“¿Y ahora qué?”, fue lo primero que pensé cuando volví de despedir a Janire en el aeropuerto de Venecia. Los que hayan leído el post anterior, sabrán como había terminado ese capítulo de la historia.
El final de la “Odisea a dúo” que realizamos durante tres semanas me planteaba dos grandes problemas.
Por un lado, el golpe seco de la soledad era un cocktail difícil de tragar. Despedirse de una persona como ella, con la que se compartieron tantos lindos momentos y con la que se formó un sentimiento fuerte, siempre es duro, y más cuando la única alternativa a eso es volver a dejar huellas en solitario.
Y por otro lado, en todo ese tiempo, no me había puesto a pensar en absoluto como y por donde seguir camino. Dadas las limitaciones que marca la Unión Europea a los viajeros sin ciudadanía, tenía que “escapar” de la llamada Zona Schengen (básicamente, todos los países que utilizan el euro y unos cuántos más) en sólo un par de días.
Aunque nunca me gustó tener que lidiar con esa obligación matemática de contar los días de estadía, esta vez al menos me facilitaba la decisión al descartarme automáticamente algunas opciones.
Mi brújula marcaba como siempre hacia el este, y al oriente de Italia se encuentra la región probablemente menos turística del continente: La península de los Balcanes.
Esta zona, que poco a poco va recuperando su buena imagen al ojo internacional, fue víctima del conflicto bélico más sangriento en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Sólo hacen 15 años del alto del fuego (en la región de Kosovo, apenas hace unos pocos años si es que se puede considerar terminada), y estaba seguro que las cicatrices todavía no estaban del todo cerradas.
En toda nuestra travesía por el país, un plato típico me había esquivado todo el viaje, y en el último día, disfrutando el ansiado plato de spaghettis italianos y mirando las rutas posibles en mi mapa, decidí finalmente salir al día siguiente hacia la Antigua Yugoslavia, para recolectar esos testimonios de la gente que lo vivió en carne propia, y claro está, para disfrutar también del inmenso patrimonio natural y cultural que contienen esos países.
"La última cena" (en Italia, jeje)
Un tren local, de esos con incontables paradas en el camino, me dejó en la frontera eslovena. Aunque cambiaba radicalmente el idioma y la cultura, Eslovenia aún es parte de la eurozona, por lo que mi estadía no podía estirarse mucho.
Tras recorrer un poco la ciudad fronteriza, Nova Gorica, encaré directamente a la capital, Ljubljana.
Si trataron de pronunciar el nombre de esa ciudad marcando acentuádamente las jotas, la pifiaron. Me enteré ahí mismo que todos los países integrantes de la vieja república comunista yugoslava, comparten el mismo origen lingüístico, y aunque por motivos sociales, políticos y de antiguos deseos separatistas prefieren llamar a sus lenguajes como “esloveno”, “croata”, “bosnio”, “macedonio” o “serbio”, al fin y al cabo todos son el mismo, el “idioma eslavo”, simplemente con distintos acentos.
Ya que iba a pasar unas cuántas semanas en la región, intenté hacer el esfuerzo de aprenderlo lo más posible, sabiendo que los idiomas que domino no me iban a servir demasiado por primera vez en el viaje.
Ljubljana entonces, se pronuncia casi como “Liubliana”, teniendo esas jotas un sonido muy similar a nuestras “ies”. La letra “c”, se pronuncia como una “ts”, así que la ciudad anterior también la estaba pronunciando erróneamente y debería ser “Nova Goritsa”.
Estación de Ljubljana. ¿Cómo la pronunciamos? "yeleznishka postaia"!!
La capital eslovena no destaca mucho por su patrimonio, pero aún así deja ver algunos lugares de particular colorido, sobre todo en su movida vida nocturna.
Puentes iluminados, incluído un (supuestamente) famoso “puente triple”, un barrio histórico pintoresco y un antiguo castillo custodiando desde la altura de un cerro céntrico, fueron los pocos detalles que me ofreció el corazón de Eslovenia.
Al parecer, el país cuenta con lagos y montañas fabulosas para las almas aventureras (como la región de Bled), y una serie de cuevas subterráneas plagadas de estalactitas (como Postojna o Skocjan), pero sin embargo, mi necesidad de “escapar” tendría que dejarlas para una futura visita.
La iluminada noche sobre el Río Ljubljanica, con el triple puente
El "puente de los dragones", Ljubljana
El bonito centro de Ljubljana
Entrada al Castillo de Ljubljana
Castillo de Ljubljana, el "Ljubljanski Grad"
Centro de Ljubljana
Viejos barrios reciclados en Ljubljana
Paisajes del interior de Eslovenia
Paisajes del interior de Eslovenia
El tranquilizador sello de salida en mi pasaporte otorgado en la frontera croata, me abría las puertas nuevamente a la posibilidad de viajar sin tiempo determinado, lentamente, como más me gusta.
Unas horas después llegaría justamente a una nueva ciudad capital: Zagreb.
En los últimos años, Croacia se convirtió en el destino secretamente preferido de una gran parte del turismo del continente.
Lejos de las majestuosas y particularmente caras capitales europeas, la costa croata ofrece los mismos paisajes del Mar Adriático que su contraparte italiana, sumado a un rico puñado de sitios naturales y culturales que se remontan al Imperio Romano.
En esta breve descripción de destinos que integran cualquier folleto turístico, la capital y ciudad más populosa, Zagreb no figura en ninguno de los itinerarios.
Dejada de lado por descarte ante la clara competencia de las demás atracciones del país, igualmente me resultó digna de ser visitada, aunque sea por unos días, para poder apreciar por primera vez las secuelas que la época comunista dejó en sus construcciones, caracterizadas por incontables monoblocks en deterioro, y unas cuántas iglesias interesantes que el antiguo reino que gobernó la región 800 años atrás dejó como testigos.
Mi primer imagen de Zagreb. Un tanto aterradora, pero ya cambiaría...
Plaza Principal de Zagreb, Croacia
Callecitas de Zagreb
La bandera y emblema de la Republika Hrvatska (República de Croacia)
La pintoresca iglesia Saint Mark, Zagreb
Detalle del techo de la iglesia St Mark, Zagreb
Como siempre, disfrutando de las cervezas locales: Ojusko, Croacia
El plato más típico de la comida eslava: Cevapi con salsa ajvar y papas
Fue justamente en mi hostel de Zagreb donde conocí a Johannes, un jóven alemán de Leipzig.
¡No no, por favor! ¡No piensen que tras lo de Janire me crucé de vereda!
Simplemente lo menciono porque sería la causa de una nueva divertida anécdota en la Odisea.
Tras pasar por las repetidas preguntas básicas del nombre, lugar de origen y demás, le pregunté el motivo que lo traía a Croacia.
Me he cruzado a muchos viajeros en este y otros viajes. Los que están de vacaciones, los que viajan por trabajo, los que se han tomado uno o dos años sabáticos y hasta los que terminan el servicio militar en su país y necesitaban un respiro.
Pero nunca escuché un viajero que hacía lo que él. Johannes viaja de ciudad en ciudad siguiendo partidos de fútbol, y luego vende sus reportes y fotografías a revistas alemanas. ¡Un nuevo y curioso tipo de viajero!
Me comentó que tras ver un partido en Zagreb, viajaba ese día a un pequeño pueblo de frontera llamado Koprivnica (¿Recuerdan como se pronunciaba la letra “c”? ¡Muy bien! “Koprivnitsa”, jeje) a presenciar un nuevo encuentro.
Se enfrentarían el equipo local (el Slaven Belupo) y un equipo al que por años le tuve mucho aprecio (debo aclarar, mucho antes de conocer a mi compañera de la “Odisea a dúo” y a mi otra amiga de allí, Nagore), el “Athletic Club” de la ciudad vasca de Bilbao.
Cuando estuve en su ciudad, era entre temporadas del campeonato y no pude ir a ningún partido. Su estrategia institucional de fútbol de cantera y su entrenador actual (querido por mucho argentinos entre los que me incluyo y odiado por otros tantos tras el fracaso en el mundial del 2002), Marcelo Bielsa, me hacían tener muchas ganas de verlo en directo.
En Bilbao, cuando visité el mítico estadio San Mamés del Athletic Club
No hizo falta que Johannes me lo ofrezca. No tenía planes, y si los hubiese tenido, fiel a mi deseo desestructurado respecto al viaje, los hubiese cambiado para ir. Me encanta la idea de que el azar decida mi camino y así, encontrarse una y otra vez ante situaciones inesperadas y nuevas anécdotas. Esta no sería la excepción.
Llegamos a Koprivnica unos minutos antes del encuentro. Era el momento de sacar las entradas, pero este jóven alemán me esperaba con la primer sorpresa de la noche.
¿Han visto la película hollywoodense, “los rompebodas” (Wedding Crashers en el idioma original)? En aquel cómico largometraje, los protagonistas tenían una estudiada estrategia para introducirse sin invitación a cualquier casamiento con la excusa de ser parientes lejanos de alguno de los novios, y aprovechar para comer gratuitamente y por qué no, conquistar a algunas de las verdaderas familiares o amigas de la pareja.
Excepto por lo último, Johannes y yo resultaríamos ser unos perfectos “rompe-estadios”:
- “Entradas por favor”, dijo el guardia de seguridad primero en croata y luego en un pobre inglés.
- “Somos periodistas y venimos de Alemania a cubrir el encuentro para la revista XXXX”, contestó Johannes en un inglés digno de la reina, conmigo asintiendo al lado suyo.
El guardia miró la credencial por un momento, mientras Johannes lo apuraba porque comenzaba el partido, credencial que luego con detenimiento yo vería que era totalmente trucha y fabricada caseramente.
Calculo que hablando con ese nivel de inglés (ojo, de repente yo también fui iluminado y me expresé como un lord), habrá pensado que realmente seríamos periodistas importantes y serios, y comiéndose lo de la tarjetita esa, nos dejó pasar sin problemas.
¡Era simbólicamente el primer gol del partido!
Johannes tenía realmente que hacer un poco de trabajo, por lo que entró al palco de periodistas, y yo me uní a la tribuna visitante, donde un puñado de hinchas vascos alentaba a su equipo a pesar de los chiflidos y (supongo) insultos de parte de la multitud croata.
Partido entre el Slaven Belupo de Koprivnica y Athletic Club de Bilbao
Entre la hinchada del Athletic Club de Bilbao
La hinchada agita tras el empate de su equipo. 1-1
El partido continúa, y el loco Bielsa, en su pose típica, mira atentamente
El partido fue entretenido, finalizando curiosamente en una victoria 2-1 para el equipo local, pero que igualmente quedaba eliminado del torneo por el desfavorable resultado cosechado en el encuentro de ida.
Era ya de noche y el próximo tren a Zagreb salía varias horas después.
Intentamos nuevamente una fechoría, esta vez aprovechando mi inspiración.
Los hinchas vascos habían venido en un bus oficial, al lado del micro de los jugadores y entrenadores del club.
Me acerqué a una fanática de las que había conocido en la tribuna…
Aprovechando las clases de euskera que Janire me fue dando en todo este tiempo, la encaré en su propio idioma:
- “Kaixo! Zer moduz?”, (¡Hola! ¿Cómo va?) fue mi carta de presentación.
- “Oso ondo!, (Muy bien!) contestó sorprendida.
- “Aurrera Athletic!”, le tiré como para seguirla.
Se río y me preguntó de donde era, ya que se supuso que no era vasco.
Pero la estocada final a la segunda estrategia “rompe-estadios” vino con mi nacionalidad. Al decirle que era argentino, como cualquier típica señora, se me puso a contar de familiares argentinos que ella tenía, ganándome finalmente su confianza.
Aunque hizo lo posible por buscarnos lugar en el bus, lamentablemente estaba lleno, pero igualmente el intento tendría sus frutos.
Nos invitó a pasar al sector destinado para ellos en el club, donde los jugadores y técnicos compartían los últimos momentos en la cancha antes de volverse.
El deseo que venía trabajando mentalmente en esos minutos, no tardó en llegar.
- “¡Marcelo, Marcelo! ¡Acá, soy de Argentina!”, lo que captó la atención del técnico compatriota, que vino a mi encuentro.
Una charla de un par de minutos fueron suficientes para admirarlo aún más. Un tipo simple, simpático aunque no parezca, me preguntó que hacía en ese lugar tan remoto, riéndose de la idea de mi viaje por el mundo pero deseándome mucha suerte en el camino. Tras hablar un poco del partido y saludarlo nuevamente, accedió sin problemas a una foto histórica que guardaré para siempre.
La foto histórica, única e irrepetible: con el "loco" Marcelo Bielsa
Antes de irnos a esperar el tren, Johannes nuevamente utilizando algunas otras técnicas que claramente tenía bien estudiadas, logró meterse en el sector VIP de los agentes de la federación de fútbol, y obtener comida y bebida gratis para el regreso.
Los “rompe-estadios” de Croacia habían salido totalmente exitosos.
Tras el éxito de los rompe-estadios, con Johannes
Ya que tanto se habla de las ciudades de la costa croata como destinos de increíble belleza, decidí que la brújula cambié momentáneamente al sur para visitar algunos de esos lugares.
Sin embargo, en la ruta había un Parque Nacional que por las fotos que había visto, no me lo podía perder, y opté por hacer una parada previa en esta maravilla natural:
Parque Nacional Plitvice, Croacia
El Parque Nacional Plitvice (¡Vamos! ¡No me fallen en ésta que estoy seguro que la “c” la pronunciaron correctamente!), también conocido como “el parque de las cien cascadas”, es un paraíso de inmensa belleza y colmó totalmente mis expectativas tras ver previamente sólo algunas de sus fotos.
Su particular ubicación, encerrada entre cadenas montañosas pero con un clima mediterráneo, los desniveles en la geografía producidos por los movimientos y la erosión, y la composición del terreno con mayormente piedra caliza y dolomita, crearon este increíble juego de lagos turquesas y múltiples cataratas que los conectan.
En total son 16 lagos y casi 100 cascadas, de donde bien el apodo. Aunque está prohibido bañarse en los lagos ya que es un patrimonio controlado, todos dicen que si te alejas un poco… ¡”no pasa nada”!
Recorriendo uno a uno sus lagos y deteniéndome para contemplar maravillado sus paisajes, fui caminando desde el punto más alto hasta volver a la ruta. Mi cámara no paraba de disparar fotos. Ya creía que le estaba sacando siempre a lo mismo, pero no. Cada lago y cascada era más linda que la anterior y todas merecían ser documentadas. Les dejo algunas acá para que vean uno de los parques nacionales más bonitos de todo Europa.
Entrada al Parque Nacional Plitvice, Croacia
Parque Nacional Plitvice, Croacia
Parque Nacional Plitvice, Croacia
Parque Nacional Plitvice, Croacia
Parque Nacional Plitvice, Croacia
Parque Nacional Plitvice, Croacia
Parque Nacional Plitvice, Croacia
Parque Nacional Plitvice, Croacia
Parque Nacional Plitvice, Croacia
Parque Nacional Plitvice, Croacia
Volví a la ruta con mi intención de tomar un bus nocturno hacia la costa, que me dijeron que pasaba a las doce de la noche.
Sabía que los cronogramas del transporte croata no eran justamente muy respetados, pero ya era la una y media cuando comprendí que no pasaría y desistí.
Una vez más, busqué un lugar tranquilo en la orilla de un lago, con el ruido de una cascada interrumpiendo agradablemente el silencio de la noche, y desplegué mi bolsa de dormir.
Concilié el sueño tranquilo como siempre, con ese paraíso de fondo y tal como lo había hecho meses atrás en ocasiones como el cementerio irlandés o en los Acantilados de Moher.
¿Se acuerdan de la noche en el cementerio irlandés?
Tomaría el bus por la mañana hacia la costa, pero eso ya será tema del próximo post en esta Odisea por el Mundo.
¡A dejar sus comentarios! ¡Saludos a todos!