Londres, S.XIX, en una de las ciudades más importantes de Europa, la medicina experimentaba importantes avances; tan sólo en esa ciudad había 21 facultades; pero para estudiarla, se necesitaban cuerpos, y nunca eran suficientes. La donación voluntaria a la ciencia era cada vez más escasa.
Por este motivo, se comienza a crear una red de mercado negro de cadáveres, que pasaba desde su robo en los cementerios más populares, hasta llegar a formar bandas, especialistas en asesinar para conseguirlos.
A estos ladrones de cuerpos se les llamó resurreccionistas.
Para estudiar medicina en el S.XIX, era sin duda la capital británica el mejor lugar para hacerlo, donde se tenían las técnicas más avanzadas y los mejores medios.
Indudablemente para la ciencia de la medicina, la disección de cadáveres para su estudio, era imprescindible.
Por aquel entonces, los cuerpos que se prestaban a dichos estudios eran los de los voluntarios que así lo decidían antes de morir, o los de los criminales condenados a muerte y cuyo cadáver nadie reclamaba.
Pero como hemos dicho, para tantas escuelas que había, se hacían cada vez más escasos, y los médicos y estudiantes, se vieron en la obligación de intentar conseguir cadáveres por sus propios medios, comprándolos en el mercado negro a los ladrones llamados resurreccionistas.
Al principio el robo de cuerpos fue sumamente fácil.
Debido a las enfermedades propias de la época y a la superpoblación que tenía la ciudad en ese momento, los cementerios tenían un número excesivo de cadáveres; algunos se enterraban con una capa muy fina de tierra, por lo que era de gran facilidad poder desenterrarlos.
La razón por la que se enterraban algunos tan en la superficie, era por el miedo a ser enterrados vivos; algunos ponían una campana fuera de la tumba que iba atada a la mano del difunto, para hacerla sonar si estuviese vivo (de ahí la expresión salvado por la campana).
Normalmente, para desenterrarlos, usaban una pala de madera, que hacía menos ruido (los robos evidentemente se producían de noche), una vez llegados al ataúd lo rompían, ataban una cuerda al cadáver y tiraban despacio de él. Eran auténticos expertos.
A veces incluso, lo hacían desde lejos, cavando un túnel y deslizándose por él hasta llegar a la tumba.
El robo de cuerpos no estaba penado con cárcel, solo con multas, y además no era un tema que preocupase mucho a las autoridades en principio.
Cada estudiante debía diseccionar 3 cadáveres para poder aprobar, y previamente habrían hecho prácticas y visto como lo hacían sus maestros, así que es fácil suponer el número de ellos que necesitaban.
Todo ésto, generaba malestar entre la población que temía que su cuerpo acabase en manos de éstos galenos a su muerte.
Para remediarlo se comenzaron a tomar medidas en los cementerios.
Muchos de ellos tenían vigilantes que se encargaban de velar toda la noche el lugar para evitar el trabajo de los ladrones.
Los propios familiares de los muertos podían vigilar su tumba durante meses para evitar su profanación.
Algunos cementerios llegaron a convertirse en verdaderas fortalezas.
Se idearon los “mortsafe” una especie de enrejado que se disponía encima de la tumba y que se retiraba a los seis meses, cuando el cadáver ya estaba en avanzado estado de descomposición. Algunos aún se pueden ver en cementerios de Escocia o Edimburgo.
“Mortsafe” en Edimburgo
Sin duda entre los cementerios mejor guardados, destacaba el West Norwood Cemetery, el más seguro de todo Londres, y por ende, el más caro.
Sólo unos pocos privilegiados podían costearse el ser enterrados en él, y, así mismo, descansar tranquilos toda la eternidad.
Era una auténtica fortaleza. Pero deberíamos hablar quizás de catacumba y no de cementerio, pues el verdadero lugar seguro, estaba debajo de él.
Se construyó bajo su suelo una red de catacumbas, a la que sólo se podía acceder a través de varias puertas de hierro, celosamente guardadas.
Era una zona abovedada con grandes pasillos.
La persona que iba a ser enterrada, se bajaba desde arriba por medio de un gato hidráulico (muy avanzado para la época) y luego se ubicaba en alguno de los loculi de las paredes.
El gato o ascensor hidráulico, fue diseñado por Bramah & Robinsosn en 1839 y era totalmente silencioso.
El gato hidráulico
El lugar se asemejaba a las catacumbas romanas cristianas, con una importante diferencia, la mayoría de los ataúdes, o bien estaban tras fuertes rejas infranqueables, o eran propiamente de hierro con firmes candados. Algunos eran de madera pero el interior se encontraba forrado de plomo.
Había incluso pequeñas capillas o panteones de algunas familias.
En esta catacumba, se han encontrado 972 cadáveres. Pero había sitio para unos 3000.
A día de hoy algunos han sido trasladados por deseo de la familia, pero la mayoría permanecen intactos, pudiendo ser visitados.
Las capillas superiores, por las que se trasladaban los cadáveres hacia el subsuelo fueron seriamente dañadas en la II Guerra Mundial.
Los robos seguían sucediendo sin embargo, y la cosa se agravó cuando los ladrones decidieron que sería más fácil matar a la gente, y así obtener mucho más fácil la manera de conseguir un cadáver fresco, por el que se pagaban grandes cantidades de dinero. De ladrones a asesinos.
Se formaron auténticas bandas, una muy conocida por asesinar a sus víctimas con láudano.
En Edimburgo por ejemplo, aparecen las figuras de los asesinos Burke y Hare, que mataron a 16 personas para vender sus cadáveres al cirujano Robert Knox, profesor de la Escuela de medicina de Edimburgo y gran científico y médico de la época.
Provocaban la muerte de su víctima por asfixia, para que pareciese muerte natural, uno lo agarraba, el otro, le metía dos dedos en la nariz, y otro le sujetaba la barbilla para que no pudiese respirar. A otros les ejercían una fuerte presión en el pecho hasta ahogarlos. Esto fue llamado el método Burke o burking. Con este método, la muerte se producía rápido y lo órganos apenas se dañaban.
Un personaje famoso de la época fue, el también doctor John Hunter, de quien se decía tenía dos entradas en su casa, la principal, y una trasera por donde recibía a toda clase de maleantes que le traían cadáveres recientes, para sus experimentos, y que, según se dice, fue la inspiración real para el personaje del Dr. Jekyll y Mr. Hide de Stevenson.
En este orden de cosas, el gobierno, decide promulgar en 1832, la Ley de Atanomía, en la que se decía que los cuerpos que podrían ser utilizados para su posterior estudio, eran los de los que muriesen en hospitales, asilos, o instituciones de caridad.
Esto hizo que aumentase el número de cadáveres “legales” y el mercado negro fuese cada vez más en decadencia.
En el año 2006 en Londres, el hallazgo de 262 tumbas en un cementerio abandonado, en el Royal London Hospital, propició una interesante exposición donde se pudieron ver infinidad de objetos relacionados con esta oscura época victoriana en cuanto a cadáveres se refiere.
La muestra se llamó “Doctores, disección y resucitadores”.
Esta exposición se repitió ampliada en 2013.
Ataúd de Anna Campbell
Entre los objetos destaca el ataúd de Anna Campbell, fallecida en 1819 a los 63 años, el ataúd era de hierro forjado.
También se pudieron ver libros de anatomía y disección, utensilios médicos, restos óseos …
La “pieza” más curiosa es sin duda la del cuerpo crucificado de James Legg, un hombre ahorcado por asesinato, cuyo cuerpo, sirvió para un exprimento conjunto entre médicos y artistas, crucificaron el cadáver para demostrar que las representaciones de Cristo en la cruz eran o no correctas. El cuerpo se encuentra momificado, desollado y bañado en yeso. Como veis los cadáveres servían para todo tipo de experimentos, y hoy en día nos resulta muy lejano todo este mundo de nocturnidad y robos de cuerpos.