“Todas esas chorradas progres de un Occidente podrido os la metéis por donde os quepa”, han dicho mil veces a los enviados occidentales en las aldeas afganas de montaña, donde los talibanes se movían como pez en el agua y donde ser fuertes y recios es la única garantía de supervivencia.
Los americanos y sus aliados no entendieron nunca que la naturaleza puede manipularse y doblegarse temporalmente, pero siempre termina venciendo.
La cultura de izquierda ha debilitado y dañado tanto el mundo occidental que se está muriendo y en su agonía ya no convence a nadie. En Afganistán, Occidente ha sido derrotado porque su mercancía estaba tan deteriorada que apestaba. Los valores occidentales vencían y convencían cuando eran puros y estaban vivos, como en tiempos de Alejandro Magno, pero hace muchas décadas que Occidente agoniza y ya no convence ni vence, como ha quedado demostrado en Vietnam y en Afganistán, entre otros muchos conflictos.
Los medios están masacrando a Joe Biden tras la caótica salida de las tropas norteamericanas de Afganistán y le han recordado el dineral que se ha gastado el Gobierno de EEUU en ‘estudios de género’ en Afganistán que no ha servido para nada. «Quizás hemos perdido porque la agenda progresista que hemos ido a imponer es grotesca», apunta el locutor estrella norteamericano Carlson.
¿Cómo es posible que el siglo XVI se haya impuesto al siglo XXI? ¿Cómo es posible que la primera potencia mundial, rodeada de sus ricos y bien armados aliados, pierdan una guerra contra harapientos montañeses mal alimentados y peor armados, sin electrónica ni aviación?
Carlson cree que el pueblo afgano no ha querido comprar la mercancía que les hemos ido a vender desde hace veinte años. Los afganos no quieren saber nada de los estudios de género que les hemos ido a imponer, ni de la igualdad de la mujer. Hay millones de mujeres que reciben a los talibanes con los brazos abiertos y el dolor de las hembras ante el terror talibán, aunque existe en realidad, no es tan masivo como afirman los medios castrados de Occidente, en su mayoría vendidos a la progresía.
«Los afganos no compran la idea de que los hombres se puedan quedar embarazados. No detestan la masculinidad y parece gustarles el patriarcado. Quizás hemos perdido porque la agenda progresista que hemos ido a imponer es grotesca, es contraria a nuestra propia naturaleza y no mejora la vida de la gente. Y han querido imponer esta ideología ridícula a punta de pistola», ha apuntado Carlson.
Estados Unidos gastó más de 787 millones de dólares en «proyectos de igualdad de género» en Afganistán desde 2002, sin conseguir avance alguno. Con la democracia ocurre lo mismo y los afganos la vieron siempre como algo corrupto y pecaminoso, contrario a la ley de Alá.
Las redes sociales en España están llenas de chistes en los que se ridiculizan a las ministras progres y feministas del gobierno de Sánchez, a las que se les reta para que marchen a Afganistán a convencer a los talibanes de lo importante que son las lesbianas y los gays o que hay que permitir que las mujeres lleguen solas y borrachas a sus hogares en la noche.
Si Occidente quiere volver a ser fuerte, tiene que apostar por valores estables y auténticos, no por una democracia que sólo existe en los libros y que en cada país es burlada por las élites y hasta por los partidos políticos, que se han hecho tan ambiciosos y depredadores que son ya el peor enemigo del verdadero progreso humano.
Tenemos que imponer el esfuerzo, la austeridad, la verdad y la firmeza, al mismo tiempo que erradicamos la mentira, la mediocridad y la estafa permanente que representan los políticos, una tribu impresentable que antepone mil veces sus propios intereses al bien común y que en la mayoría de los países aprovecha el poder para enriquecerse y garantizarse un futuro dorado para él y para sus descendientes.
Con ese bagaje, nunca ganaremos una guerra y poco a poco nos asfixiaremos en nuestra pobreza intelectual y nuestros propios excrementos morales.
Francisco Rubiales