Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo." José se levantó, cogió al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta: "Llamé a mi hijo, para que saliera de Egipto." Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: "Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos, y rehúsa el consuelo, porque ya no viven". (Mateo 2,13-18)
En la primera carta de San Juan, se desarrolla una idea bien bella: la santidad viene por medio de la aceptación de nuestros pecados. Es decir, si aceptamos nuestras limitaciones, debilidades, pecados... seremos más conscientes de aquello que no va bien en nuestra vida y que tenemos que aceptar para poder cambiar. Si aceptamos nuestra limitación, estamos aceptando al mismo tiempo que Jesús es el Único que puede cambiar nuestra vida. ¿Somos capaces de reconocer nuestras debilidades como puntos
donde Dios nos habla a nuestra propia vida?
Fray José Rafael Reyes González
[...] La doctrina de la Iglesia Católica es clara y no admite interpretaciones a la baja: desde el instante de su concepción, es decir, desde el seno materno hasta su fin natural, la vida debe ser respetada. Además existe una obligación personal y social de defender la vida humana inocente que esté amenazada.
Cuando Jesús es detenido en el huerto de los olivos, Pedro sacó una espada y le cortó una oreja a uno de los que iban contra su Maestro, el Señor le obligó a guardar la espada advirtiéndole: "quien a espada mata a espada morirá".
Los romanos, en sus leyes, defendían la vida humana de los ciudadanos, pero la vida de un esclavo carecía de valor pudiendo los amos acabar con ella impunemente. En Esparta también se defendía la vida humana, pero les suponían una carga los niños que nacían con alguna malformación, que eran rápidamente arrojados por un precipicio.
El faraón de Egipto, no queriendo que el pueblo hebreo creciera y se hiciese fuerte, publicó una ley por la que todos los niños de los hebreos se debían eliminar al nacer. El rey Herodes, ya nos acordamos todos, mandó matar a todos los niños de dos años o menos en la ciudad de Belén para asegurarse eliminar al Mesías.
Con la llegada de Colón al Nuevo Mundo empezó una disputa sobre si los indios eran seres humanos o no. Cuestión importante, pues de ello dependía su existencia. Los teólogos católicos siempre defendieron la vida de esos habitantes y fustigaron los abusos contra ellos como la esclavitud o los malos tratos.
Y estamos en el siglo XXI y seguimos casi igual que siempre. Ahora ya no es el indígena, ahora es el embrión: ¿es ser humano o no es ser humano? Una sociedad que no defienda la vida de los más débiles e indefensos en cualquier etapa, una vida no digna de ser vivida, se hace inhumana, renuncia a avanzar en el conocimiento del misterio de la vida, se hace autodestructiva; ha perdido la ilusión de luchar por mejorar. Se ha apoltronado cómodamente.
El mensaje de la Iglesia es claro: la vida humana es lucha de amor, y sólo los esforzados alcanzan la felicidad, la auténtica tranquilidad.
Fernando I. García Álvarez-Rementería, Párroco y Director Espiritual de la hermandad (Cantillana y su Pastora, nº 14)