Revista Historia

Los tafures, los abominables cruzados caníbales de Tierra Santa

Por Ireneu @ireneuc

Que el fanatismo religioso es una de las grandes lacras de la humanidad, simplemente con ver el potaje de castañas que se cuece a fuego lento en Oriente Medio deberíamos quedar más que convencidos. Esta situación de trifulca continua que se remonta en el tiempo a muchos siglos antes de los romanos, tuvo un punto de inflexión entre el siglo XI y el XIII, con las conocidas Cruzadas, en que los intereses políticos de la Europa Occidental, junto con el fanatismo desmedido cristiano y el analfabetismo total y absoluto de buena parte de sus habitantes, provocaron un revuelo tal que, aún hoy, pulula en el tóxico ambiente de aquella parte del mundo. Aunque claro, cuando conoces las auténticas barbaridades que los cruzados, en nombre de Dios, hicieron por aquellos lares, llegas a intuir el porqué de esta secular animadversión hacia Occidente. ¿Puede imaginar lo que correría por las mentes de aquellas gentes cuando vieron que ejércitos de exaltados cristianos desenterraban musulmanes muertos, los cocinaban y luego se los comían? ¿Le resulta inconcebible? Pues créaselo, porque hubo cruzados que se dedicaron al canibalismo: los tafures.

La fulgurante expansión del Islam durante el siglo VIII hizo que los reinos cristianos pasasen, en muy poco tiempo, de dominar todo el mundo conocido a verse arrinconados a sus territorios europeos. Situación que, con la caída de la península Ibérica y las incursiones hasta el centro de Francia de las huestes sarracenas, ya ni eso era seguro. En esta circunstancia, la necesidad de recuperar el terreno perdido se convirtió en algo prioritario, habida cuenta la brutal reducción del poder cristiano frente a una cultura, la islámica, en aquel momento a la vanguardia de la cultura y técnica humanas ( ver Silvestre II, el genial papa que trajo las matemáticas árabes a Europa). Así las cosas, las élites cristianas vieron en la reconquista de territorio musulmán una forma de mantener y aumentar su cuota de poder, utilizando el fanatismo religioso de la gente con la excusa de recuperar terreno para el cristianismo. Un cristianismo que se mantenía mal que bien con la Marca Hispánica en Occidente y con Bizancio que defendía la puerta oriental de Europa.

En esta tesitura, la recuperación de Tierra Santa se marcó como el gran objetivo central de la cristiandad que haría que la fe de Jesús remontara, aumentasen las posesiones de los señores feudales y, a la vez, permitiese que el poder del Papa se viera acrecentado. Así las cosas, se decidió crear una coalición de fuerzas militares cristianas que, convocada por el papa Urbano II en mayo de 1095, luchase en Guerra Santa (una cruzada, vamos) por la conquista de los Santos Lugares. Primera Cruzada que había tenido su episodio "piloto" en la península Ibérica unos años atrás con la reconquista de Barbastro ( ver Barbastro 1064, el desconocido origen de las Cruzadas) y que serviría de ensayo para lo que se encontrarían al otro lado del Mediterráneo. No obstante, a parte de los grandes ejércitos que irían a luchar a Palestina, un clérigo francés, Pedro de Amiens (el Ermitaño), organizó la llamada " Cruzada de los Pobres", en un momento en que las guerras solo estaban al alcance de los ricos ( ver La sangrienta batalla "light" de Brémule). Una iniciativa que, superando las expectativas, recorrería Europa reclutando a miles de fervientes cristianos de las capas más bajas de la sociedad para ir a luchar con sus propios medios a Tierra Santa, y que serviría como penitencia por los pecados cometidos. Una tropa heterogénea, sin equipación, sin preparación y fanática, que recibiría el nombre de " tafures" (algún historiador los denomina también " trudentes "), nombre de origen incierto que significaría "vagabundos" o "mendigos".

Conforme que este ejército improvisado por Pedro el Ermitaño avanzaba hacia Constantinopla, más gente se añadía a él, y a su paso por Alemania y Hungría los 15.000 que habían salido de Francia ya se había multiplicado varias veces, contando las crónicas que llegó a sumar unas 100.000 personas entre hombres, mujeres y niños. Sin embargo, la nula preparación, el nulo equipamiento (como mucho herramientas agrícolas) y la ignorancia les hizo pensar que, a cada pueblo que llegaban, el siguiente ya era Jerusalén, provocando frustración en las tropas y deserciones en masa. La falta de víveres acabó por provocar diversos tumultos dentro de aquel "ejército", que llevó al saqueo generalizado de diversas ciudades a su paso por los Balcanes, así como de la aniquilación de diversas comunidades judías fruto de las arengas de lucha contra el infiel. Situación que demostró a Pedro el Ermitaño y a sus lugartenientes (caballeros de baja alcurnia que se añadieron a la iniciativa) que "aquello" no lo controlaba ni Dios.

Su llegada a Constantinopla (reducida a unos 30.000 efectivos), si bien fue bien recibida por el emperador bizantino Alejo I Comneno en un primer momento, pronto se convirtió en una molestia ya que, al ser un contingente caótico y que no hacía más que enredar allí por donde iban, no sabía qué hacer con ellos ( ver La Venganza Catalana o cuando la palabra "catalán" aterrorizaba a todo el mundo). Así que se los quitó de encima, ayudándoles a cruzar el Bósforo y recomendándoles que se esperasen a la llegada de los ejércitos cristianos "de verdad" para atacar a los turcos. Ni puto caso.

El gusto que le habían cogido a los saqueos hizo que, aprovechando que Pedro el Ermitaño había ido a Constantinopla a asegurar suministros, el 21 de octubre de 1096 salieran 25.000 tafures a la toma de Nicea. Campaña que acabó en desastre al ser masacrados en una emboscada por tropas turcas en un valle estrecho. Tan solo sobrevivieron 3.000, que volvieron para atrás y, ahora sí, esperaron las tropas cruzadas de Raimundo IV de Tolosa y Godofredo de Bouillón, dirigiéndose primero a Nicea y luego, en un viaje de más de 1.000 km que cruzó toda Anatolia, llegar a Antioquía (cerca de la actual frontera mediterránea entre Turquía y Siria). Y allí sacaron "lo mejor" de si.

En octubre de 1097, los cruzados pusieron en sitio la ciudad de Antioquía, pero uno de los principales puntos débiles de las huestes cristianas fue su pésima intendencia, de tal forma que se encontraron que no tenían suficientes víveres para aguantar el sitio. Así las cosas, hacia enero de 1098, en un invierno inusualmente duro, los soldados cristianos sitiadores estaban peor que los musulmanes sitiados, que aún recibían algunos abastecimientos por las puertas de la muralla que no controlaban los cristianos. Ante la imposibilidad de conseguir alimentos Pedro el Ermitaño y un enigmático personaje llamado " rey Tafur" (que era el líder efectivo de los tafures) dieron permiso para que sus hombres se alimentasen de cadáveres de turcos muertos y, si hacía falta, se desenterrasen. Dicho y hecho.

La barbacoa que se montaron los tafures ante las murallas de Antioquia rizó los pelos tanto a los cruzados como a los musulmanes que, ante el olor a asado que desprendía, se agolparon en las almenas para ver el abominable espectáculo. Un espectáculo que consistía en ver cómo aquellos compañeros, amigos o familiares muertos días atrás intentando romper el cerco cristiano, eran troceados, aliñados, cocinados... y devorados a carrillos llenos por unos extranjeros inhumanos y salvajes.

La noticia de los actos de antropofagia se propagó a la velocidad de la luz entre la población musulmana ya que, a partir de aquel momento, no hubo campaña en que participaran los tafures en que no hicieran alarde de su "bravura" caníbal. Ello provocó que la gente se horrorizara ante semejante aberración por su bestialidad y por la creencia de que, si eran comidos por esta horda, su alma no llegaría al cielo. El resto de cruzados cristianos, por su parte, si bien aborrecían profundamente estas prácticas (a los ojos de Dios no era lo mismo comerse un caballo o las cinchas de cuero que hacer canibalismo) las toleraban por el impacto psicológico que producía en los infieles, la cual cosa les ayudó a progresar en su avance y a conseguir, finalmente, la conquista de Jerusalén en 1099.

En definitiva, un pasaje histórico que ayudó a crear la imagen de fanáticos religiosos abestiados y de demonios sanguinarios que los árabes tenían de los cruzados. Una imagen que, por su crudeza, marcó a fuego la mentalidad de los habitantes de aquella zona, manteniéndose en el acervo popular durante siglos, y creando un caldo rancio y denso que la sociedad actual, 10 siglos después, aún no ha digerido del todo.


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