El sindicalismo español ha sido mimado por los gobiernos, que siempre han buscado su complicidad, comprándola con dinero. Lo hizo Javier Arenas cuando era ministro de Trabajo de Aznar y lo ha hecho, hasta límites insoportables, José Luis Rodríguez Zapatero, que ha querido convertir a los sindicatos en una especie fuerza de choque de la izquierda, no exenta de cierto matonismo.
Michael Sommer, representante de los sindicatos germanos, se encargó de poner en ridículo al sindicalismo español, representado por los mayoritarios Comisiones Obreras (CC OO) y la Unión General de Trabajadores (UGT), obligados a ser cómplices vergonzosos del gobierno en toda la política de supresión del Estado de Bienestar y de supresión de derechos y conquistas sociales y laborales.
Sommer explicó que el movimiento sindical en Alemania, aglutinado en torno a la Federación Alemana de Sindicato (DGB), con unos 6,8 millones de afiliados, que pagan de su bolsillo todos los gastos derivados de sus actuaciones (incluidos los gastos de las huelgas) con sus cuotas de entre 20-30 euros al mes –aproximadamente el uno por ciento de su salario bruto–, lo que les confiere valores y rasgos ausentes del "comprado" sindicalismo español: independencia, altura moral, prestigio social y peso político.
Todo lo contrario de lo que ocurre en España, donde los sindicatos son colmados de prebendas por los gobiernos, lo que les impide representar los intereses de los trabajadores y gozar del aprecio de los ciudadanos, que, según las encuestas, los desprecian.
Resulta evidente que los sindicatos españoles necesitan, tanto como la política y la Justicia, una profunda reforma, quizás más bien una refundación, que les libere de su actual imagen de organizaciones traidoras y cómplices del poder político, alejadas de los intereses de los trabajadores y merecedoras del desprecio de los demócratas.