Dicen que el tiempo tiene ruedas, que las experiencias y emociones las atrapa el viento. No dicen que sube y baja por unas escaleras desde las que la sonrisa o el enfado, acuden a tu encuentro.
Dicen que sus perfumes lo embriagan todo, hierbabuena o almizcle, piedra, hiedra o esparto. No dicen que su sabor es dulce o amargo, salado o metálico, que empapa a cada uno como un arco iris de marzo.
No dicen que el tiempo a veces te atrapa y paraliza tu mente, otras te saca de la cárcel del pasado donde tu interior se convirtió en una lujosa y acolchada prisión. Un lugar por el que te oteaban sin verte, por la que mirabas sin serlo. Por la que llamabas sin decirlo, por la que dejaste de ser tú, cuando la dignidad te abandonó. Cómo casi siempre en él nadie se fijó, nadie le acusó, ni lo consideró culpable... ¿Para qué? El tiempo (juez y acusado) todo lo cura...
Dicen que el tiempo por momentos pasa, y por momentos no pasa, de manera indiferente. No dicen que es tan asquerosamente material que lo comparan con el oro, cuando en realidad le dan mucho más valor. No dicen que sólo tiene un enemigo capaz de doblegarlo, y éste no es otro que el amor de los demás, desinteresado, al pasar a nuestro lado.
No lo dicen, pero son ellos (los demás) a quienes debemos la libertad de "nuestro" tiempo. Quienes fuerzan a que nuestra ruta deje de ser un bucle para convertirse en un camino por el que transitar, de nuevo, hacia nosotros mismos.
No lo dicen, pero la paradoja estriba en la propia esclavitud de todos aquellos que no conforman mi persona. Pues sin ellos, el "yo mismo" se dilataría hasta perder el juicio, y con ellos se reduce a su mínima expresión en una pelea constante; diletante, por la que "debo" estar aquí y ahora y generan que me despliegue, hasta en ocasiones, manifestar sombras que no gustan a nadie.
Dicen que estamos obligados a compartir a esos hijos del tiempo, malsanos espectros y arrojarlos sueltos en un mundo donde socialmente interactúen con otros seres humanos como si fuéramos nosotros mismos, como replicantes con nuestro pasado. Para que nos dejen tan mal delante de nuestros seres queridos y apreciados que nuestra autoestima no vuelva a levantar cabeza durante siglos.
No lo dicen pero compartir es ofrecer lo más maravilloso de nosotros mismos, y no intercambiar los despojos morales que pocos aceptarían, como si fueran tesoros insuperables. Por mucho que a la vista o el oído de esta sociedad del consumo, aparentemente nos agrade. Por mucho que se camuflen con etérea y frugal belleza. Detrás de ropas y cuidados consumistas que deberían servir para vestir y sobre todo alimentar a tantos y tantos seres humanos. De aquí y de allá. De esta estrella y de aquél planeta. De esta calle y aquella ciudad. De ese continente y este país.
No lo dicen pero de aquí no podemos movernos, ni siendo parias sin patria, ni siendo ella la más rica de las naciones-estado. No sin comprender no sólo que no se da una comunidad-sociedad sin el individuo (de eso ya estamos sobrados) sino que lo que nunca puede, ni debe darse es un individuo sin una comunidad-sociedad a la que pertenecer y sentirse respaldado por ella. No lo dicen pero eso es el rechazo. Que millones de personas soportan y aguantan cada día... junto a ti, en cada esquina. Los que llamarías "los tuyos", aunque no los veas. Los que te saludan y te sonríen, aunque no los sientas. Por que cualquier día, pasas a ser uno de ellos y tendrás la soledad como compañera. Cuando son tantos que organizados darían a todo la vuelta...
Dicen que el tiempo existe, que viaja, e incluso los hay que se imaginan atravesando su piel y encaramándose al pasado para cambiar el presente y asesinar un futuro trastocado...
Dicen que corre, vuela... Todo para meternos prisa.
Dicen que va lento... para pararnos.
No dicen que el tiempo no existe.
Yo abogo por que dejemos a un lado los rumores sobre el tiempo. Los dimes y los diretes, los "no dicen" y demás familia de subterfugios. Muchas veces basta con esbozar una sonrisa a quien percibimos que sufre y no apartar la cara cuando nos mira. No negar el saludo y un abrazo o un bocadillo (de comida, de cariño, de una viñeta, o de simple felicidad) a aquellas personas que nos ofrecen de ellas mismas sin pedirnos nada a cambio. Sobre todo tratarnos los unos a los otros, con respeto, sin tabúes, estereotipos o rechazos.
No convirtamos los rumores sobre el tiempo en un instrumento del rechazo. Pues el rechazo cuando lo aplicamos nos convierte hoy en aparentes triunfadores sedentarios, y sin darnos cuenta también en marginados nómadas perdedores del mañana, cuando como un boomerang suframos de nuestra propia medicina con toda su crudeza e impacto.
Chema García
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