Mi padre (aunque no me vean se me llena la boca cuando digo esto) está jubilado desde hace muchos años pero su pluma sigue siendo tan fina como el primer día. Su espacio de expresión es su Facebook en el que plasma magníficas historias que él titula: “Cuasi reales”. Habla de su día a día, de su barrio, del deporte, de lo que sea que le venga a la cabeza y nos deja a todos los afortunados que le seguimos con ganas de encontrar en nuestro muro su siguiente relato. No sé si es amor de hija, pero creo que todos estos documentos bien valdrían para escribir un libro. Hoy quiero compartir con ustedes uno de los textos de la serie dedicada a su barrio, son de esos cuentos que nos relataban los abuelos y que nos enseñaban cómo era la vida de antes y, sobre todo, cómo han cambiado las cosas. Espero que lo disfruten.
TACO: RELATOS DE SU HISTORIA, por Juan A. Sánchez Henríquez
El Cine España
De la noche a la mañana, con la incorporación de la Barriada San Luis Gonzaga, Taco había multiplicado su población por cuatro; es decir, el barrio comenzó a demandar servicios. Y apareció por aquí Miguel Fleitas, un ricachón relacionado con el lugar, al que se le ocurrió la espléndida idea de construir un cine. No un local cualquiera, no; levantó un magnífico edificio para la proyección de películas con una capacidad impresionante de espectadores y una comodidad de vanguardia. Nació el Cine España, nuestro cine. La película que inauguró la sala se titulaba “La venganza del bergantín”, interpretada por John Wayne.
No había llegado la televisión a Canarias y el cine era la única distracción extra que podíamos disfrutar. Había dos funciones diarias (20 y 22 horas), los lunes y martes; otras dos los miércoles y los jueves, y los viernes, sábados y domingos otra película algo mejor por ser el fin de semana. La función preferida de los más jóvenes era la matiné del domingo a las tres de la tarde. Era un auténtico espectáculo seguir una película del oeste en esta sala. A veces, el acomodador se veía obligado a encender la luz e interrumpir la proyección para invitar al público a que se callara. El guión era prácticamente radiado, pues los partidarios del “muchacho” gritaban a viva voz por dónde se iba escondiendo el “bandido” y sus perversas intenciones. Lo mejor es que, cuando la escena era favorable a los intereses de cada uno, el respetable irrumpía en una atronadora ovación. Y al final de cada película se enjuiciaba, sobre la marcha, el gusto de la mayoría: aplausos, pitos o silencio, como en los toros…
El Cine España visto desde el escenario en un día de Gala.
Lo peor que recuerdo es a un portero que llamábamos “El Rubio”, que armaba unos follones descomunales en la entrada. En la puerta pintó una raya marcada a fuego para medir la estatura de los niños. No tenía en cuenta la edad sino que no superara la altura señalada para pagar más o menos. Era lo que por aquí conocíamos como “un cabrón con pintas verdes…”
Por las fiestas populares del Barrio, la empresa cedía el local uno de los días principales para celebrar la Gala de la Reina, donde se elegía y se organizaba un espectáculo musical en el que los artistas eran gente nuestra. Teníamos un pianista muy bueno, Don José “El Teniente”, un militar que vivía justo, justito, en la casita que había detrás mismo del cine. Allí ensayaba a nuestros cantantes con la estimable ayuda de Don Francisco, el maestro de la Academia Hernández. A mí, que siempre he huido de esas cosas por mi acentuado sentido del ridículo, me enganchó en una ocasión como “paje” de la Reina Mercedes, romance que interpretó Yeya, la hija de doña Fala y don Sixto. Era el número que abría el espectáculo y yo tenía que entrar detrás de una bandera española que se detenía en la mitad del escenario para quedar cara al público y hacer un saludo militar a dos manos y un pie, al mismo tiempo, que anunciaba: “S.M. la Reina, María de las Mercedes”… Fue un desastre y yo no sabía dónde esconderme. Salí por patas y el pobre maestro se quedó solo detrás de la bandera, tuvieron que bajar el telón grande y apagar las luces para sacarlo de allí…
Sí, en aquel recinto actuó mucha gente nuestra: Cuarteto Los Perlas, Manolo Núñez, que imitaba espléndidamente a Antonio Molina; mi hermana Tery fue de las favoritas del público y muchísimos más que me apena no recordar sus nombres porque lo hacían muy bien.
A la salida, un bocata de chorizo perro en el Carrito de Doña Antonia le ponía la guinda a una velada feliz. Taco ya tenía Cine y gente que lo llenara, síntoma inequívoco de que seguíamos creciendo…
Próximo relato: El Bar Quintana.