Sin embargo, pronto empezarían sus problemas. A los dos años de reinado sufrió una derrota importante: Prusia venció a Austria y Baviera en la “Guerra Alemana” de 1866. Desde entonces Baviera dependería de Prusia en política exterior convirtiéndose en vasallo de su tío. El hecho es que Luís II se fue retirando cada vez más de Munich y sólo residía en la capital los mínimos meses exigidos.
Luís II, llamado también el rey Loco, dedicó el resto de su vida y una gran fortuna familiar en la construcción de un mundo de fantasía en el que se refugió y donde podía sentirse como un verdadero rey. De los tres castillos-palacios que mandó construir, Linderhof, Herrenchiemsee y Neuschwanstein, este último es sin duda el más impresionante y su verdadera locura arquitectónica.
La versión oficial fue la del suicidio, por la que habría puesto fin a su atormentada existencia de soledad. La otra versión es que el rey fue asesinado por los propios poderes de Baviera o de Alemania, debido al problema que podía suponer un príncipe de carácter extraño, crítico con la casa imperial y con la política oficial e incomprendido por la vulgar sociedad de su momento.
La versión menos probable pero, eso sí, la más romántica y peliculera es la que asegura que el rey quería escapar de su confinamiento. Como era un notable nadador, pretendió huir a nado hasta un punto cercano donde le esperaba con un coche de caballos su prima Sissi, cómplice y amante secreta. Es cierto que algunas películas han fomentado el morbo de una relación amorosa entre Luís II y la emperatriz Sissi, pero esta relación no tiene fundamento alguno. Sin embargo, algunas cartas privadas y documentos personales (los diarios originales se perdieron durante la Segunda Guerra Mundial) dejan entrever su homosexualidad.
Neuschwanstein, ese lugar mágico, el refugio de un rey llamado loco que se había construido en busca de soledad y retiro de la vida pública, resulta que hoy es uno de los castillos más visitados de Europa. Tan sólo siete semanas después de su muerte ya se abrió el castillo al público, un público que queda día tras día boquiabierto ante tal maravilla.
Su situación es idílica, única. Está situado en la cumbre de un cerro y se encuentra en medio de densos bosques de pinos y abetos. El proyecto nació de su imaginación y el rey supervisó a pie de obra su construcción.
El 13 de mayo de 1868 escribió a Ricardo Wagner: “Tengo la intención de reconstruir la vieja ruina del castillo de Hohenschwangau, en la garganta de Pöllath, manteniendo el verdadero estilo de los antiguos castillos feudales alemanes … El emplazamiento es uno de los más bellos que se puedan hallar…”
A los pies de Neuschwanstein está el Schwansee, o lago del cisne, y al lado, el castillo de Hohenschwangau.
Y nosotros nos disponíamos, como tantos miles de visitantes, a violar la intimidad del solitario rey entrometiéndonos en sus aposentos privados.
Desde Füssen es fácil llegar al castillo, sólo hace falta seguir las indicaciones. A pesar de que era aún temprano y de que hacía mal tiempo ya empezaba a haber mucha afluencia.
A Neuschwanstein se puede llegar andando pero además hay un servicio de carros (6€ por persona) o frecuentes autobuses (1.8€ subida- 1€ bajada – 2.6€ subida y bajada) que van y vienen abarrotados.
Desde la parada del bus hay un cartel señalizando dos direcciones: el puente de Marienbrücke o el castillo. Primero caminamos hasta el puente que traspasa la elevada garganta del torrente alpino Pöllath la cual forma la cascada del mismo nombre de 45 metros de salto y que se encuentra debajo del puente.
Esperamos nuestro turno y empezamos la visita con la audioguía en español. Se inicia la visita por la antesala y desde aquí se camina por un corredor donde se pueden ver algunas habitaciones del servicio.
A pesar del aspecto medieval del castillo, se aplicaron las últimas tecnologías del momento. Impresiona la Sala del trono (sin trono) con una apariencia de capilla bizantina. La escalinata en mármol de Carrara conduce al ábside donde tenía que ir colocado el trono de oro y marfil. El suelo de mosaico está confeccionado por más de 2 millones de piedras y representa la vida de los animales y plantas del Planeta.
El balcón cubierto de este salón ofrece una de las mejores panorámicas alpinas, con vistas sobre las montañas, los lagos Alpsee y Schwansee y el castillo Hohenschwangau entre ambos.
La habitación más ricamente decorada es el dormitorio del rey, en estilo gótico tardío y con un espectacular dosel en madera de roble. Las pinturas representan la leyenda de Tristán e Isolda. Del dormitorio se accede a la pequeña capilla con vidrieras que representan la vida de San Luís.
No hace falta decir que el castillo dispone de restaurante, cafetería y tiendas donde venden de todo y más.