Los secretos del Ritz

Publicado el 04 marzo 2018 por Felipe @azulmanchego

DESDE QUE EL grupo Mandarin Oriental anunció el cierre del Ritz de Madrid para acometer una profunda reforma, varios compañeros de los medios se han interesado por el libro que escribí sobre el hotel hace ocho años. Aprovecho para reproducir aquí la entrevista que este sábado han publicado en Vanitatis - El Confidencial.

Este miércoles, 28 de febrero, las puertas del hotel Ritz se han cerrado para pasar por un largo periodo de actualización que durará hasta finales de 2019 y costará 99 millones de euros. El hotel, uno de los más icónicos de Madrid, ha visto desfilar por sus salones desde que se abrió en 1910 a reyes, actrices, cantantes, jeques y lo más granado de los vips que han pasado por la capital.

Felipe Serrano es un periodista que además fue camarero del Ritz durante una década y conoce muchos de los secretos que quedaron entre las paredes del hotel. En su libro 'Hotel Ritz. Un siglo en la historia de Madrid' (Ediciones La Librería), publicado coincidiendo con el centenario de su apertura, relataba algunos de los entresijos del establecimiento. Hemos hablado con él para repescar algunas de las historias que tuvieron al histórico hotel como escenario.
PREGUNTA: Fuiste camarero del hotel durante 11 años cuando estudiabas la carrera de periodismo...
RESPUESTA: Llamé a muchas puertas en busca de trabajo y solo la del Ritz se me abrió. Desde ese punto de vista, mi gratitud es eterna. Como siempre supe que sería periodista, no me separaba nunca de una libretita, que aún conservo, donde anotaba los nombres de los visitantes y su anecdotario.
P: ¿Cuál era el personaje del momento por aquella época?
R: Comencé a trabajar en 1977 y en aquella época era muy frecuente que pasaran por allí jefes de Estado o de Gobierno extranjeros –el hotel ejerció de hecho como palacio de la diplomacia hasta que abrió el de El Pardo en 1983–, además de todos los políticos españoles en aquella apasionante etapa. Varias periodistas –Pilar Urbano, Julia Navarro, Pilar Cernuda...– crearon 'Los desayunos del Ritz' y por allí pasaron todos los personajes políticos de la época. Tan solo se les resistió Adolfo Suárez.
P: Por tu libro pasaban más de 500 personajes: ¿cuál es la anécdota que más has contado en tus cenas familiares?
R: La primera anécdota que viví, o que más bien sufrí, y la que más he contado tiene a Henry Ford como involuntario protagonista. Yo todavía era bastante inexperto y cometí la torpeza de echarle la sopa por encima. Afortunadamente fue un consomé 'gelée'. No quiero ni pensar qué habría ocurrido de haber sido caliente. El magnate de los automóviles se levantó de la mesa sin aparente enfado, fue a su habitación a cambiarse de ropa y aceptó mis torpes disculpas sin protestar. Aquella noche, sin embargo, mis compañeros del restaurante intuyeron, como así fue, que se habían quedado sin el regalo de un preciado Ford Fiesta con el que se rumoreaba que el prócer quería despedirse del hotel.
P: ¿Qué celebrities te han dejado mayor huella?

R: Tuve la inmensa satisfacción de poder hablar de literatura durante un buen rato con Gabriel García Márquez, a quien hice llegar a su habitación –la 306– una rosa amarilla sabiendo que eran sus preferidas. Disfruté igualmente con la presencia del divino Dalí y su musa Gala, muy mayores ya, que comieron judías verdes sin sal pero con jamón y una tortilla francesa.
P: ¿El genio de Figueras era de trato fácil?
R: En una visita anterior, uno de los camareros se acercó a Dalí para pedirle un autógrafo dedicado a su hijo que era pintor. Dalí titubeó porque no sabía dónde extender su firma y el camarero le entregó la carta para que firmara allí mismo. El gesto no pasó desapercibido para un avispado cliente norteamericano, quien, tras la marcha de Dalí, le ofreció al camarero un buen puñado de dólares a cambio del autógrafo del más famoso de los surrealistas. El camarero, impasible, declinó la oferta amablemente. De aquella época también recuerdo una rueda de prensa de Yaser Arafat, la primera que daba en el mundo occidental.
P: Se cuenta que a la actriz Ava Gardner la tuvieron que echar por sus tonteos con el alcohol...
R: Que yo sepa, no la llegaron a echar. A Ava, según me contaron los camareros más veteranos, le gustaba mucho, como a muchos clientes americanos, el whisky Jack Daniel’s y todos aquellos cócteles hechos a base de bourbon. En ocasiones también bebía tequila, vino o jerez. Relaté que, durante los casi veinte años que vivió en España, hasta que se peleó con Manuel Fraga a causa de los impuestos, acudió en muchas ocasiones al bar o al hall del hotel. La actriz tenía otro motivo: en pocos sitios como en el Ritz –también en el Palace– le preparaban el bloody mary para amortiguar los efectos de sus sonadas borracheras.
P: El Ritz siempre ha sido el hotel de la aristocracia: ¿cómo fue el encuentro con el rey Jaled de Arabia Saudí?
R: El Gobierno reservó más de 90 habitaciones en 1981 con motivo de la visita del monarca saudí. La despensa del hotel a punto estuvo de llegar al desabastecimiento, ya que se llegaron a consumir más de 300 kilos diarios de fruta. Para entrar en la suite del rey era necesario llevar una acreditación especial. Como el servicio del hotel estaba desbordado y no había nadie más a mano para cambiar de forma urgente una gran cesta de fruta por otra nueva, el maître me encargó que hiciera yo ese trabajo, pese a que no portaba la identificación. Llamé varias veces a la puerta y como nadie me abría, utilicé la llave maestra para entrar en la habitación.
P: Entrar en la habitación de un miembro de la monarquía sin haber sido invitado no parece muy buena idea...
R: Apareció un miembro del equipo de seguridad saudí con un enorme pistolón apuntándome a la cabeza. Las frutas rodaron por el suelo mientras yo suplicaba en mi mal inglés que dejara de apuntarme ya que no era más que un simple camarero. El tipo estaba cada vez más nervioso y yo muerto de miedo, hasta que llegaron varios policías españoles armados, quienes invitaron al guardaespaldas del rey a que depusiera su actitud.
P: ¿El Rey emérito también se paseó por el Ritz?

R: De forma privada, Juan Carlos solo acudió en una ocasión el hotel y lo hizo acompañado de su padre, don Juan de Borbón. Ambos se dirigieron al bar, vacío en ese momento, y pidieron un par de zumos de frutas. Cuando el maître tenía decidido no pasar la factura, el monarca se levantó y le dijo: "Mucho cuidado con la cuenta porque la pago yo". Cuando llegó el momento le presenté la factura, cuyo importe apenas superaba las setecientas pesetas, poco más de cuatro euros. A don Juan de Borbón le pareció excesivo y así me lo hizo saber; el rey, por su parte, se limitó a comentar con sorna que “no todos los días se puede uno permitir un lujo así”: “Hay meses en los que el sueldo no me llega para comprarle un abrigo a mi mujer", añadió. Firmó la factura para que se la enviaran al Palacio de la Zarzuela y ambos se marcharon.
P: En todos los hoteles circulan leyendas urbanas: ¿cuál es la más insólita (seguramente 'no' real) que ha escuchado?
R: Hay una anécdota mundialmente famosa protagonizada por James Stewart que en mi libro relato de esta manera. Según la versión comúnmente extendida, el actor norteamericano se presentó con sus maletas en el Ritz durante los años cincuenta, impidiéndosele la entrada por su condición de artista. Al cabo de unos minutos Stewart volvió al hotel luciendo el uniforme de teniente coronel, hay quien dice de general, de las Fuerzas Aéreas norteamericanas. Vestido así, en recepción no tuvieron más remedio que autorizar su alojamiento. La versión 'oficial' del que fue director del hotel, Pablo Kessler, es bien distinta: la embajada de Estados Unidos en Madrid hizo la reserva a nombre del general James Stewart, pero al final y por motivos que se desconocen ni siquiera estuvo en el hotel.
P: ¿Qué tal era lidiar con los caprichos de las estrellas?
R: Sinatra estuvo en el Ritz en 1986. Vino en reactor privado matriculado con sus iniciales para ofrecer un concierto en el Santiago Bernabéu. Llegó al hotel como la estrella que era: en una limusina, escoltado por otros seis vehículos similares, todos ellos de color azul. Previamente su representante había impuesto dos condiciones: un piano de cola blanco en su habitación y una línea telefónica especial para comunicarse con el exterior sin necesidad de pasar por la centralita.
Los conserjes del hotel presumen sin altanería de conseguir lo imposible: en cuestión de minutos le buscaron rival al presidente argentino Carlos Menem para jugar al tenis a las seis de la mañana. Consiguieron casi al instante una mesa de unas determinadas medidas, porque en la que Margaret Thatcher tenía en su habitación no se acostumbraba a trabajar. Quizás el encargo más raro que hayan tenido que hacer nunca es el de comprar un nicho en el cementerio de La Almudena. "Lo difícil lo hacemos al momento, lo imposible tardamos un poco más", podría ser su lema de trabajo.
P: Su libro se publicó hace ya ocho años: ¿sigue teniendo algún confidente que le tenga al corriente?
R: Creo que el libro ya debe estar está descatalogado, pero todavía conservo allí algún compañero de aquella época. Me gusta estar al tanto de lo que ocurre, aunque sea desde la distancia.
P: Una de las cosas que mejor se suelen recordar es la generosidad de los famosos con las propinas… ¿Alguien especialmente dadivoso?
R: Según me contaron, la familia Rockefeller: el magnate era tan discreto y estaba tan entrenado en el arte de sacar dólares del bolsillo para repartirlos que sus gratificaciones “siempre sabían a gloria”. Y más tarde, la familia real saudí. La estancia de los saudíes en el Ritz siempre ha sido recordada por los empleados, tanto por la generosidad de sus propinas como por la facilidad con la que regalaban relojes de oro. No fue mi caso, lamento decirlo.
P: Algo que hacen los famosos es registrarse con nombres falsos: ¿recuerda alguno que fuera especialmente divertido o extraño?

R: Recuerdo un caso de suplantación de personalidad bien llamativo. Se trata de un individuo que durante meses se hizo pasar por el marqués de Santillana: comía en el restaurante, pedía champán en el hall y, a veces, un cóctel en el bar. Garabateaba la factura, dejaba unas monedas de propina y amablemente pedía que le enviaran la factura a su domicilio. Así hasta que un buen día el verdadero marqués de Santillana, harto de que le mandaran facturas del Ritz que él no había consumido, descubrió el pastel sin que al impostor se le pudiera echar ya el guante. Nunca más se supo de él.
P: ¿Algún vip que pasó por el hotel y que nadie de la prensa se enteró? ¿Es posible que no se filtre la información?
R: El hotel tuvo su propio ‘fantasma’, Richard Gere, hábil como pocos para esquivar a la prensa. En 1994 'El Mundo' tituló ‘El fantasma del Ritz’ para ilustrar una información sobre el pacto de silencio de los empleados que se negaron a confirmar la presencia del actor, y de hecho le buscaban vías de escape a través de la cocina y del laberinto de pasillos interiores del hotel para salir a la calle sin que los fotógrafos pudieran ‘cazarlo’. Su esposa Cindy Crawfordno le acompañó, pero cuando la modelo visitó el hotel nunca faltaron las flores blancas que tanto le gustaban. Aunque para flores, Elle Macpherson: nada menos que mil rosas rojas, en centros de cien flores, recibió la modelo y actriz australiana en su habitación del Ritz.
P: Su mejor y peor recuerdo…
R: Los malos, si los hubo, los he olvidado. Los mejores tienen que ver con las lecciones de vida que aprendí (satisfacción por el trabajo bien hecho, la entrega, la importancia de la empatía, la lealtad, el compañerismo...).
Como decía aquel viejo cuplé, "aunque cien años llegase a vivir, yo no olvidaría las tardes del Ritz". Y tampoco he olvidado, claro, aquel letrero con el que me encontraba cada día en la zona reservada para los empleados: “Sonría, es parte del uniforme”.
Y este es el enlace de la misma entrevista, tal y como apareció en Vanitatis.