La Biblia enseña que Dios trino es omnisciente. En otras palabras, Él lo sabe todo. Ninguna acción, persona o situación —pasada, presente o futura— le es desconocida (Sal 33.13-15; He 4.13). El Señor “escudriña los corazones de todos, y entiende todo intento de los pensamientos” (1 Cr 28.9). Por su conocimiento perfecto, Él nos conoce y sabe lo que necesitamos (Mt 10.29, 30). El amor de Dios y su preocupación por nosotros no cambian, incluso cuando nuestro sufrimiento sea resultado de nuestra propia conducta.
Jesús demostró una y otra vez el cuidado del Padre celestial por su pueblo. Se reunió con Nicodemo, y sin condenarlo o acusarlo le mostró el camino al Padre (Jn 3.3). En otra ocasión, el Señor visitó a Zaqueo, un hombre cuya falta de honradez había perjudicado a muchos económicamente. Y el Señor Jesús inició incluso una conversación con la mujer samaritana, una marginada por la sociedad. También demoró su viaje en respuesta al clamor de un mendigo ciego —le demostró compasión a Bartimeo e inspiró fe en él. Gracias a Jesucristo, podemos estar seguros de que nuestro Padre celestial se preocupa por nosotros.
El amor de Dios se extiende sobre nosotros, y por tanto quiere que vengamos a Él con nuestras preguntas y sufrimientos. No permita que las pruebas le nublen la mente en cuanto al gran amor que Dios le tiene. Acepte la invitación del Señor, y traiga sus cargas a Él (Mt 11.28).
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