita legitimidad al sistema. Son los principales culpables de que la política se haya convertido es una escuela de gladiadores más que en un espacio para la convivencia, el debate y la toma colectiva de decisiones. Son los que han inventado principios tan repugnantes como esos de que "en política vale todo", "el fin justifica los medios", "al enemigo ni agua", "mejor dejar cadáveres que heridos en tu camino", etc.

Su filosofía, que ha terminado por contaminar también a muchos partidos de derecha, antiguamente liberales y hoy minados por el elitismo excluyente, apesta y es la verdadera culpable del totalitarismo larvado en las administraciones, de las imparables subidas de impuestos, de la actual crisis, de la decadencia generalizada, de la pérdida de valores y del divorcio, cada día más profundo, que separa a los gobernantes de los gobernados.