Los siete samurais de Akira Kurosawa

Publicado el 07 mayo 2019 por Carlosgu82

Los siete samurais de Akira Kurosawa (1954)

El maestro Akira Kurosawa renovaba con éste maravilloso largometraje el género clásicamente nipón de las chanbara o jidaigeki, sentando así los precedentes y las bases para las películas de samurais que irían apareciendo en los años sucesivos. Los films de Kurosawa son los más conocidos de su temática en occidente, pero en las siguientes décadas vendrían más obras maestras del chanbara (si bien con un estilo bastante distinto) a cargo de otros directores como Kenji Misumi (saga de Zatoichi, hexalogía del Lobo Solitario, Hanzo el navaja…) o Hideo Gosha (“Sanbiki no samurai”, 1964 o “Hitokiri”, 1969).

Hoy abordaré el punto de partida argumental de “Los siete samurais”, y un próximo artículo haré un comentario personal, aportando asimismo datos de la película y de su elenco.

(Imagen: Akira Kurosawa en 1953 durante el rodaje del film – Wikimedia commons, dominio público)

Argumento

Feroces bandidos aterrorizan amplias zonas rurales en el Japón feudal del siglo XVI. Roban sus cosechas a los humildes campesinos, quienes azotados por la miseria están al borde de la desesperación. Ya no tienen arroz y una hambruna se cierne amenazadoramente sobre ellos. Las autoridades estatales no hacen nada para protegerlos. Se sienten desvalidos y abandonados. Unos hablan incluso de suicidarse. Sólo unos pocos parecen tener la resolución y las agallas para enfrentarse a los forajidos que asolan la comarca. La inmensa masa de los lugareños muestra un carácter pusilánime y resignado. Todos lloriquean y se lamentan, pero no están dispuestos a luchar contra el enemigo. Prefieren quitarse la vida ellos mismos antes que morir en combate…

Finalmente, los pueblerinos deciden pedir consejo al anciano patriarca, un viejo molinero llamado Gisaku. Éste decide que la única solución consiste en luchar contra los bandidos. Pero como ellos por sí mismos son incapaces, al carecer de cualquier experiencia con las armas, deberán contratar a samurais. Éstos tendrán que ser reclutados de entre los samurais más pobres: Los errantes ronin, caballeros andantes desempleados sin un señor al que servir. La tarea de conseguir la colaboración de guerreros experimentados será harto difícil, pues los paupérrimos aldeanos no tienen con qué pagarles, y sólo pueden apelar a su buena voluntad y a su compasión. Lo único que pueden ofrecerles es el poco arroz que les queda.

Emisarios del poblado parten a lugares vecinos para que corra la voz de que buscan protectores. En otro pueblo se encuentran con que un bandido ha tomado como rehén a un bebé, atrincherándose con él en una casita de paja. Los campesinos, alrededor de 20, no se atreven a intervenir. Pero un veterano samurai que pasaba por allí decide rescatar al pequeño. Para ello se hace rapar la cabeza con la intención de parecer un sacerdote. Se acerca a la choza donde se esconde el bandido portando dos bolas de arroz, y cuando el criminal se dispone a tomarlas, actúa velozmente liquidándolo y salvando así a la criatura.

El samurai, llamado Kambei, es vitoreado como un héroe y varios jóvenes que presenciaron su gesta solicitan unírsele. Entre ellos el joven Katsushiro, quien insiste en convertirse en su discípulo. También un pintoresco individuo que porta siempre una gigantesca espada apoyada en el hombro empieza a seguirlo.

Cuando Kambei se entera de que en el poblado campesino cercano necesitan ayuda contra unos bandidos, toma la resolución de crear una pequeña tropa de samurais empobrecidos y acudir al rescate. Para seleccionar a los mejores ronin, Kambei le dice a Katsushiro que se oculte junto a la puerta con un palo y que golpee al candidato cuando vaya a entrar. Sólo si el aspirante logra esquivar velozmente el ataque será un guerrero digno para la misión. Así comienza a tomar forma un pequeño grupo de samurais: Shichiroji, viejo amigo de Kambei a quien se encuentra casualmente; Heihachi, experto cortando leña con el hacha; Gorobei, gran arquero y estratega; Kyuzo, quien inicialmente rechaza la oferta de unirse al grupo pero que cambia de opinión. Kyuzo es un ronin duro y de mirada sombría, taciturno y gran luchador. Ya son cinco contando con Kambei. Éste finalmente accede a tomar a Katsushiro bajo su protección. Pese a su inexperiencia y juventud es aceptado en el grupo. Una noche aparece otro candidato, completamente borracho: Es el histriónico ronin de la espada gigantesca al hombro, que también había presenciado el rescate del bebé por parte del “monje” Kambei. El alcoholizado personaje, excitado por el exceso de sake, afirma que él también es de linaje samurai y quiere formar parte del equipo. Tiene incluso un pergamino con un árbol genealógico para acreditar su ascendencia. Pero Kambei y los de demás se echan a reir cuando ven que el Kikuchiyo del que se habla en ese documento debería tener 13 años “Pareces muy mayor para tu edad” comenta jocosamente Kambei. Kikuchiyo se indigna cuando su artimaña es descubierta. Pero a la mañana siguiente, aún así, continúa siguiendo al grupo – pues él quiere ser el séptimo samurai.

Entretanto, en el pueblo, los campesinos no se sienten más seguros ante la noticia de que los samurais se aproximan. Muchos de ellos no sólo temen a los bandidos, sino incluso a aquellos que deberán protegerles contra ellos. La irracional cobardía de los aldeanos está encarnada en el personaje de Manzo, quien obliga a su bella hija Shino a que se corte el pelo – para que parezca un muchacho, pues teme que los samurais podrían violarla.

Cuando los siete ronin llegan al pueblo se sorprenden al encontrar sus calles desiertas. Los pueblerinos, en lugar de salir a darles la bienvenida se esconden de ellos en sus casas. Kambei y sus hombres, extrañados ante ese comportamiento, van a ver al viejo Gisaku. Éste les dice que no se ofendan, pues los campesinos, de naturaleza excesivamente apacible y retraída, tienen miedo de todo. En ese momento suena la alarma: ¡Los bandidos se acercan! El pánico se extiende en la aldea, todos los lugareños salen de sus casas y corren frenéticamente por las calles… Pero todo no era más que una broma de Kikuchiyo: Él había dado la alarma, consiguiendo así lo que se proponía: Que los campesinos salieran de sus casas. Los demás samurais reaccionan con hilaridad ante la ingeniosa ocurrencia, que servía también para desenmascarar la atávica cobardía de los pueblerinos.

Ahora los samurais empiezan a diseñar un plan para la defensa del pueblo. Los bandidos pueden atacar en cualquier momento y hay que estar preparados…

(Continúa en un próximo artículo)