Está excavado en terreno llano y no en ladera o desnivel lo que hace a esta vivienda única y atractiva.
Se pudiera decir que la Madre Tierra acoge en su seno a los moradores del Silo, que los arropa en invierno y refresca en verano y los funde con la esencia de la naturaleza.
A mediados del siglo XVIII, a consecuencia de la desamortización y roturación de nuevas tierras y la consiguiente necesidad de mano de obra, surge la figura del jornalero el cual, por escasez de recursos económicos, se ve obligado a construir su propia vivienda.
El silo era la casa de las familias más humildes y trabajadoras del pueblo que, nada más establecer sus relaciones de noviazgo, se compraban el “sitio”, un solar de unos 470 m² (conocida con el nombre de celemín), para cavar su silo.
La pareja de novios comienza la tarea con sus propias manos hasta abrir en el interior de la tierra, el espacio necesario para los dormitorios, cocina, comedor majo, cuadras, pajar, gallinero; logrando una casa sin tejado, sin vigas, sin columnas, sin tabiques.
Las paredes, techos y suelos aparecen recubiertos de cal lo que hace que el sol penetre con mucha fuerza en el interior del silo para iluminar toda la casa con deslumbrante blancura.
Al estar bajo tierra, la temperatura del interior es muy constante y allí se guarda el calor en el invierno y permanece un reconfortante frescor durante el verano.
Fuentes: http://senderosesotericos.wordpress.com/2013/03/18/ruta_94-los-silos-de-villacanas-toledo/
http://www.aytovillacanas.com/Turistas/Paginas/MuseoEtnograficodelSilo.aspx