Desde hace más de dos siglos, seis reyes de piedra vigilan desde sus pedestales el ir y venir de los toledanos, sin dar lugar a la sospecha de que detrás de su impasible gesto esconden una existencia no menos que curiosa. Concebidas para adorno del Palacio Real de Madrid, el cardenal Lorenzana y el erudito Antonio Ponz consiguieron llevarlas a Toledo para embellecimiento de la ciudad, y desde entonces han sido testigos silenciosos de la actividad ciudadana.
Pese a su familiaridad, muchos toledanos apenas tienen el vago concepto de que se trata de unos cuantos godos de nombres extravagantes, lo que es básicamente erróneo porque sólo son godos tres de ellos: Wamba, Sisenando y Sisebuto. La otra mitad pertenece a la dinastía castellano-leonesa de la Reconquista: Alfonso VI, Alfonso VII y Alfonso VIII. Estatuas, por lo demás, de comprobado pacifismo a pesar de sus poses aguerridas y sus imponentes espadones.
Su historia comienza en 1747, cuando Fernando VI encarga la elaboración de 108 estatuas con las efigies de la serie completa de la monarquía española desde el rey godo Ataúlfo hasta él mismo, paraornamentar las fachadas del Palacio Real Nuevo de Madrid.Del programa iconográfico se encargó el padre benedictino fray Martin Sarmiento, que detalló las características que debían tener las estatuas, y que debían acatar los escultores.
Tres años tardaron en esculpirse las piezas desde su encargo, en 1750, hasta su instalación en las fachadas del Palacio Real, en 1753. Pero las esculturas disfrutaron poco tiempo de su ubicación porque Carlos III, apenas subió al trono, mandó retirarlas sin explicar los motivos. No es aventurado suponer que se dejara llevar por el consejo de su arquitecto italiano Francisco Sabatini, autor de su espléndido palacio de Caserta, que sin duda estimó en poco la calidad de las estatuas además de considerar que recargaban la estética del edificio.
La decisión de Carlos III y Sabatini pudo suponer el exilio definitivo, en un almacén de palacio, para el centenar de monarcas de piedra, pero el destino les tenía reservado un futuro más exitoso. El instrumento del destino fue el célebre viajero Antonio Ponz, secretario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, que puso especial empeño en rescatar a las estatuas de su oscuro confinamiento para que pudieran lucir como ornamento en los espacios públicos de Madrid y de otras ciudades españolas.
Enseguida se hizo eco de su propuesta su amigo el arzobispo primado deToledo, cardenal don Francisco Antonio de Lorenzana, que por su parte se hallaba embarcado en un ambicioso plan de mejora de Toledo, orientado a dotar a la ciudad de la dignidad y el esplendor propios de la sede de la Iglesia Primada.Un adelantado del turismo
El abate Ponz se nos revela como un adelantado de la promoción turística al afirmar que la instalación en la Ciudad Imperial de los reyes más vinculados a su historia sería una novedad que «llamará a muchos curiosos a Toledo». «Con poco gasto -argumentaba- se le podría dar un gran realce a Toledo y sería también nuevo motivo que llamase a los forasteros».
El animoso erudito se ocupó personalmente de organizar el traslado de las estatuas a cuenta del arzobispo y dio instrucciones sobre la realización de los pedestales, que encargó al arquitecto mayor de la ciudad y también escultor, don Eugenio López Durango, por un coste total de 6.000 reales de vellón.
El propio Ponz fue, con toda probabilidad, el autor del texto de las lápidas que todavía exhiben los pedestales. Sin embargo, respecto a la identidad de los retratados no cabe hacerse muchas ilusiones ya que, con ocasión de su almacenamiento en los sótanos del Palacio Real, se perdieron sus referencias y a muchas se les fue adjudicando una identidad arbitraria según la conveniencia de cada caso.
Seguramente por esto, en la actualidad Burgos, Madrid y Toledoexhiben sendas estatuas de la serie con el nombre de Alfonso VI. Y algo parecido cabe decir de Wamba, Recesvinto, Recaredo y Alfonso VIII, cuyos nombres figuran tanto en las estatuas toledanas como en otras de la Plaza de Oriente, el Palacio Real y los jardines de Sabatini en Madrid.
Para ser precisos, nuestra estatua de Alfonso VI tiene todas las trazas de no corresponder a dicho rey porque, según la tipología del padre Sarmiento, no le correspondería llevar a su izquierda el escudo con la efigie de su esposa, pues ninguna de las que tuvo le dio un heredero reinante.
Los encargados de realizar la serie escultórica fueron artistas de reconocido prestigio, que recibieron por cada estatua 11.000 reales de vellón y utilizaron piedra blanca de las canteras de Colmenar. Todos se comprometieron a realizar maquetas en cera o barro que hubieron de pasar la supervisión de los dos escultores principales de Fernando VI, Juan Domingo Olivieri y Felipe de Castro.
En cuanto a las estatuas toledanas, sabemos que el valenciano Felipe del Corral talló la de Alfonso VI; Juan de Villanueva, padre del célebre arquitecto neoclásico, esculpió la de Alfonso VIII; la deRecesvinto, el vallisoletano Alonso de Grana; la de Sisenando, el italiano Pedro de Martinengo; la de Alfonso VII fue ejecutada por el portugués Clemente Annes de Mata y Lobo; la de Recaredocorrespondió al turolense Juan de León; y el vallisoletano de Íscar, Alejandro Carnicero, ejecutó las de Sisebuto y Wamba.
En septiembre de 1787 los habitantes de Toledo ya disfrutaban de las ocho estatuas llegadas de Madrid, colocadas a criterio de Antonio Ponz «en los parajes convenientes para que sirvan de ornato»: La de Alfonso VI y Alfonso VIII se emplazaron a ambos lados frente a la Puerta de Bisagra; las de Sisebuto y Sisenando, saliendo por la puerta del Cambrón a mano derecha; la de Alfonso VII, frente a la puerta exterior del puente de San Martín; la de Wamba, al inicio del Paseo de la Rosa, junto al Puente de Alcántara; y las de Recesvinto y Recaredo, flanqueando la entrada principal del Alcázar. Estas dos corrieron la peor suerte, pues acabaron destruidas durante el asedio al Alcázar en 1936.
Con el transcurso del tiempo, los reyes han cambiado varias veces de emplazamiento hasta venir a situarse en los jardines de la Vega. Por su parte, Sisebuto preside las partidas de petanca en el parque de su nombre; Sisenando se aburre solitario en los jardines del Cambrón y Alfonso VI luce su protagonismo de reconquistador junto a la Puerta de Bisagra. Don Antonio Ponz consiguió colocar muchas otras estatuas en distintos lugares de Madrid y en ciudades como Burgos, Logroño, Ronda, Vitoria y San Fernando de Henares. Años después, sendas partidas terminaron adornando los espacios urbanos de Aranjuez, El Ferrol y Pamplona. Y, finalmente, en las postrimerías del siglo XX, se decidió subir algunas a las fachadas del palacio Real, cumpliéndose así su destino originario.
Los habitantes de Toledo nos hemos familiarizado con las seis figuras regias de poses teatrales, blancas como ánimas en pena y erosionadas por el tiempo y las palomas sin que por ello hayan perdido su actitud altiva de monarcas preconstitucionales. Su presencia realza la imagen regia de Toledo reafirmando su título de «Ubs Regia», pero si de algo peca la colección monárquica es de omitir algunos nombres inexcusables como los de Alfonso X y Juana la Loca, nativos toledanos. También se echan en falta al godo Atanagildo, que otorgó aToledo la capitalidad de Hispania, y a Don Rodrigo, unido al aura legendaria de la ciudad. Claro que Atanagildo era arriano y Don Rodrigo un perdulario del que casi es mejor no acordarse.
POR MARIANO CALVO@ABC_TOLEDO / TOLEDODía 12/07/2014 - 14.37h
Mariano Calvo, escritor
Fuente: http://www.abc.es/toledo/ciudad/20140712/abci-descubre-seis-reyes-piedra-201407111919.html