Tengo un secreto que contar… ¡Qué frase rara es esa! ¿Cómo es un secreto si quieres contarlo a toda costa? Pero a veces los secretos pesan en el alma y tienes que tener a alguien que te escuche, que sea tu cofre de los secretos. Así fue como nació mi amistad con mi actual mejor amiga.
Yo tenía un secreto que me carcomía, mi familia lo sabía pero en casa nadie hablaba de ello; supongo que era difícil. No sabía qué hacer con ese secreto, con alguien tenía que poder hablarlo. Un día no aguante más y se lo dije a la única persona con quien solía hablar.... Y cuando digo que me escucho, fue porque así lo hizo. No es fácil para algunos escuchar mi nerviosa y atolondrada verborragia, entenderla y luego dar una respuesta coherente. Durante cinco minutos y a una velocidad que ni yo me reconocía, le relaté lo angustiada que estaba al descubrir que mis abuelos paternos nunca lo habían sido. Me descargué y le hice prometer que no se lo diría a nadie.Por la noche cuando ya estaba en mi cama, el alivio que sentí al liberarme de ese secreto se convirtió en desesperación. Había roto la promesa que le había hecho a mi padre de no contarlo. ¿Y si él se enteraba de ello de algún modo? Pase varios días maquinándome sobre las posibles situaciones en que mi padre se enterara de que le había roto su confianza. Y si ella le cuenta a sus padres, y luego alguien del colegio donde trabaja mi papá va al quiosco de ellos y ellos comentaban algo. Y ese alguien, le dice algo a mi papá…Después de martirizarme pensando tonterías, me di cuenta que el alivio que sentía al soltar el secreto, seguiría siendo eso, un alivio. Que mi compañera no había roto mi confianza y que en vez de hallarme en un problema inmenso, solamente había logrado darme cuenta que contaba con una chica genial para que fuera mi amiga del alma.Aún hoy, a cinco años de ese momento, recuerdo mi miedo al haberle fallado a mi padre. Pero aún con más cariño recuerdo que desde ese día cuento con ella para que guarde mis secretos. Y yo, sin proponérmelo, soy quien guarda los suyos.