Hace un tiempo llegó a mi casa este libro sobre la mejor serie de televisión que ha existido jamás. Como casi todas las personas que conozco, no concibo un día en el que no reciba mi dosis diaria de Los Simpsons, de dos a tres del mediodía. Imagino que algún día, no sé cuándo, dejaran de emitirla pero no quiero ni imaginar el revuelo que causaría la decisión. En todo caso aún le quedan años, y mientras tanto, Blackie Books sacó este libro de la serie.
Todo el mundo sabe que los chistes pierden la gracia cuando se analizan, y en el fondo pensaba que me pasaría lo mismo con este libro. Una obra que sobreanaliza en clave filosófica una sitcom de dibujos animados, incluso para ser los Simpsons, me daba un poco de reparo. Desgraciadamente, en parte, no me equivocaba. Algunos escritos dan la sensación que, efectivamente, están reventando el chiste y se le da demasiadas vueltas a algo que es claramente una simple broma. Un ejemplo es el que lleva por título “Holita, vecino, tralarí tralará: Ned Flanders y el amor al prójimo” que se dedica a darle vueltas al hecho de que Ned Flanders quiera bautizar a Bart, Lisa y Maggie cuando estos van a vivir con ellos. No es el único, algunos otros también pecan de alejarse de la serie y ser bastante densos y aburridos. Aún así, en general son muy lógicos y reflexivos e incluso de los más aburridos puedes extraer cuatro o cinco ideas interesantes.
Aunque la mayoría de autores resaltan las virtudes de la serie y coinciden en la comicidad indudable de la misma, la analizan desde una perspectiva crítica que no es habitual, lo cual se agradece. Los Simpsons nunca se ha prestado a un análisis crítico por mi parte o la de mis amigos, y eso que hemos despellejado decenas de nuestras películas y series favoritas. Nunca hemos acabado de dar la vuelta de tuerca que le faltaba al análisis de una serie que siempre he tenido por moderna y crítica (Nota: sigo creyendo que lo es, por supuesto, pero reconozco que se me habían escapado ciertos elementos anacrónicos y sexistas y que no es tan ofensiva como podría parecer).
“Los Simpsons y la política del sexo” de Dale E. Snow y James J. Snow
El mayor logro de Los Simpsons ha sido poner en entredicho cierta mojigatería de la televisión que actualmente jalona la programación de la cadena americana Fox. Con todo, Los Simpsons perpetúa y amplía una política sexual conservadora en tres sentidos. En primer lugar, da cuenta de una ciudad, Spriengfield, poblada por una abrumadora mayoría masculina. En segundo lugar, los episodios centrados en Bart o en Homes son los más abundantes y, por último, la serie ofrece una caracterización sesgada de Marge y Lisa.
No es baladí subrayar que, en términos de distribución de géneros, la ciudad de Springfield es, si acaso, ligeramente más conservadora que el universo de programas televisivos que a menudo satiriza. El total de personajes femeninos que aparecen más de una vez en la serie es de 15 [por unos 63 masculinos]. El elenco, sin embargo, difícilmente es estimulante: de las 15, seis aparecen exclusivamente como mujeres o madres de personajes masculinos mucho más plenamente desarrollados (Maude Flanders, señora Lovejoy, Manjula). Cinco son personajes realmente menores, que apenas hablan (como Sherri y Terri, la cocinera Doris o la señorita Hoover). En representación de la mujer trabajadora sólo quedan Patty, Selma y Edna Krabappel, y puesto que uno de los rasgos definitorios que las tres tienen en común es que fuman de modo empedernido, podría concluirse que están presentadas como mujeres que “se han enfurecido y ya no resultan deseables. Sólo Ruth Powers es una mujer adulta sin ataduras y con una mentalidad propia.
Las mujeres casadas del universo simpsoniano no trabajan, así que el drama de la vida de Marge suele desarrollarse dentro de los confines de su casa en Evergreen Terrace. En parte podría explicar su personalidad: sólo en cuanto mujer amorosa y comprensiva por antonomasia permite que los espectadores acepten a Homer como el tonto inimitable que es.
Parece haber más energía psíquica invertida en el yo (Bart) que en el superyó (Lisa). La serie necesita a Lisa para su equilibrio psíquico, pero en cierto sentido puede prescindir de ella. Lisa no es el yang del yin de Bart, pues esta idea presupone una complementariedad, si no igualdad de influencia y, según hemos demostrado, no es éste el caso.
El ideal de la familia no queda hecho picadillo, como corresponde a otros blancos de la serie. Tómese por caso el capitalismo. El personaje de Marge no exagera la maternidad, la calidad consorte o la feminidad hasta el punto en que el personaje de Burns exagera y satiriza el capitalismo, o el del reverendo Lovejoy hace burla de la religiosidad posmoderna. Burns lleva el capitalismo hasta su conclusión lógica y permite verlo como un modo de vida estéril. Marge, en cambio, no lleva las convenciones que encarna hasta su conclusión lógica, no las exagera hasta el espanto y, desde luego, no las expone como vacuas o superficiales.
Se trata de papeles maravillosos y dramáticamente significativos, que parecen atribuir en exclusiva las mejores cualidades humanas a la mujer de la especie [en relación a los cuantiosos defectos de los personajes masculinos]. Y, sin embargo, servir de inspiración a los tíos tontos allí donde estén (incluidas vuestras familias) significa no cuestionar la posición de esos tontos, que ocupan de lleno el centro del escenario de la vida.
“Un marxista (Karl, no Groucho) en Springfield” de James M. Wallace
Así pues, en la tradición cómica, una sátira subversiva como Los Simpsons debería aspirar -y tal parece ser el caso- a poner al descubierto la hipocresía, el fingimiento, la comercialización excesiva, la violencia gratuita y otros tantos rasgos que caracterizan a la sociedad contemporánea, y sugerir que, más allá, podría haber algo mejor. Puesto que en una sociedad apuntalada sobre valores capitalistas la sátira política y social tendría que poner en entredicho esos valores casi por definición, un marxista debería sentirse en casa en Evergreen Terrace. Pero no parece ser así. Muchos fans de Los Simpsons sabrán que los marxistas no son bienvenidos en Springfield.
Es difícil encontrar algún personaje, excepción hecha de Fran Grimes (rápidamente despachado) que no sea un liante, un perdedor, un inepto, un malvado, un perezoso, un adulador, un ignorante, un criminal, que no carezca de principios o no sea sencillamente un tarado. Desde luego, el ejemplo más obvio es Homer.
De hecho, episodios como “Escenas de la lucha de clases en Springfield” acaban en la restitución del orden social, en este caso con los miembros del club de campo felices en sus mansiones y la familia de Marge contenta en su antro, la serie subvierte su propia subversión y, en lugar de criticarlas, no hace más que apoyar las mismas instituciones y relaciones sociales que conjeturalmente ataca. Si bien los chistes, tomados de manera individual, pueden ser excepcionalmente divertidos, tomada en su totalidad, la series representa apenas un visión nihilista (todo puede ser un blanco) y conservadora (el orden social tradicional se mantiene). La sátira estala en una miríada de chistes individuales, y al final no queda más que lo que había en un comienzo: un mundo de lucha y explotación.
Lo que cuenta es claramente el chiste. La incoherencia del personajes de Homer lo convierte en poco más que un simple vehículo para las frases incisivas de los guionistas. Desde luego Los Simpsons no es televisión realista, pero la audiencia tampoco podría identificarse con un personaje que, para salvar las buenas líneas de los guionistas, se vuelve cada vez menos humano y más camaleónico. Sólo el chiste sobrevive. Nada es importante. Los críos se entretienen. Parafraseando a Marx, todo lo sólido se desvanece en la risa.
La serie muestra la ideología capitalista de los Estados Unidos de finales del siglo XX. Que en su totalidad reproduzca una ideología en lugar de trastocarla queda demostrado, en particular, por el hecho de que no la escribe un solo guionista, sino un equipo de al menos dieciséis autores y muchos otros colaboradores. Puesto que mantener la coherencia y la continuidad plantea dificultades incluso a un autor único que trabaje en un solo texto, la uniformidad de Los Simpsons de hecho resulta sorprendente. Pero con tantas mentes dedicadas a la serie, es de suponer que ésta no revele el genio y la visión de una persona, sino la labor de un colectivo que la modela a partir de la perspectiva de una (Matt Groening) con vistas a su consumo masificado por parte de un público que sintoniza con imágenes entrecortadas, temas inconexos y fragmentos de significado.
A pesar de agudezas contra el espíritu comercial y las corporaciones, Los Simpsons no sólo refleja sino que conserva y propaga la ideología burguesa tradicional. [...] El éxito de público de la serie y su aceptación por parte de la crítica en última instancia demuestran cuán satisfechos estamos de la ideología estadounidense contemporánea. Cuando Monty Burns dice: “Oiga Spielbergo, ¡Schindler y yo somos almas gemelas: ambos poseíamos fábricas y fabricábamos munición para los nazis, sólo que la mía funcionaba!”, nos reímos. Probablemente porque nos ha chocado la ceguera a propósito de lo que admite. Pero una vez que saben esto, los espectadores sólo pueden seguir riéndose con él porque, en un contexto más amplio, a caballo entre finales del siglo XX y comienzos del XXI, estamos contentos y satisfechos con el estado de las cosas. Auden nos ayuda a aclarar este punto: “La sátira prospera en una sociedad homogénea con una concepción común de la ley moral, pues satirista y público deben estar de acuerdo sobre el comportamiento que se espera de las personas normales, pero ello en tiempos de relativa estabilidad y paz social, pues la sátira no puede ocuparse de un mal y un sufrimiento mayores.”
Por supuesto, con los dibujos animados nos reímos de cosas que no nos harían gracia en la “vida real”, pero nuestra buena disposición a encontrarle gracia a Los Simpsons demuestra, o eso podría sostener un marxista, que no reconocemos realmente la violencia de la que son objetos los trabajadores, el costo humano de los estereotipos y los chivos expiatorios, la devastación decretada por la búsqueda del lucro. De otro modo, no estaríamos dispuestos a ver la comicidad de Los Simpsons. De hecho, la serie tendría que ser considerada el peor tipo de sátira burguesa, pues no sólo no vislumbra la posibilidad de un mundo mejor, sino que nos distrae de la reflexión seria o la crítica de las prácticas dominantes y, por último, nos induce a creer que el sistema actual, con sus defectos y su ocasional comicidad, es el mejor mundo posible.
Pero, a pesar de los tantos y maravillosos momentos absurdos y el modo en que ajusticia a algunas vacas sagradas, la serie no ofrece una sátira coherente de la ideología vigente ni una esperanza de progreso hacia un mundo de mayor justicia o igualdad. Sus contradicciones e incoherencias reflejan el opuesto de lo que Marx imaginó, un mundo integrado y armónico.
Los chistes tal vez sean graciosos, pero en Los Simpsons, donde nadie crece y las vidas nunca mejoran, la risa no es un catalizador del cambio: es opio.
Motivo de la lectura
Una de mis lecturas para Summerthon
Lo mejor
Los dos textos citados en la reseña
En general la segunda parte”Temas Simpsonianos” es, con diferencia, la mejor
Lo peor
Algunos textos pueden ser bastante densos e incluso aburridos