(JCR)
Si hay un tema africano sobre el que tengo que confesar mi ignorancia es el Islam. Siempre he vivido en zonas donde los musulmanes eran una minoría, y nunca he tenido la oportunidad (ni las ganas, tengo que confesar) de profundizar mucho en este tema. Mi compañero de blog, que entre otros muchos idiomas habla el árabe como un imán de mezquita, y tiene bastantes años de experiencia de trabajo en Egipto y Sudán, es sin duda una gran autoridad en la materia y si hay que hablar de este tema yo, pobre ignorante, le dejo la palestra a él. Sin embargo, sí que quisiera comentar sobre una reacción interesante que presencié hace pocos días de uno de los mejores amigos que tengo en Obo (República Centroafricana) y que es musulmán.
Mi amigo se llama Juma y es originario de Sudán del Sur. Es el jefe del “Barrio Árabe”, uno de los vecindarios de Obo que ostenta un nombre curioso porque no hay ni un solo árabe en él. Se trata de un conglomerado de casas habitado por musulmanes de distinta procedencia: unos son centroafricanos (sobre todo de etnia Yulu) de las provincias del Norte, otros son comerciantes chadianos, cameruneses o sudaneses, y la mayoría son ganaderos semi-nómadas Peul, también llamados Mbororo, de los cuales algunos han nacido en Centroáfrica y otros han llegado aquí cruzando varias fronteras. Suelo acudir allí bastante, entre otras cosas porque en este barrio uno encuentra algunas tiendecillas donde comprar algunos artículos básicos que no se encuentran en otras partes, y también porque me gusta charlar con algunos de mis amigos, como los jefes Peul Yacoub y Agari, que me cuentan cosas interesantísimas de la vida de los Mbororo. Juma es un hombre cordial y amigable a quien en más de una ocasión he acudido cuando ha habido tensiones entre Mbororo y Zande para intentar que se serenaran los ánimos, y es una de esas personas que cuando te sientas a hablar con él nunca parece tener prisa y te da a entender que está a gusto contigo.
Hace dos semanas, en Obo, la gente empezó a ser presa de sentimientos de angustia y miedo cuando los rebeldes del LRA llegaron a apenas cinco kilómetros del pueblo y mataron a un muchacho de 15 años y secuestraron a sus padres y a otras dos mujeres. Si han podido llegar tan cerca, razona la gente, a pesar de la presencia de tantos soldados e incluso de tropas especiales de Estados Unidos, cualquier día por la noche entrarán en algunos de los barrios y matarán a todos los que se les pongan por delante. Pocos días después del incidente, uno de los guerrilleros del LRA se acercó Obo y se rindió. Se encontró con dos cazadores que le indicaron que no tuviera miedo y le llevaron con los militares. Algunos habitantes de Obo, todavía soliviantados por el asesinato del muchacho hacía apenas unos días, perdieron los nervios y empezaron a protestar diciendo que si los del LRA mataban a gente inocente también habría que matarlos a ellos cuando se rindieran. El tema se convirtió en un punto de discusión acalorada durante una reunión de seguridad con los jefes de los barrios el pasado miércoles 24 de Octobre.
Entonces Juma pidió la palabra e intervino para calmar las aguas. Nunca podría esperarme lo que dijo:
-Nosotros, los centroafricanos, somos un pueblo con sentimientos muy cristianos. Por eso cuando se rinde un rebelde no nos vengamos, sino que le perdonamos y le tratamos bien. Creo que lo mejor que podemos hacer es seguir teniendo esos sentimientos cristianos.
No quise responderle en público, pero al terminar la reunión me acerqué a saludarle y le dije:
-Juma, creo que has hablado bien y me ha gustado lo que has dicho. Pero tengo una duda: dices que los centroafricanos tenéis sentimientos cristianos y tú mismo te incluyes, pero tú eres musulmán.
-Claro que sí, pero si nos conocieras bien sabrías que también los musulmanes tenemos sentimientos muy cristianos.
Y se quedó tan ancho. Me recordó al Khadi de Gulu, Sheik Musa Khalil, en una ocasión en la que católicos y protestantes organizamos un Vía Crucis ecuménico el Viernes Santo y acudió a ver a nuestro arzobispo para quejarse porque, según él, habíamos marginado a los musulmanes al no incluirlos en la celebración del Vía Crucis. Al final les invitamos e incluso el Khadi presidió una estación. Su número dos, que se llamaba Hassan Hussein, había vivido muchos años en Jartum y nos decía que tenía un hijo que estudiaba en el seminario mayor (obviamente no era musulmán, sino católico) y que se sentía muy orgulloso de tener a su primogénito que había decidido dedicar su vida al servicio de Dios.
Ya sé que hay lugares en África donde reina la intolerancia y el fundamentalismo y donde historias como estas serían impensables. Pero me alegra ver ejemplos cotidianos de convivencia pacífica y cordial como los que acabo de describir. Yo, por mi parte, encantado de tener amigos musulmanes con “sentimientos cristianos”. Lo único que siento es que cuando les visito me sirvan té muy azucarado, y no una buena cerveza fresca. Lamento que, al menos en este punto, todavía no tengo “sentimientos muy musulmanes”.