Estaban como locos. Había muchos que esperaban la mínima para echar la culpa, cualquier culpa a los refugiados. Y llegó la masacre de París. Y con ella la excusa falsa, la justificación espuria, la sinrazón xenófoba salió a flote.
Ahí tienen ustedes al ministro polaco de Asuntos Europeos demostrando su xenofobia, negándose a admitir más refugiados, a pesar de que las disposiciones europeas le obligarían. Sólo acogerá a los refugiados que tengan garantía de seguridad –¿quién puede darle esas garantías?
Y qué decir de Marine LePen, la reina racista de la ultraderecha francesa, que ha reclamado el cierre inmediato de las fronteras en Francia y habla de prohibir las mezquitas y el tránsito libre de los inmigrantes.
El 14 de noviembre hubo una noticia que podría haber incriminado a un refugiado en los atentados terroristas de París. Se encontró un pasaporte de un refugiado en uno de los lugares del crimen. Pues bien, hoy se sabe que como ese pasaporte hay tres iguales y que están falsificados. Hoy se sabe, también, que todos los terroristas autores de los atentados eran de nacionalidad francesa. Sin embargo, las acusaciones siguen persistiendo. Además, aunque se encontrara que un refugiado fuera un terroristas, ¿es suficiente excusa para dejar abandonados a todos los refugiados?
Por poner un ejemplo patrio, también aquí, en nuestro país, se dan muestras de rechazo a los refugiados. De hecho ya lo hizo el obispo Cañizares hace un mes diciendo aquello de que los refugiados no eran trigo limpio. Bueno pues ahora le da la razón el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, quien en un alarde de xenofobia ratifica a su compañero Cañizares, haciendo referencia al brutal atentado parisino. Y es que esta Iglesia, a pesar de las arengas del Papa Francisco, todavía no ha digerido lo del amor al prójimo, sobre todo cuando éste está en un estado de debilidad absoluto.
Y no es el único caso, un concejal del PP, Martín Noriega, de un pueblo asturiano, ha publicado en facebook una proclama “magistral” en la que llama hijos de puta a los refugiados, haciéndoles responsables de lo ocurrido en París y sugiriendo que hay que darles un tiro en la cabeza a todos. Un buen ejemplo de pepero desbocado, quien, en un momento de lucidez, ha demostrado su esencia.
Todo esto empieza a ser la respuesta a lo sucedido en París. Al margen de las acciones que se tomen contra el criminal Estado Islámico, está claro que quien va a empezar –ya ha empezado— a pagar los vidrios rotos de estos atentados son los refugiados.
Se les ha empezado a echar las culpas. Hay muchos mandatarios esperando excusas, cualquiera vale, para dejar en papel mojado la mísera respuesta que se había dado de acoger 150.000 emigrantes en una Europa de 500 millones de habitantes. Esto que comparado con los refugiados acogidos por Jordania, Turquía, Líbano o Iraq es una mezquindad, ya verán como se verá contestado por muchos países que, al albor de los acontecimientos de París, pretenderán desdecirse del acuerdo europeo. Y si no, ¡al tiempo!
Está claro que después de las víctimas directas de los atentados parisinos, los paganinis de esta situación son y serán los refugiados que, a pesar de venir de una situación de guerra violenta, serán acusados de ser instigadores de la violencia. Ahora sólo queda dinero para la guerra que se prepara, ya no queda nada para recoger refugiados.
El Estado Islámico seguirá recibiendo ayuda y recursos de países como Arabia Saudita y perpetuará la guerra, mientras que los que huyen de ella, para no morir, se encontrarán entre los dos fuegos, heridos, ahogados, maltratados o en el mejor de los casos en un campo de refugiados, aislados, donde se irán consumiendo poco a poco.
Salud y República