La lealtad, el respeto, la sinceridad, el hablar siempre las cosas, el irse a dormir sin remordimientos, el dejar hablar, el escuchar, el felicitar a tiempo, el advertir de errores, el hacer autocrítica, el regar cada día con pequeñas cosas, el saber estar, el saber callar, el saber hablar, el saber zanjar, el observar, el meditar, el repensar, el no actuar en caliente, el buen despertar, el acompañar cuando todo se tuerce, el celebrar los éxitos, el estar en el lado del otro, la comprensión, la paciencia, la sonrisa, el mirar a los ojos a los que hablas, el hacer en silencio sin recibir nada a cambio, el ayudar sin que te lo pidan, el estar estando, el no alardear, la discreción, la humildad, la templanza, la autoestima, el saber quererse, el no acusar en falso, el no señalar, el no hablar por detrás, el no incendiar, el templar los ánimos, el predicar con el ejemplo, el no pisotear opiniones contrarias, el pensar lo que dices o escribes, el arrepentirse, el pedir perdón, el ser consciente de que somos finitos, que maduramos hasta la muerte, el intentar aprender, el querer de verdad aunque caigan rayos o truenos, el no dejarse llevar, el ser uno mismo, el pasar de lo que diga la gente, el saber ceder, el saber imponer, el cambiar de opinión, el admitir errores y corregirlos, el amar sin taxímetro, el no estar al sol que más calienta, el no comprar a la gente, el no arrastrarse por lo material, el tender la mano, el aparcar el ego y el orgullo y el rencor...
Todos estos, y muchos más, pertenecen al selecto club de los regalos más caros y difíciles. Los auténticos e inolvidables. Los que no tienen precio porque no se pueden comprar. Los regalos que tenemos dentro y hay que abrirlos. Los que hacen que todo brille, se sostenga y perdure.
Que maten al Amor