Los soles por las noches esparcidos.
El Bardo. Barcelona, 2013.
Tras veinte años de silencio, Santiago Montobbio escribió en unas pocas semanas de la primavera de 2009 una asombrosa cantidad de poemas: cerca de quinientos textos acumulados compulsivamente como un poseído por la palabra y el ímpetu creativo, en un proceso de escritura febril que se repitió en el verano y el otoño hasta casi completar el millar de poemas.
Hace dos años publicó una abundante selección de aquella actividad poética bajo el título La poesía es un fondo de agua marina. Y ahora acaba de reunir en un segundo volumen -Los soles por las noches esparcidos- los textos que quedaron excluidos de aquella primera selección.
Un conjunto de textos unidos no sólo porque responden a un mismo momento creativo y a idéntico ímpetu, sino porque insisten en la exploración de temas y actitudes que Santiago Montobbio había mostrado en el libro anterior.
La perplejidad de la mirada ante la irrupción del misterio, el destello de la revelación en los paisajes cotidianos, la evocación del pasado y el constante discurrir de lo exterior a lo interior, de la reflexión personal al diálogo con los otros, de las calles de Barcelona a la temporalidad o la conciencia del lenguaje y la defensa de la poesía como forma de consuelo y de conocimiento.
Dejo aquí no un poema, sino unas frases de la nota que explica uno de sus textos con un agudo sentido del tiempo. Estas frases resumen la importancia que tiene la temporalidad en la concepción artística de Santiago Montobbio:
el arte es registro del tiempo, y el tiempo su sangre, su savia. El tiempo lo constituye. El arte es tiempo. Escribir es registrar los latidos del tiempo. Seguir sus huellas.
Santos Domínguez