Melchor ya prepara las sacas para entrar en la península ibérica. Su aspecto de empresario ruso y un cofrecito con oro han sido sus tiques de entrada. “¿Es un viaje de negocios?” le pregunta un funcionario con gafas de sol. “¡No!, es un viaje de placer. Hemos venido a visitar a miles de niños”. “Eh… ¿Le importa acompañarme? ¿Ha estado últimamente en Tailandia?”.
Aunque la peor parte se la lleva Baltasar. Su foto de carné es demasiada oscura. Y no le ha ayudado decir, con los ojos enrojecidos por el cansancio, que él es rey -además de mago- y que esa sustancia pringosa era “mirra de la buena”. “¡Vaya globo!” dice el agente. “¡Sí!, ¡globos, globos de miles de colores, también los llevamos!” responde Baltasar al tiempo que el agente se ajusta un guante quirúrgico, conminándole a pasar a una salita privada.
¡Y mientras el mundo espera!. ¡Con lo tarde que es!. Arrancando el motor de las carrozas, encendiendo miles de luces, llenando bolsas de plástico y gastando los primeros euros del año sin captar el simbolismo del mensaje primigenio. Los reyes (¡muy ecológicos! Leer buen post AQUÍ) llevaban paz y buenos deseos. Representaban la unión de la divinidad con el hombre que nosotros reinterpretamos como simbiosis entre sociedad y consumo… O no. Tienes 24 horas para aparcar la carroza, apagar algunas luces, regalar menos paquetes (¡alguno Cooliflower!) y más sonrisas, cuando no besos… ¡Lo gratis, ecológico y bueno, tres veces bueno! Empecemos un año Cooliflower (mientras los reyes discuten en la aduana).