Entre todos los caminos del exilio que el azar pudo haberle ofrecido, el que tomó Miguel le llevó, después de mucho sufrimiento, a formar parte de la división de Leclerc, uno de esos hombres excepcionales que salvaguardaron el honor de Francia ante la humillante derrota infligida por los alemanes. Nuestro protagonista pasará a formar parte de la mítica Novena Compañía, una unidad de la que pocos españoles tienen noticia, pero que fue la primera que entró en París en la liberación de agosto de 1944, después de haber luchado brillantemente en Túnez.
Ahora que se habla tanto de memoria histórica en nuestro país - lo cual no es más que otra excusa para que los partidos políticos se tiren los trastos a la cabeza en esta España tan triste en la que apenas existe sociedad civil que pueda replicarles - es bueno asomarse al cómic de Paco Roca y contemplar la asombrosa historia de un puñado de hombres que lucharon contra el fascismo durante casi una década sin apenas interrupción. Hombres que se sobrepusieron a la más dura de las derrotas y alimentaron la esperanza de que la caída de Hitler supusiera también la de Franco. Al final el Caudillo se libró del hundimiento general del fascismo y se convirtió en una anomalía en occidente que resultó muy útil a los intereses de la OTAN, pero eso es otra historia. Lo importante es que hubo una España que jamás se dio por vencida, cuyos miembros ayudaron a restaurar la democracia en Europa occidental, viendo como se pasaba de largo respecto a su propio país. Ya no es tiempo de homenajes ni nada parecido: la mayoría de estas personas está muerta. Pero sí es bueno que se las recuerde de vez en cuando, que se sepa de su existencia.
Partiendo de los versos de Machado, para qué llamar caminos a los surcos del azar, Paco Roca ha construido un relato creíble y muy bien documentado, que se mueve entre el presente y el pasado. Lo mejor de esta historia es que el protagonista no se siente en ningún momento un héroe, sino una víctima de la historia que tiene que ser consecuente con sus ideas. Por eso, cuando el dibujante comete la indiscrección de hablar de asesinatos a sangre fría respecto a alguna acción bélica de Miguel, este responde airadamente hablando de la lucha contra el fascismo, algo que no puede entender la gente de hoy. Y es que quien está inmerso en una guerra, por muy justa que sea su causa, acaba cometiendo tropelías. Es el precio de la libertad de la que hoy gozan la mayoría de los países europeos. Alguien se tuvo que ensuciar las manos para defenderla. Y Los surcos del azar cuenta la historia de uno de estos seres - dibujada en una magnífica línea clara - que no necesita justificar sus acciones, porque nadie que no lo haya vivido puede entender lo que significó estar inmerso en la Guerra Civil y después pasar a pelear en la Segunda Guerra Mundial.